Junto a la cruz
Cuando era para gritar de rabia la sentencia dictada por Pilato, Jesús permanece en silencio.
Para donde uno mire encuentra gente cargada con su dolor a cuestas. Algunos esconden lo mejor que pueden. Otros lo disimulan con carcajadas. Otros lo ahogan en alcohol o lo evaden con la droga. Pero el dolor permanece. Está. Se siente. Se lleva. No termina.
Esta experiencia tan universal no se salta jerarquías. La gran diferencia, sin embargo, puede estar en la forma y en el sentido con que procuramos vivir nuestros dolores. Y en esto Jesús es verdaderamente maestro. Cuando todos habrían aconsejado alejarse de Jerusalén. Jesús decide subir a la montaña a enfrentar las acusaciones. Cuando una conocida lógica habría recomendado contestar la insolente bofetada de un soldado, Jesús no pierde la calma. Cuando era para gritar de rabia la sentencia dictada por Pilato, Jesús permanece en silencio. Su figura desnuda sobre el monte, mostraba con claridad el crimen que la humanidad había cometido. Sólo el que moría allí era inocente. Al lado del crucificado, hay una presencia tierna y pura. En medio de la agonía, una mujer le entregaba su apoyo y su oración. De pie junto a la cruz está su madre María.
Y muchas veces en nuestra peregrinaciones por el mundo, conociendo angustias y sufrimientos, se nos olvida esta mujer que está de pie junto a nosotros. Y tal vez por eso el dolor para tantos es más dolor y la soledad para muchos es aún más solitaria.
Nosotros podemos volver hacia ella especialmente en esta hora la mirada. En ella encontraríamos la fortaleza que nos hace falta para continuar nuestros caminos. En ella sentiríamos que nuestras lágrimas son enjugadas por su mano. Con ella seríamos valientes para pedir perdón y fuertes para perdonar. Con ella podríamos reconocernos hermanos sin temor a ser distintos, pero respetuosos de nuestras diferencias. Se necesitan de espíritus generosos, honestos, limpios y serenos. Hoy necesitamos meter las manos en el barro en que se modela nuestra convivencia y no andar con ella exquisitamente limpias pero inactivas.
Cada uno de nosotros puede acallar la palabra odiosa. Evitar la crítica mordaz. Hacer un gesto amable. Ser un poco más humilde, tender puentes, antes que cortarlos.