Casi un siglo después de la rebelión continental de Tupaq Amaru -que en tierras loínas tuvo como protagonista al héroe Tomás Paniri-, en medio de las ruinas de la quebrada de Ayquina, y en medio del fuego cruzado de 3 países hermanos puestos a pelear por el imperialismo británico, surge la leyenda y el llamado a la paz, la fe y la devoción a la Mamita de Ayquina. Mientras chilenos, bolivianos y peruanos cometían fraticidio entre sí, en nombre del siempre injusto y maquiavélico concepto de la guerra, surge esta historia de hermandad y este llamado de paz en tiempos violentos.
Tras el gran terremoto de 8.5 grados Richter que afectó nuestras tierras y gran parte del continente en 1868, comuneros de Ayquina y Turi compartieron techo en el bofedal, despoblando la quebrada, que sólo sirvió como punto de pastoreo. Uno de tantos niños ayquineños que ayudaba a sus padres pastoreando parte del ganado, de nombre Casimiro Saire, volvió a su casa a comentarles a sus padres el encuentro con una señora y un niño de tez blanca. Incrédulo, el pueblo entero baja a la quebrada a buscarlos, cuando descubren, en medio del chilcal, una imagen de la Virgen de Guadalupe. De inmediato comienzan las labores de reconstrucción del templo y del poblado, labores que se expanden sin pausa hasta nuestros días. Así fue como, desde el 8 de septiembre de 1879, comenzó el encuentro más grande de sincretismo y devoción en el Alto Loa.
De ahí a la fiesta simplemente creció. Participan más de 50 fraternidades de baile religioso. Están los bailes netamente andinos (diablada, kullawada, morenada, sambos, tobas, tinkus); y también otros bailes de fantasía, en su mayoría chuquicamatinos, que predominantemente bailan al compás del 2 por 3 (samuráis, chinos, hindúes, toreros, cosacos, etc.), creados cerca de la primera mitad del siglo XX.
El crecimiento del pueblo de Ayquina ha generado la legítima demanda por urbanización, y la masividad levanta el clamor popular por declarar al 8 de Septiembre feriado regional y facilitar la llegada de la gente. Devotos o no, quienes ya conocemos el santuario, lo admiramos y respetamos como parte de lo más profundo del alma loína.
Marco Antonio Zurita,
profesor de Historia