Calama
Qué maravilla al ver ondear los sembrados de alfalfa y el reflejo del sol en las hojas del choclo calameño.
Nuevamente estamos celebrando un aniversario más de nuestra querida ciudad. Hoy grandiosa llena de grandes proyectos, ilusiones, edificios y tantos pobladores establecidos y flotantes.
Muchos la recordaremos más pequeña, pero siempre fue el verde valle, donde se respira alegría, frescura, optimismo, libertad especialmente para los que vivíamos en el monte de cobre de Chuquicamata. Calama era el oasis visto en el horizonte de arena del desierto.
Hasta allí no llegaban los pitos de trenes, cambios de turno, ruidos de maestranza y menos la contaminación del humo y los remolinos de viento.
En esta pequeña ciudad rodeada de verdes vegas, no había garita de carabineros para entrar, las viviendas eran bonitas, comparadas con las corridas de casas iguales pegadas del mineral, calles pavimentadas, tiendas y negocios, un bonito mercado, plaza con muchos árboles, una paquetería en calle Sotomayor "El Mono Panchito", que transmitía avisos con reclames desde una emisora de Santiago, siendo la radio algo muy novedoso entonces.
Venir de paseo a Calama, bañarse en el río de la Terraza, Cascada, Puente de la Pólvora o ir a Ojo de Opache era una gran fiesta, donde preparábamos canastos con cocaví y viajábamos en las góndolas y stations desde el mineral.
Aprovechábamos de impregnarnos con el olor a las verdes y resinosas chircas, cortábamos colas de zorro, recolectábamos renacuajos, seguíamos a los matapiojos, y nos gustaba reflejarnos en los atardeceres de las rojizas puestas de sol desde la población La Banda.
Qué frescura de la naturaleza sentíamos camino al cementerio, y ver ondear con el viento los sembrados de alfalfa y el reflejo del sol en las hojas de las mazorcas del choclo calameño.
La fragancia de los centenarios pimientos y el olor a tierra caliente nos han embriagado siempre y, hoy tratan de contarnos tantas historias de los pisadas que dejaron los mensajeros del imperios incas cuando pasaban por Calama, o los conquistadores españoles que huyeron a Chiu Chiu, pues se enfermaron con el frío de neumonía.