Muchas personas en masas se creen con el derecho y el deber de decidir qué es un ser vivo, qué es una persona, si esa persona sirve o no sirve, si esa persona vive o muere...
Tengo que confesar y decirlo orgullosamente, soy un no-aborto. Mi madre (Violeta Isabel) tuvo un mal embarazo. Por varias enfermedades que se le aquejaron en aquel momento, los doctores del Hospital de Antofagasta en el año 1985, le dijeron que su hijo (yo, Rodrigo Ignacio Carvajal) era inviable, que nacería muerto o con discapacidades mentales y del cuerpo, o con alguna enfermedad incurable. Tenía que abortar... sin más.
Mi madre era de un pueblo escondido en la Cuarta Región. Se encontraba sola, estando meses internada en el hospital. En aquel tiempo, las madres solteras eran mal vistas por la mayoría en nuestra cultura chilena de macho recio. Mi padre biológico era un hombre con educación universitaria que prometió algo pero no cumplió con su deber. Abandonó a mi madre a las semanas de enterarse del embarazo.
Mi madre se negó a abortarme. Consciente de que su vida y la mía estaban vinculadas, aunque fuera para morir, o que tuviera que criar un niño con síndrome de Down, o malformado, con cáncer, como fuera. Así, yo nací.
A Dios gracias. Llegó un médico de EEUU que venía de pasantía. Se llamaba Rodrigo Ignacio. Él tomó el difícil caso de mi mamá y salimos de esta vivos y sanos; pero además felices. Tras el parto, mi madre quedó grave. La enviaron a Santiago en avión. (Fue la única vez que ha viajado en avión.) A los meses después, ella llegó y nos unimos con el vínculo de madre e hijo. Mi madre se salvó de esa, y yo, también.
Me entregaron a mis abuelos maternos. En un comienzo, se avergonzaban de la madre soltera. Mi abuela, Eva, hizo de madre tras largos meses. Pensaba qué sería de mí, porque mi madre moría. Mi abuelita se dormía conmigo en los brazos.
Hoy estudio física mención astronomía. No tengo ninguna discapacidad. Me gusta correr, tengo polola, me gusta la música, y participo en el Hogar de Cristo y el Don Orione.