Días para reflexión en el cristianismo
Como cada año, el pueblo cristiano -que en el mundo son 2.200 millones de personas y que representan a un 32% de la población- conmemora el momento más trascendente de su religión y que es la pasión, muerte y resurrección del hijo de Dios encarnado en la tierra, para salvación de todo aquel que cree.
Un acto que no deja indiferente a nadie, porque más allá de la creencia religiosa, es la historia de un hombre que entregó su vida por toda la humanidad.
Esto considera uno de los actos de mayor amor, y el sacrificio de este ritual es el nuevo pacto que se establece entre Dios y los hombre.
Más allá de las creencias personales de cada uno, es interesante reflexionar en estos días sobre las enseñanzas de Jesucristo, que si fueran aplicadas en nuestras sociedades, podríamos ver a diario acciones de justicia, equidad, amor al prójimo, solidaridad, benignidad, bondad, mansedumbre, templanza, gozo, paciencia, paz, entre otras tantos otros actos que no tendrían a nuestro mundo convulsionado con conflictos políticos, sociales y religiosos en las naciones.
La visión que entrega Jesucristo de su Padre -el Dios que está en los cielos- no es de esos dioses vengativos y sin piedad. Por el contrario, se dice que "tanto amó Dios al mundo, que envió a su único hijo para que toda persona que crea en él, no se pierda sino que tenga vida eterna".
Y durante los treinta y tres años que Jesús estuvo en la tierra, el pueblo judío pudo ser testigo de un hijo de Dios, sanando enfermos, dando de comer a los necesitados, perdonando a los que habían cometido delito después de su arrepentimiento, resucitando muertos, compartiendo con las más humildes de la sociedad, dominando la naturaleza, expulsando demonios, entra tantos otros prodigios.
Pero ni aún así, muchos no creyeron.
Quizás allí está la clave. Volver a creer, volvernos a Dios, volver a amar a nuestro prójimo y al Creador, convertirnos y tomar el camino de la misericordia, de trascender a lo humano, y buscar de todo corazón lo divino.