Alejandro Zambra y su alegría sin sombras
El escritor chileno que actualmente vive en México presentará la próxima semana en Santiago, "Tema Libre" (UDP), una serie de crónicas donde habla de amar, escribir a mano y criar a Silvestre, su niño.
¿Para quién se escriben los libros que leemos? Es difícil que creamos que se escriben para nosotros, primero porque los autores no nos conocen y después porque muchos tienen fama de no pensar más que en ellos mismos. Pero, por supuesto, siempre existen excepciones. Quizás el caso de Alejandro Zambra sea el más característico en nuestro tiempo. Desde su libro de relatos Mis documentos, y sobre todo en su experimento literario Facsímil, el escritor chileno se ha interesado en interpelar directamente al lector y generar una cercanía pocas veces vista. Algo similar sucede en su última obra, Tema libre, que recopila crónicas, relatos y conferencias donde la persona que lee el texto parece estar siempre presente en la mente del autor, como si se interesara, por sobre todo, en generar un efecto en quien lo lee, en hacerlo reír o en emocionarlo cuando cuenta sus contradicciones, quejas y temores sobre su oficio como escritor, traductor o padre. Alejandro Zambra se encuentra en Chile para presentar Tema libre y la traducción que hizo con su esposa, la escritora Jazmina Barrera, del ensayo sobre maternidad "Pequeñas labores". Conversamos con Alejandro sobre este libro, sus ideas sobre la escritura y su trabajo como traductor.
-¿Cómo comenzó la idea de Tema Libre y cómo fue el proceso de armarlo?
-Se fue dando, no fue un armado tan intencional. Tema libre tiene algo de recopilación, pero también incluye textos muy recientes. Pasé los últimos tres años escribiendo otros libros, estos textos surgieron como interrupciones provechosas, como matices urgentes.
-Luego de haberlo escrito, ¿cuál es tu opinión sobre la idea de "tema"?
-Mi impresión es que se abusa de la idea de tema. El tema aparece, si es que aparece, cuando el texto está terminado. Al menos yo no escribo persiguiendo un tema. Más bien persigo una imagen, un espacio, una atmósfera. Por lo mismo, disfruto más de la escritura cuando no sé muy bien lo que estoy haciendo
-¿Crees que existe una contradicción entre pensar y escribir?
-No diría que exactamente una contradicción. Pero escribir es una forma de pensar detenidamente, intensamente. Mi impresión es que la literatura está ligada al momento en que te liberas de los planes y de los temas. Igual eso estaba, de algún modo, en Facsímil. Escribir es desprogramarse, desaprender, olvidarte del plan de redacción.
-En el libro dices que crees que existe un solo tema en la literatura: pertenecer. ¿En qué sentido lo dices?
-Lo digo en un sentido estricto: absolutamente todos los libros que se han escrito en la historia de la humanidad se pueden leer en función del deseo de pertenecer. Todo libro narra la construcción o la destrucción de un "nosotros", y ese "nosotros" puede apuntar al amor o una clase social o a un barrio o a un país o a lo que sea. Me parece, en definitiva, una mejor coordenada de lectura que imponerle una etiqueta, sobre todo porque permite abrir sentidos en los textos, no clausurarlos.
-¿Qué ha significado para tu escritura vivir fuera de Chile?
-Vivir afuera nunca fue un fin en sí mismo. Pero entrar en contacto cotidiano con otras formas del español ha sido aleccionador. En España, por ejemplo, me resultaba agresiva la forma en que hablaban los madrileños, me parecían violentos. Esa comunicación fallida fue importante. Me sirvió para entender mejor cuál era el español de Chile, cuáles eran las palabras o los tonos verdaderamente chilenos. No pienso en los modismos, que son obvios, sino en el ritmo y en palabras muy comunes, que no sabes que usamos de otra manera.
-Hasta que las ocupas afuera.
-Claro, la misma palabra "ocupar". Si pides ocupar el baño afuera te miran raro, porque en realidad es como si estuvieras diciendo "puedo entrar al baño y poner una banderita chilena y no salir nunca más de ahí"... Colecciono ese tipo de precisiones o descubrimientos. En otro sentido, descubrir algo así como una música en el habla chilena fue importante para lanzarme a narrar, para sentir el deleite de narrar. Y ahora no sé muy bien qué va a pasar, viviendo en México, pero me gusta esa incertidumbre.
-¿Y crees que escribir es más bien placentero o hay más sufrimiento?
-Es una mezcla de las dos cosas, pero al final gana el placer. En algún momento lo pensé de otra manera, pero ahora me resulta muy claro. Escribir para mí siempre fue un hábito, lo diferente es que en algún momento empecé a publicar. Por eso necesito ese aire de gratuidad, un verdadero fluir que está ligado al placer.
-En la contratapa dicen que en tu libro existe un momento en que el lector y el autor se vuelven un solo organismo. ¿Ha sido así para ti?
-Sí, al menos para mí ha habido una alternancia entre soledad y compañía. La gente que lee o escribe se tiende a agrupar, entonces me gusta mucho esa alternancia entre leer y escribir y su puesta en circulación social. En ese sentido, el hábito de la firma inevitablemente traza una sola presencia, pero, a la vez, cualquiera que se meta dentro de sí mismo, al escribir, va a construir algo que va más allá de sí mismo. Escribir es algo que inevitablemente se proyecta, se enreda. Me gustan las comunidades que se forman en torno a la lectura y a la escritura.
-¿Fue parecido en el caso de la traducción conjunta de Pequeñas labores?
-Sí. Con Jazmina tradujimos un libro sobre maternidad y crianza justo cuando estábamos viviendo eso. Entonces muchas veces sentimos, de una forma muy concreta, que la autora nos traducía a nosotros.... Fue algo muy hermoso.
-Le dedicas este libro a tu hijo. ¿Cambió en algo la paternidad tu forma de ver la escritura?
-Mucho, todos los días. Aún no sé plenamente de qué manera, quizás nunca lo sepa. Siento una alegría sin sombras, inapelable, y el deseo de proyectarla es natural, es necesario. El desafío es trascender el escepticismo. Es fácil instalar el escepticismo puertas afuera y quedarte con la alegría puertas adentro. Pero no hay experiencias totalmente individuales o familiares. Lo personal es colectivo, cada vez más colectivo, y viene un tiempo hermoso de preguntas y desafíos grandes. De qué manera proteges a tu hijo, qué cosas quieres mostrarle y cuáles quieres que descubra por sí mismo.
-El libro es parte de una colección que se interesa en las vidas de otras personas. ¿Te gustaría escribir un libro como éste sobre otra persona?
-Claro que sí. Hay muchas vidas que me gustaría narrar. Desde hace un tiempo escribo un diario de diarios. Me interesa el diario como un espacio indeterminado, cada diario es distinto, tiene sus propias reglas, es imposible elaborar una teoría sobre los diarios de vida. Lo que hice, entonces, fue empezar un diario en que hablo exclusivamente sobre esos diarios. Me gusta que de verdad sea un diario, no un ensayo disfrazado de diario; dejar que entre la contingencia de la lectura. He descubierto cosas que son medio obvias, como que muchos autores empiezan el año prometiendo escribir más, dedicarse más al diario.
-En muchas ocasiones de Tema libre, y también en Facsímil, te interesas por la educación. ¿Cuál es tu visión de ella en Chile?
-Creo que falta mucho, pero mucho, en varios sentidos. El trabajo de un profesor es arduo. Es muy fácil convertirse en el profesor que odiabas cuando niño. Los mejores profesores son tremendamente autocríticos y siempre están insatisfechos con su manera de enseñar. Algo ha cambiado la manera en que se enseña, pero no lo suficiente. En los colegios sigue habiendo profesores que se limitan a repetir una lección memorizada hace décadas o se lanzan en soliloquios eternos. Para mí un buen profesor no es quien posee todas las respuestas, sino más bien quien escucha y deja hablar y es capaz de hacer las preguntas correctas. Un profesor no se vuelve cercano porque use un lenguaje informal o piercings o zapatillas, sino porque habla de algo que le importa y lo conmueve; es capaz de comunicar también eso. Creo que la literatura juega ese mismo juego o debería bailar un ritmo parecido.
Alejandro Zambra nació en 1975. Es autor de las novelas Formas de volver a casa, La vida privada de los árboles y Bonsái.
las novelas de zambra han sido traducidas a más de veintena de idiomas.
mariola guerrero/lun
"Absolutamente todos los libros que se han escrito en la historia de la humanidad se pueden leer en función del deseo de pertenecer".
mariola guerrero/lun
"Siento una alegría sin sombras, inapelable, y el deseo de proyectarla es natural, es necesario", acota Zambra.