La caridad es el sentimiento de ternura y comprensión que despierta, en nuestro ánimo las necesidades o dolores ajenos. No es una palabra vana que eleva a la altura de otros ojos nuestro propio orgullo, sino algo sustancial y positivo que encierra un sentido moral muy hondo, y que nos obliga a compenetrarnos de las desgracias de los demás para poderlas aliviar cuando experimentamos al llamarlos, como San Francisco de Asís, con el dulce nombre de hermano.
Dice un libro de filosofía oriental: "Feliz el que sembró en su corazón las semillas de la benevolencia, porque sus frutos serán la caridad y el amor". Así nos damos cuenta de que la caridad es el patrimonio de las almas generosas y de los espíritus nobles que sirven sin esperar la recompensa.
"Vivir, dice el gran don Miguel de Unamuno, es darse y perpetuarse, así como perpetuarse y darse es morir".
Significa que para el ilustre maestro de Salamanca sólo podemos vivir cuando nos entregamos a los demás y perpetuamos nuestra dádiva; pues en otra forma, seríamos egoístas aproximándonos cada día a la muerte eterna. Y entendemos que don Miguel, al hablar sobre la muerte, no se refiere a la del espíritu, sino a la del cuerpo que es un fenómeno del que no podremos escapar nunca.
Dar siempre, con amplitud y desinterés, esa es la clave de las almas caritativas. Debemos dar siempre de lo nuestro, si no todo, por lo menos, lo que nuestros semejantes necesitan.
Debemos dar siempre con esa admirable generosidad con que brindaba Jesús las gemas de su espíritu; con esa magnificencia de alma con que solía decir muy a menudo: "Dar de beber al sediento, de comer al hambriento y enseñad al que no sabe".
En la Parábola del Buen Samaritano, Jesús nos enseña la caridad como una virtud que indujo al cristiano piadoso a que curara las heridas del peregrino, que lo tomara en sus brazos, que le diera consuelo en su soledad y lo trasladara a un sitio seguro pagándole su pensión y sus alimentos. La vida misma de Jesús fue una manifestación perenne de caridad y amor. Decía él: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", dando a comprender con sus palabras el anhelo constante de hacer el bien a sus semejantes. Que no nos falte nunca una moneda con qué satisfacer la necesidad de un pobre.