Arte y cultura en periodo electoral
Marcelo Mellado
Me imagino que los candidato(a)s a la presidencia tienen un capítulo relacionado con cultura, o con arte y cultura, como suele mencionarse esa rama del quehacer humano. Nada fundamental o prioritario, es sólo por cumplir con el protocolo. Siempre la cultura en los proyectos políticos es un asunto secundario, un decorado menor que sirve como acompañamiento de la oferta mayor que suele ser el gran mensaje político redentor. Lo que más me impresiona es la invisibilidad del tema en los candidatos que le tributan al discurso de izquierda, en donde se supone que la cultura tiene un lugar de privilegio. El mito revolucionario dice que el arte y la cultura se identifican con los movimientos emancipadores, porque las prácticas culturales tienen una impronta creativa e innovadora, fundamental para el cambio social. Más aún, un efectivo camino de transformación social es, en sí mismo y sobre todo, un cambio cultural. Se supone.
Lo concreto es que no se plantea así, las nuevas generaciones que usan una jerga revolucionaria del siglo XX, son una generación del siglo XXI que ignora el mensaje de los padres fundadores, de Brecht, por ejemplo, o e lugar que le dieron las vanguardias al discurso político. Nuestros jóvenes políticos de izquierda son ignorantes de las grandes referencias. Más bien siguen parámetros Unesco. En general, son de un pragmatismo que desprecia toda subjetividad.
El uso de formas arcaicas con un contenido impostadamente novedoso es una ideología en boga, patética y perversa (una nueva cultura). Ellos parecen despreciar y secundarizar la cultura, como lo hicieron sus padres o sus referentes políticos, cuando la consideran un mero decorado o acompañamiento de la política. A lo más, como todavía ocurre en provincia, amenizan una actividad política con la estética folclorizante de la peña o el evento artístico, como suelen disfrazar sus salidas callejeras, en donde la carnavalización de la política termina siendo una de las grandes apuestas artístico-culturales que hacen pasar como arte comunitario.
Antiguamente los candidatos solían acompañarse de artistas que tenían visibilidad social y comunicacional, sobre todo actores y músicos. Hoy en día hay un profundo desprecio por el arte y la cultura, simplemente porque ya no se necesitan demasiado. Los artistas han logrado un lugar institucional que buscaron durante todo el siglo XX y hoy lo han consolidado. Y, por otro lado, la arrogancia de los nuevos líderes, poseídos de un egocentrismo sicopático, no necesita de ese dispositivo escénico publicitario que es refractario a los modelos del arte, porque en el nuevo orden mediático todos aspiran a ser estrellas rockeras.
Por su proveniencia, los medios y la farándula, y la cosa académica, los hace ya participar de los aromas del poder, de algún modo ya están ubicados en los lugares que en otro momento fueron reclamados en la calle. El diseño apunta ahora a la verosimilitud de su discurso, a parecer viables ante el mercado político electoral. Aunque saben que ya no cuentan con una clientela muy significativa, pero validan jerárquicamente la institucionalidad tradicional. Esos que alguna vez llamaron la calle o las bases, saben que es un tema mediático o de redes sociales.
Su conservadurismo es el abandono de la crítica y su cambio por la escena del reproche mediático. Cuando les interesaba el arte y la cultura eran tiempos en que el voto valía, porque se jugaban cosas más estructurales, hoy apenas es un énfasis y más que nada una cuestión mercantil que implica modelos de consumo y no de persuasión discursiva. Es decir, el arte ya no le sirve a la política.
Ya casi no quedan los obreros que recitan a Neruda, yo conocí a uno en San Antonio, que declamaba España En El Corazón, y lo sigue haciendo en los actos internos del partido, como una apelación nostalgia. En un acto masivo sería pifiado. Los grandes cambios ya tuvieron lugar, literalmente, sin que la participación popular fuera muy notoria, porque la protagonizaron las élites. Todo es más o menos conservador y no muy apasionado, por eso el arte ya no circula por ahí. Los actos político-culturales ya no entusiasman a nadie. Ya no es la época en que reinaba el espíritu de Brecht o de Benjamin, hoy con un buen espectáculo legitimado por los medios basta.
Creo que una de las grandes innovaciones de hoy es cómo permanecer en lo que somos y no abusar de la retórica del cambio y de la emancipación más de lo necesario, porque es inútil. Lo que se logró no es poco, mejor ubicación en el mercado de la justicia distributiva y visibilidad mediática. Los artistas y la gente de la cultura logró institucionalizarse, es decir, ya no necesita ser bufón de un candidato, eso es sólo para las municipales.
Hoy una buena producción amateur universitaria puede armar un buen espectáculo que puede promover un par de tesis sobre educación superior u otros temas de la agenda, y de ahí al parlamento.
* Marcelo Mellado es escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .