La muerte puede tomar diferentes formas. En el caso de Quillagua, bajó sobre su comunidad como una espuma fétida. Fue un día de marzo de 1997. Los pocos habitantes que quedan en este caserío no recuerdan la fecha exacta. Lo que sí concuerdan es que con la espuma los peces y camarones que pescaban desde el río Loa se murieron. Después fue el turno de los cultivos y el ganado.
Hoy sólo quedan poco más de 100 personas en este pueblo, donde la mayoría de las casas están desocupadas. Por eso es difícil ver alguien en la calle. La única que aguanta estoica bajo el calor -que en el verano llega fácilmente a los 40 grados- es Madonna, la burra que pasó a ser un testimonio de cuando la ganadería era abundante, igual que los camarones y la alfalfa.
Desde lejos, Quillagua aún se ve como un oasis, gracias a los "algarrobos" acostumbrados al seco clima, pero de cerca el río no es más que un hilo de agua que se puede cruzar caminando, oscuro y maloliente. "Ya no hay vida ahí", dice Violeta Oxa, una lugareña que recuerda cómo su familia se dedicó durante años a la producción de camarones. "Cuesta imaginárselo, pero la gente podía vivir de eso", exclama.
Eran tiempos en que se regaba por inundación y después de abrir las compuertas para que el río entrara a los cultivos, los camarones solían quedar atrapados entre las plantas.
Antes del desastre también los habitantes podían bañarse en el Loa. "Se tiraban piqueros desde el puente", recuerda Margarita Cortés, presidenta de la junta de vecinos. Si hoy alguien se lanzara, se quebraría las piernas.
La tierra yerma
Después del episodio de 1997, la mayoría de los habitantes decidió vender sus derechos de agua. Si el río estaba contaminado y no permitía sembrar ni pescar, no valía la pena seguir viviendo ahí. Empresas mineras como SQM adquirieron los derechos y los quillagüinos empezaron su autoexilio.
De los 100 habitantes que quedan, sólo unos cuantos, que se pueden contar con los dedos de las manos, mantienen sus derechos de agua, pero no pueden ocuparlos porque el caudal del río además de ser escaso, está contaminado. "Hace poco Mireya vendió los suyos", dice Violeta mientras está sentada en el restorán familiar frente a la plaza. En el local hay un solo cliente, el cual llegó en una camioneta roja característica de las mineras. Una mujer comenta desde la cocina, "mi mamá y mi tía conservan los derechos de agua y no quieren venderlos, pero la mayoría ya lo hizo". Los derechos en esta región llegaron a transarse a 2 mil Unidades de Fomento.
Ahora las 140 hectáreas de chacras donde una vez crecieron la alfalfa y el choclo están abandonadas y la tierra tomó un aspecto grisáceo. Hace un par de años el Indap (Instituto de Desarrollo Agropecuario) financió algunos intentos de cultivos, pero no resultaron.
Sólo un invernadero de lechugas, creado por SQM como parte de su política de Responsabilidad Social Empresarial, sobrevive a un costado del río. Es como una ironía, tomando en cuenta que el agua para el riego llega en camiones aljibes. Además, la comunidad asegura que los beneficiados por el invernadero son muy pocos. Violeta es de las más escépticas: "Quieren tapar el sol con un dedo".
Es que la desconfianza ya es parte de la idiosincrasia del quillagüino. Sobre todo hacia las empresas mineras que explotan el río Loa antes de que llegue al pueblo.
En tanto, el centenar de habitantes accede al agua potable gracias a camiones aljibe. Éstos arriban a Quillagua 5 veces a la semana y depositan el recurso en estanques desde donde se distribuye hacia las viviendas. Si el camión llega al mediodía, todos los vecinos abren sus llaves a esa hora. Es parte de la rutina de vivir en un pueblo que se quedó seco.
El factor Estado
La contaminación de 1997 coincidió con lluvias altiplánicas como no se veían en años y que arrastraron la contaminación hasta Quillagua. Pero desde un principio hubo una división entre científicos sobre si las causas del desastre fueron antropogénicas (originadas por el hombre) o naturales.
El director del Centro Regional de Estudios y Educación Ambiental de la Universidad de Antofagasta, Carlos Guerra, afirma que la división se originó por presiones directas del gobierno de la época que no querían perjudicar las crecientes inversiones mineras. "Cuando un investigador de esta misma universidad (Domingo Román) analizó las aguas del río, descubrió que entre las altas concentraciones de minerales había xantanto, que está asociado a las explotaciones mineras. A él trataron de desacreditarlo. El gobierno contrató a otros científicos para defender la postura de que la contaminación era un evento natural y estos científicos prestaron sus conocimientos para ello. Hasta el día de hoy no les hablo a algunos".
Víctor Palape, dirigente de la comunidad aymará de Quillagua, recuerda que el investigador Román un día les dijo "me están tratando de callar, pero no lo haré".
Años después un informe del Servicio Agrícola Ganadero, dependiente del ministerio de Agricultura, reconoció que la contaminación del 97 y una posterior, ocurrida en el 2000, tenía orígenes antropogénicos.
"Las substancias surfactantes xenobióticas son de amplia utilización en la industria minera ya sea como espumantes, dispersantes, floculantes o aglomerantes, y como se señaló anteriormente fueron encontradas en altas concentraciones en todas las estaciones de monitoreo de febrero 2000, por lo que existiría una relación entre estos agentes químicos y la presencia de espuma", dice el documento.
Una teoría es que las crecidas del invierno altiplánico arrastraron los metales pesados acumulados durante décadas por la minería en el río, bajando como una plaga negra y espumosa sobre los desprevenidos habitantes del valle de Quillagua.
El primer día murieron los camarones. A los días siguientes fue el turno de cerdos y cabras que sucumbían a la diarrea. Los pobladores siguieron regando con el agua del río contaminado y sin saberlo esparcieron la muerte en su tierra.
Quillagua culpó desde el principio a Codelco, la cuprífera estatal chilena que en ese momento aportaba la mayor parte del presupuesto del país. Para el pueblo, el gobierno prefirió tejer una red de protección en torno a la minería y sacrificarlos.
El científico Carlos Guerra no sólo concuerda con esto, sino que además asegura haber sido testigo de cómo en las reuniones para enfrentar la catástrofe, autoridades de la época planificaban bajar el perfil a la situación. "En una reunión en Calama tuvimos una discusión muy fuerte. Me senté al lado de los senadores. Lo que escuché es indigno de contar. La senadora Carmen Frei (hermana del Presidente en ese año, Eduardo Frei) me dijo: -Primero están los altos intereses del país y después la contaminación. No me olvidaré jamás de esa frase".
Sobre la actuación del mismo pueblo, Margarita Cortés manifiesta que nunca debieron vender sus derechos de agua. "Un quillagüino nos asesoró mal. No fue capaz de convencernos de que no vendiéramos los derechos. Después vino un ministro a darnos una caja de mercadería como compensación".
Además, no se pudo comprobar que la contaminación fuera responsabilidad de Codelco y a su vez la minera se desentendió de lo ocurrido. Según Víctor Palape, hace poco la cuprífera tuvo un intento de acercamiento con la comunidad, ofreciéndoles 38 millones de pesos para un proyecto. "Les dijimos que no".
"En parte, es mejor que no hayamos hecho un acuerdo con ellos", agrega la también dirigente Margarita Cortés.
La quillagüina confiesa que una vez trató de convencer a su esposo para que se fueran. "Por qué teníamos que estar pasando rabia acá', le dije. 'Váyase mija. Mi vida es Quillagua', me contestó. Así que estoy obligada a quedarme, pero igual me gusta, es mi tierra. Aunque me gustaría que volvieran los tiempos en que uno se paraba en lo alto y miraba un manto azul cuando el pasto de la alfalfa florecía. El pasto crecía más de un metro".
Las momias
Ya prácticamente no hay opción de que Quillagua vuelva a ser agrícola. Por eso, los tercos habitantes que se niegan a abandonar el pueblo ven en el turismo un posible despertar. Entre la oferta que esperan ofrecer está la arqueología. Quillagua es tan seco que sus muertos se momifican naturalmente.
En una vieja casona cercana a la pequeña plaza se ubica el museo de la localidad, cuidado por Felicia Albornoz. Antes de abrir la puerta, doña Felicia recalca que hay que dejar una cooperación voluntaria. "Ayer vino un grupo y dejó 10 mil pesos", dice, dejando entrever más o menos cuál debe ser el aporte.
Las momias están dentro de estanterías o sobre mesas. Una de ellas es de una niña que parece querer gritar.
Doña Felicia al salir del museo apunta a un espacio seco. "Aquí yo sembraba flores". También cuenta que trabajó en una chacra donde la alfalfa le crecía hasta la cintura. Ahora cuida a los muertos momificados, que a la vez son la última esperanza del pueblo.
1997 fue el año en que Quillagua sufrió su peor desastre. Primero murieron los camarones, luego los animales y finalmente la agricultura. A pesar de esto, sus habitantes se niegan a abandonarlo.
100 personas son las que, aproximadamente, habitan este poblado, quienes consumen aguan gracias a los camiones aljibes que los visitan cinco veces a la semana.
1 informe del Servicio Agrícola y Ganadero reconoció que en 1997 y luego en 2000 el poblado fue víctima de contaminación originada por la industria minera.
maquinaria agrícola abandonada en una calle.
un viejo letrero a la entrada del pueblo.
felicia es la cuidadora del viejo museo de quillagua.
el turismo arqueológico es una esperanza para el pueblo.
la burra madonna recorre pasajes pidiendo agua y comida.