Si la Iglesia Católica está preocupada por los fieles que se viran protestantes, debería preocuparse primero por tratarlos bien. El Papa Francisco ha observado que ahogamos la fe de la gente sencilla con un protocolo bizantino, fariseo y policial. Los tramitamos hasta el cansancio, y por eso se van. No es que crean que la doctrina protestante es mejor. No tiene idea del protestantismo hasta llegar allá, y llegan ahí porque fueron mal recibidos en su propia iglesia. Podríamos preocuparnos, también, de fomentar una experiencia de la fe, pues, estamos más preocupados de asegurar una experiencia de los reglamentos.
Pero hay otro elemento fundamental que hace la diferencia entre el pentecostalismo protestante y su manifestación católica: las obras. El Espíritu puede mover el corazón a la alabanza, pero si es el verdadero Espíritu Santo que viene del Padre y del Hijo, no van a quedar ausentes las manifestaciones solidarias para con los más desposeídos. El Espíritu también inspira para cumplir su justicia, para ser luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen en la oscuridad.
Muchas veces, la experiencia carismática es auténtica. Rescató la Iglesia de su frialdad protocolar y autoritaria. El problema es que los movimientos se quedan pegados en su rutina y se cierra a los otros dones, dones de servicio y compasión, dones inteligencia y comprensión, dones solidarios en bien de los marginados y olvidados. En el fondo, habiendo nacido como una fuerza renovadora se acomodó en su rutina, igual que la religiosidad popular preconciliar.
Estadios llenos para vivir el fervor de la alabanza, miles de fieles haciendo procesiones en la calle con la imagen de Nuestra Señora, pero son contados en la mano los que tienen tiempo para ayudar a los niños en riesgo, para visitar a los abuelos abandonados y atender a los enfermos del hospital. No estamos dejando al Espíritu actuar.
En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola nos habla del buen espíritu que suele actuar de diversas maneras. El las personas que están en vía de conversión, los arrebata con lágrimas, alegrías y emociones intensas. Luego, progresan a una quietud y paz que desemboca en la misión. La experiencia pentecostal tiende a quedarse pegada en las primeras. Tiene que abrirse a la consolación silenciosa, a la paz interior y al llamado a salir en misión.