Un atentado del grupo terrorista Estado Islámico (EI) que causó ayer casi 60 muertos en un barrio chií de Damasco puso en evidencia la dificultad de detener la violencia en Siria, mientras la ONU intenta que las partes en conflicto se sienten a negociar en Ginebra.
Al menos 58 personas perdieron la vida, según el recuento del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, en varias explosiones registradas ayer en el suburbio de Sayida Zeinab de Damasco, al sureste de la capital siria y de mayoría chií.
Entre las víctimas hay al menos 25 milicianos chiíes, que luchan en el bando del Presidente Bashar al Assad, que profesa esta rama minoritaria del islam, cuyos fieles han sido blanco de ataques anteriormente.
La zona de Sayida Zeinab, donde se encuentra el santuario de esta figura religiosa destacada para los chiíes, es un lugar de peregrinación de los fieles de esta comunidad y cuenta con la protección del grupo chií libanés Hizbulá.
La rama del EI en Damasco, denominada Wilayat Dimashq (Estado de Damasco), asumió la autoría del atentado contra "un nido de los apóstatas politeístas", en referencia a los chiíes, según un comunicado difundido en Internet.
El EI, que controla amplias zonas de Siria y representa ahora mismo uno de los principales obstáculos para poner fin a la violencia en este país, aseguró que el ataque causó la muerte de 50 personas y heridas a otras 120.
Desde la ciudad suiza de Ginebra, el jefe de la delegación del Gobierno sirio para las negociaciones de paz, Bashar Jaafari, dijo que el atentado demuestra el vínculo entre la oposición y el terrorismo.
Las conversaciones indirectas entre representantes del régimen y de la oposición aún no han comenzado, y ambos bandos han puesto en entredicho que el diálogo pueda empezar, después de varios días de retraso y ante la gran desconfianza y diferencias entre ellos.