En unos meses más, en mayo de 2015, Chuquicamata cumplirá cien años de vida. La historia recuerda que en 1900 estaban inscritas trescientas explotaciones: estacas mineras, pirquenes. La familia Guggenheim al saber del metal existente, compraron varias pertenencias mineras y empezaron las instalaciones. Trajeron maquinarias para remover la tierra, instalaron electricidad, compraron derechos de aguas, reclutaron trabajadores chilenos y extranjeros. Construyeron casas y los llamados 'buques' para sus trabajadores. Para poner en marcha esta naciente mina, el Presidente Barros Luco apretó un botón desde La Moneda y echó a correr las turbinas de la Casa de Fuerza de Tocopilla de la Chile Exploration Company. Por supuesto fue un gran día en Chuqui, Tocopilla y alrededores.
Con la explotación de las primeras minas, aparecieron diminutos poblados con vida propia como Placilla, con 5 mil personas, una calle principal finalizando en las caballerizas. Aquí alternaban muchos extranjeros; pero donde había vida también estaba la muerte con su infaltable cementerio.
Otro asentamiento con casas de pircas de piedra sin sello aislante para el frío, techadas con sacos y calaminas fue Banco Drumond. Se iluminaban con lámparas a carburo. Existía un almacén, donde el dueño compraba el metal y daba un crédito a los mineros proveyéndolos de palas, picotas, frazadas y alimentos. Con la llegada de cargas para las propiedades mineras, empezó a formarse un pueblo en torno a la estación Punta de Rieles, ramal hasta donde llegaba el ferrocarril. Allí acudían los mineros a divertirse en sus 22 locales de expendio de licores.
Todo eso desapareció y hoy Chuqui también se está enterrando con su hospital, pulperías, casas, escuelas, iglesia, plaza, registro civil, etc. Muchos afuerinos nos preguntan ¿para qué proteger y conservar este pedazo de terreno en medio del desierto gris y chocolate, con vientos, sin una brizna de yerba? Entonces respondemos… porque es nuestro grandioso patrimonio; allí quedó parte de nuestra vida, donde se oían miles de voces, nos movíamos al son y compás de los pitazos del tren, cambios de turnos y polvorazos de la mina. Hoy es una triste realidad donde la visión exacta de mi pueblo, se nos volvió invisible, quedando sólo la memoria de cinco generaciones.