Esta impactante historia es contada por los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas con ligeras variantes (San Mateo 21:33-46; San Marcos 12:1-12; San Lucas 20: 9-19) y con un solo propósito: hacer comprender a los seres humanos (sobre todo a los judíos) el enorme costo de despreciar al Hijo de Dios.
La figura del padre y los labradores eran clásicos personajes en la literatura judía, y de fácil comprensión para todo el pueblo. La sentencia que los mismos dirigentes judíos expresan, habla de la futura Iglesia cristiana, guardiana de la fe y responsable de bendecir a todo ser humano.
El uso que nuestro Señor hace del salmo para citar el valor del Hijo Salvador, afirma su deidad y muchos lo ven como una declaración de su mesianismo. Por lo menos para los judíos el mensaje fue claro y poco agradable (v.45)
A nosotros, hoy nos queda el mismo desafío: ser obreros diligentes y leales a quien nos encomendó esta misión (San Mateo 28:16-20). Tener cuidado de dar buenos y abundantes frutos de salvación, de manera que todos puedan ver y gozar de esta salvación tan grande.
Debemos evitar la actitud de los judíos de la historia, quienes se creyeron dueños de la viña e intentaron -por malas artes- aprovecharse de su señor. Mantener la humildad en el servicio de Dios es esencial para testificar de las grandezas del amor de Dios.
Recordemos que solo somos siervos inútiles que hacemos lo que se nos indica (San Lucas 17:10) y Dios desprecia profundamente los ojos altaneros, dice su Palabra (Proverbios 6:16-18)
De manera que hoy los cristianos estamos llamados a trabajar con ahínco y perseverancia anunciando la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo. "Es menester predicar a tiempo y fuera de tiempo (decía el reformador ingles Juan Wesley) y solo si es necesario usemos palabras".
Nuestra vida debe ser ejemplo para los demás y mostrar las maravillas del Señor en nosotros de modo tal que otros y otras también decidan seguirlo. Esa es nuestra misión.