No es nuevo lo de la resistencia a los cambios que experimentamos los seres humanos. Alvin Tolfler, escritor y futurista, ya lo planteaba en la década del 70 en su libro "El shock del futuro", manifestando que demasiados cambios en un periodo muy corto de tiempo genera un estado sicológico complejo en el individuo y en las sociedades, que naturalmente tienden a resistirse a éstos porque nos sobrepasan y nos agobian.
Lo hemos visto con las ciclovías, con las vías exclusivas, con la reducción de 60 a 50 kilómetros de velocidad en zonas urbanas, cuando nos cambian el orden de las góndolas del supermercado, cuando los programas computacionales o páginas que utilizamos modifican el modo de acceder a ellos y su presentación visual, entre tanto otros casos de la vida cotidiana.
Pero es la imposición de la modernidad, de los nuevos tiempos, donde andamos más rápido y no es que el tiempo pase más rápido.
Se requieren los cambios, de lo contrario no avanzamos, no nos modernizamos y dejamos de seguir en la senda de alcanzar una mejor calidad de vida, de mejorar los sistemas productivos, de ser más eficientes, de reducir tiempos, entre otros desafíos.
Ahora bien. También es necesario reflexionar respecto a los cambios, si son necesarios, si estarán bien hechos, si las propuestas están evaluadas y si ayudarán en los objetivos trazados.
Estamos conscientes en que no podemos resistirnos a los cambios, pero es necesario que alguien o entidades puedan sopesarlos y ver si realmente serán una contribución en el desarrollo de la sociedad, o son solo negocios, maquillajes, ilusiones y en la práctica sirven de muy poco.
Hay transformaciones que son incuestionables, pero se requieren que estos cambios culturales sean enseñados, ejercitados y difundidos con todas las respuestas necesarias para dar tranquilidad a una sociedad que se ve enfrentada a muchas innovaciones.