Resulta lamentable que ni los códigos delictuales se respeten en nuestro país, y producto de esta situación lugares que buscan entregar educación, que dan albergue a niños de escasos recursos y lugares donde se busca la sanidad del alma, estén convertidos en el blanco de ladrones y saqueadores.
En el último tiempo hemos conocido cómo bandas delictuales, mayoritariamente juveniles, ingresan en jardines infantiles ubicados en sectores vulnerables para robarse la comida, para destruir los utensilios y llevarse objetos que solo sirven a los pequeños para su aprendizaje.
Posteriormente fuimos testigos como grupos más organizados comenzaron a ingresar a establecimientos educacionales para llevarse bienes de valor como televisores, computadores, datas y otros.
En el último tiempo, hemos visto que las iglesias cristianas tampoco se salvan de la delincuencia, y varias de ellas han sido afectadas por robos y destrucción.
Así lo denunció el padre Ricardo Sotelo, preocupado por los reiterados hechos delictuales que afectan a iglesias y capillas.
Lamentablemente no hay conciencia que gran parte de estos recintos prestan un servicio esencial a la comunidad, que son vitales para el fortalecimiento cultural y social de sus habitantes. El saquear y robar estos lugares, nos habla de una sociedad carcomida que está perdiendo el respeto, que no distingue de lugares que son parte de nosotros mismos.
Y así los templos, colegios, jardines, consultorios, también se van convirtiendo en verdaderas cárceles, las cuales deben ser enrejadas, colocarles protecciones, perdiendo su sentido de espacios destinados al saber, donde se pregona la libertad, la cultura, la ciencia, el conocimiento que nos transforma como personas.
La comunidad deberá organizarse para hacer frente a este nuevo problema que afecta a toda una población, buscar la manera de poder denunciar a aquellos que atentan contra lugares que parecían inexpugnables producto de la pérdida de valores.