Cuando Pedro Aguirre Cerda se iba a la escuela a caballo
El historiador Sergio Villalobos (Angol, 1930) acaba de publicar "Época e Ideas de Aguirre Cerda", un rescate con dos obras del ex Presidente que de niño vestía "un traje azul mal cortado". Acá presentamos parte del prólogo a la edición del Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad San Sebastián.
El 6 de febrero de 1879, pocos días antes de iniciarse la Guerra del Pacífico, nacía en la aldea rural de Pocuro, cuatro kilómetros al sur de Los Andes, en el hogar de don Juan Bautista Aguirre y doña Clarisa Cerda. Eran campesinos de vida modesta y apacible, que supieron inculcar al niño principios morales y un espíritu de esfuerzo.
Hermano del padre era José Joaquín Aguirre, médico destacado que llegaría a desempeñar el cargo de rector de la Universidad de Chile.
Siete fueron los hermanos varones, fuera de cuatro mujeres, que formados en la sobriedad y el rigor, alcanzaron títulos profesionales. El predio, una chacra o fundito de cuarenta cuadras, apenas daba para la mantención de la familia, de modo que el orden y la economía eran estrictos. En un comienzo concurrió a la escuelita del pueblo y luego a la de Calle Larga, un poco más lejana, que obligaba al uso del caballo.
Alberto Cabero, amigo y colaborador, evoca su figura de niño: "De fisonomía inteligente, menudo y ágil, vestía un traje azul mal cortado y de burda tela, pero abrigador, zapatos de suela gruesa, calcetines de lana; llevaba el cuello envuelto en una bufanda, cuyo rústico tejido demostraba a todas luces que había sido hecha al amor de la lumbre".
El paisaje agrícola se le entró en el alma, como recordaría en años de madurez: "Aún veo el paisaje familiar de mi primera infancia, los cerros de faldas boscosas, el cajón del río donde verdeguean siempre los potreros encerrados por sauces y alamedas, los huertos, los viñedos y sementeras de trigo y maíz… Hay muchas cosas, ideas, aspiraciones, afecciones de las que uno se apropia o que, de uno se apropian por la reflexión y convencimiento: el amor al campo, a la tierra, mi admiración por el trabajo agrícola, mi fe en su fuerza económica; yo los llevo en el alma y puede decirse que nacieron conmigo".
No tiene nada de extraño, entonces, que durante parte de su vida se dedicase a estudiar el quehacer agrícola y lo plantease como parte importante de la política económica. Fue una actitud del corazón y del cerebro.
Desde la escuelita de Pocuro se inició una carrera que avanzó con paso firme. Los estudios siguieron en el Liceo de San Felipe, donde ejerció como inspector. Se tituló de bachiller en Humanidades y pasó al Instituto Pedagógico, titulándose de profesor en Castellano y Filosofía. Paralelamente estudio Leyes y recibió el título de abogado, habiendo elaborado como memoria "La instrucción secundaria en Chile".
Se desempeñó como profesor en colegios particulares, en la Escuela de Suboficiales del Ejército, el liceo Barros Borgoño y el Instituto Nacional. Su curiosidad intelectual le impulsó a leer obras históricas sobre nuestro pasado y los libros de economía de Guillermo Subercaseaux, Frank W. Fetter, Francisco Valdés, Francisco Antonio Encina, Daniel Martner y Carlos Keller, autores que analizaban la economía del país con nuevas ideas. El año 1910 recibió una comisión oficial para estudiar derecho y ciencias sociales en el Colegio de Francia, y economía política en la Sorbona, aprovechando la oportunidad para informarse de asuntos relativos a la agricultura y la industria en Europa, que luego le serían de gran utilidad.
A su regreso estableció un estudio de abogados con Armando Quezada Acharán, gran amigo y con quien compartía el interés por la economía. Comenzó, además, a participar en la política, siendo elegido diputado en representación del departamento de los Andes y luego por Santiago, y el año 1921 obtuvo la senaduría de Concepción.
Durante el gobierno de Juan Luis Sanfuentes ejerció el cargo de ministro de Justicia e Instrucción Pública. Participó en seguida de manera muy destacada en la campaña electoral que condujo a la presidencia de la república a Arturo Alessandri e integró su primer gabinete como ministro del Interior.
Adhería perfectamente al programa de reformas sociales y económicas del presidente y propiciaba la emancipación de la mujer, el salario mínimo y el seguro obrero de invalidez.
Su posición era equilibrada dentro de un régimen democrático, como expresó en cierta ocasión: "No queremos la inhumana situación de infelices trabajadores que no obtienen lo necesario para su sustento ni tampoco la presión indebida de las masas contra el legítimo interés del capital".
La dura lucha del Presidente por imponer las reformas y la oposición oligárquica desde el bastión del Senado, condujo, como es bien sabido, a una crisis que no demoró en arrastrar a los militares bajo la apariencia de un apoyo al Mandatario. La presencia de ellos y el "ruido de sables" en la galería del Senado para protestar contra la ley de dieta parlamentaria, apresuraron el estado de cosas.
Ante aquella presión indebida, Aguirre Cerda, en su calidad de ministro del Interior, expresó en el Senado que el gobierno en ningún caso reconocía en ninguna entidad, principalmente en las instituciones armadas, que deben ser modelo de respeto y disciplina, el derecho de pretender con su presencia ejercer presión en la marcha de un proyecto de ley.
El movimiento castrense tendía a desbordarse, Alessandri cedió, renuncio el gabinete y luego el mismo Presidente hizo abandono temporal del poder, dirigiéndose a Europa.
Los militares habían manifestado su desacuerdo con Aguirre Cerda y aunque las relaciones de éste con Alessandri se mantuvieron cordiales, desde entonces una trizadura los fue separando, sin llegar a una ruptura.
Sin compromisos oficiales, don Pedro se dirigió a Europa, siempre con el deseo de conocer los métodos de producción y las estrategias económicas, especialmente en cuanto a la agricultura.
De nuevo en el país, vinieron los días de Ibáñez y su situación se hizo difícil. La dictadura deseaba alejarlo; pero en vez de una medida violenta, se le comisionó durante seis meses para promover la venta del salitre en España. Cumplida su misión, recorrió diferentes países y en París comenzó a ordenar sus papeles para la redacción de una obra en torno a la agricultura.
Publicado en París en 1929, el vasto ensayo titulado El problema agrario fue suscrito con el modesto título personal de profesor de Estado, y en una actitud muy significativa lo dedicó a Gabriela Mistral, dirigiéndole palabras que encerraban tanto el cariño por el agro como propósitos nacionales: "Al hablar en Chile sobre la forma de levantarnos espiritual y económicamente, estuvimos conformes en que había que empezar la tarea por la clase agrícola, que tan abnegadamente desempeña la función matriz en el desenvolvimiento colectivo, y fundar la escuela rural".
No hay que tener mucha imaginación para comprender que en esas palabras confluían los recuerdos de Montegrande, colgado entre los cerros áridos del valle de Elqui, y de Pocuro en medio de las fértiles tierras de Aconcagua.
En su vida misma, Aguirre Cerda vivió ligado al mundo del agro, tanto en sus propias tareas como en las iniciativas de los hacendados. Fue copropietario de la viña Conchalí y dirigió sus trabajos. Desempeñó cargos y comisiones relacionados con la agricultura. En 1910 fue representante oficial en el Congreso Internacional de Agricultura en España, organizó en 1931 el Sindicato Nacional Vitivinícola, y el Congreso de Agricultura en Temuco el año 1934, y también el Congreso del Vino y la Exposición Nacional en Santiago.
Los viajes por el extranjero le pusieron en contacto con nuevas realidades. En 1918 visitó en los Estados Unidos varias universidades y colegios, dado su interés por las materias educacionales. En Francia conoció los trabajos del campo, pero fueron los de Dinamarca y Checoeslovaquia los que llamaron más su atención por las políticas y las formas de organización en todo el proceso productivo y la comercialización. Los países de Europa gozaban de un extraordinario desarrollo en la producción agroganadera, debido en gran parte al propósito de superar el deterioro y la pobreza dejados por la Primera Guerra Mundial.
Al mismo tiempo, reunió una cantidad enorme de informes, publicaciones oficiales, impresos de congresos técnicos y libros relativos a las materias rurales, la industria derivada, los medios de transporte y la concurrencia a los mercados. Casi no hubo aspecto directo o relacionado con el campo que no le interesase.
El conocimiento de la agricultura chilena descansaba no sólo en experiencias directas y concretas de quienes se dedicaban a ella, sino también en estudios y recopilación de antecedentes que algunos tratadistas habían vaciado en diversas obras, existiendo, además, publicaciones gremiales periódicas, sin contar las de carácter público.
Entre los libros de varios autores, había estudios de indudable categoría. Uno de los más generales y globales era el de Teodoro Schneider, La agricultura en Chile en los últimos cincuenta años, (Santiago, 1904) aunque adolecía de cierta superficialidad. Más analítico y amplio en los enfoques era el de Moisés Poblete Troncoso, El problema de la producción agrícola y la política agraria nacional, (Santiago, 1919), que abarcó la estructura de la propiedad y su incidencia en la producción, señalando los inconvenientes de la excesiva concentración, los problemas sociales, las formas de organización de la explotación y el ausentismo.
Importante fue la aparición de La Caja de Crédito Hipotecario, Santiago, 1912, dos volúmenes, debida a Luis Barros Borgoño, director de la institución, que fue el organismo oficial de más amplia cobertura en los préstamos agrícolas.
Antiguos estudios, de carácter breve, habían sido aportados en relación con el trabajo y la vida de los campesinos, que fueron publicados a raíz de la Exposición Internacional efectuada en Santiago en 1875. Uno de ellos se debía a Lauro Barros, titulado Ensayo sobre la condición de las clases rurales en Chile, y otro a Marcial González, Condición de los trabajadores rurales en Chile.
Muchos otros aportes sobre los trabajos, forma de organización, comercio, colonización y crédito se debieron a diversos autores, cuyo detalle sería muy largo.
No pueden dejar de mencionarse varias publicaciones periódicas que contribuyeron con informes y estudios de todo tipo, editados por organismos gremiales y estatales. Una de los más antiguas fue el Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura, que comenzó a ver la luz pública en 1869 e incluyó toda suerte de temas relativos al quehacer rural. La misma entidad publicó Congreso Agrario Regional de Concepción, Santiago, 1925. Por su parte, la Inspección General de Tierras y Colonización publicó sus memorias entre 1899 y 1913.
El Congreso Industrial y Agrícola editó con el mismo título, dos obras sobre el evento que propició en Santiago en 1899 y en Talca en 1905, que fueron novedosos en cuanto informaban de la industrialización de productos agrícolas, un tema que preocupó a Aguirre Cerda.
Todas las publicaciones mencionadas debieron ser conocidas de nuestro personaje y del mismo modo las obras nacionales y extranjeras relativas a la economía en general, con sus ideas abstractas y teóricas; pero hay que reconocer que ellas no orientaron tanto sus ideas sobre la agricultura ni la industria, porque lo que primó en él fue el conocimiento directo de esas actividades y muy especialmente la observación y la información que recogió en los países del viejo mundo y en los Estados Unidos.
No se dejó llevar por la especulación de los teóricos ni las ideas revolucionarias, porque era un hombre pragmático que en la meditación apacible dejaba decantar sus ideas. Hay que imaginarlo en el retiro de su casa y de su estudio, robando tiempo al ajetreo de la política y de las actividades profesionales.
El problema agrario, bastante extenso y detallado, no es tanto un estudio de las labores concretas del campo y de sus elementos técnicos, como podía ser el uso de abonos, la selección de especies vegetales y animales, los métodos de cosecha, la mecanización ni otros mil temas que eran conocidos, sino más bien la organización que debía conducir a la realización de tales funciones, a la capitalización de los productores y por ende al progreso del país.
Al comenzar su escrito, el autor manifiesta su propósito de poner el énfasis en los aportes que los intelectuales y los científicos habían realizado en los últimos tiempos para el desenvolvimiento económico y social, en parte sólo por el idealismo y por el bienestar humano y en parte para favorecer el progreso nacional y la hegemonía internacional de sus países.
Había un desequilibrio manifiesto entre ese esfuerzo particular y el del Estado para promover la ciencia y la técnica. "Los gobiernos, ya por insuficiencia de comprensión del progreso, ora por desconfianza en el valor utilitario de la ciencia, o por principios políticos nacidos del concepto liberal de gobierno, han seguido y aprovechado casi siempre con retardo la maravillosa evolución de la actividad particular, que muchas veces ni siquiera han tratado de coordinar para aumentar su eficacia".
Nos engañaríamos, sin embargo, al creer que se refería a la aplicación práctica de nuevas técnicas en las tareas de la agricultura y la ganadería, que seguramente daba por concedidas, sino que se refería a aspectos organizacionales que favorecieran el abaratamiento de la producción, la competencia, la concurrencia al mercado y la comercialización. Con ello se favorecería a los hacendados, los campesinos y al país entero.
villalobos obtuvo el Premio Nacional de Historia en 1992. algunas de sus obras más conocidas son "Historia del pueblo chileno" y "Chile y su historia".
Aguirre Cerda quedó marcado por sus primeros años de vida rural.
Época e Ideas de Aguirre Cerda
Editorial USS
406 págs.
$ 16 mil.
Por Sergio Villalobos
EL PROBLEMA AGRARIO
alfonzo gonzález ramírez
Museo histórico nacional
Publicado en París en 1929, el vasto ensayo
titulado El problema agrario fue suscrito con el modesto título personal de profesor de Estado