Es dramático no poder ver, caminar a oscuras y a tientas; no distinguir formas ni colores, no conocer el horizonte ni el paisaje, o tropezar reiteradamente por el camino. Cuando en la calle vemos a un ciego con su blanco bastón inseguro, a todos nos conmueve muy hondamente. Y sentimos deseos de solidarizar con él y ayudarlo.
Sin embargo, creo que más dramática es la situación de quienes se niegan a ver o no quieren hacerlo. Los hay. Y muchos. Hay quienes se niegan a ver la realidad de la pobreza que nos rodea. Sólo tienen ojos para ver los éxitos económicos, los adelantos tecnológicos y el progreso de la ciencia. No quieren ver la miseria inhumana en que viven o sobreviven tantos hermanos nuestros en nuestra mismas ciudades o poblaciones.
Hay quienes no quieren ver las realidades familiares: cierran los ojos al dolor que causan las separaciones matrimoniales, o el drama que viven los hijos cuando sus padres eligen ese camino, o las dificultades enormes que muchas veces tiene la convivencia conyugal
Negarse a ver la realidad es negarse a amar. Como ese sacerdote y ese levita, que para no encontrarse de frente con el herido del camino dan un rodeo y siguen de largo. Sí. Cuesta enfrentarse con el dolor. Casi instintivamente tendremos a alejarnos de él. Aparentemente es más fácil no mirar, no observar, no contemplar.
Una de las actividades preferidas de Jesús era hacer que los ciegos recuperaran la vista, que abrieran los ojos, que pudieran ver con nitidez lo que, había en el camino, que conocieran la diversidad de los colores, que gozaran los múltiples paisajes del planeta y que disfrutaran con las diversas formas del rostro humano.
Somos muchos los que no vemos y que podemos repetir el gesto. Jesús escucha nuestros gritos. Nos abre los ojos. Nos hace ver en lo profundo y no sólo las apariencias. Puede darnos la energía para ver, aunque nos resistamos o no queramos mirar a nuestro alrededor por miedo a comprometernos y a involucrarnos con la vida humana. Jesús puede poner luminosidad en nuestros ojos y hacernos gozar del color, del horizonte y del paisaje. Aunque cueste. Para esto hay que sacarla voz o levantar el grito. Aunque nos hagan callar. Aunque aparezcamos incómodos y molestos.
Arturo Mardones Segura,
Rotary Club Chuquicamata