Hoy celebramos a la solemnidad de la Santísima Trinidad, probablemente muchos tengan o manifiestan cierta confusión respecto de esta condición de Dios, que siendo uno, se le reconoce como Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir Uno y Trino, pero más que confusión, por tratarse de un misterio es fundamental que sea la fe, la que nos termine por aclarar las posibles dudas.
En efecto en el Antiguo Testamento no encontramos la figura de Jesús, pero que configuran el amor manifiesto de Dios que en la historia establece alianzas con su pueblo para encaminarlos a la salvación, es lo que conocemos como el misterio de la Encarnación, "Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14), esto quiere decir que Dios se transforma en persona humana que es Jesús y asimismo la segunda persona de la Santísima Trinidad.
El domingo recién pasado celebramos la Fiesta de Pentecostés y fue la oportunidad para rememorar la venida del Espíritu Santo, en ella tanto el Padre como el hijo se hacen presentes tal como lo había prometido Jesús a sus discípulos en la última cena, "Mi padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad" (Juan 14:16).
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, desde el día en que los discípulos recibieron el Espíritu de Dios, no tuvieron más miedo y salieron a predicar la vida y enseñanzas de Jesús. Comenzaron a bautizar a todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En este misterio que hoy celebramos, todos los bautizados nos reconocemos hijos de Dios, Uno y Trino. Cada vez que nos encomendamos al Señor, hacemos la señal de la cruz y reconocemos el misterio de la Santísima Trinidad, decimos "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", es decir invocamos al Padre de quien provienen todas las cosas, El hijo en el corazón, recordando su amor y muerte por nuestra salvación y finalmente en el Espíritu Santo con la señal en nuestros hombros que nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo.