Chuquicamata es más que cobre
Cuando Chuquicamata se acerca a los cien años y su campamento se ha convertido en un pueblo fantasma, se resiste y se niega morir porque la memoria y los recuerdos allí dejados siguen vigentes en el alma de miles de chilenos que por allí transitaron o vivieron toda su vida.
El campamento abrió ayer sus puertas por sus 99 años y revivió con en los mejores años, mostrando su esplendor y su tranquila vida que tuvieron allí tantos mineros que lograron su máximo desafío de ser un miembro más de esta prestigiosa empresa estatal, como si se tratara de un trofeo.
Pero Chuquicamata no es sólo su campamento, ni tampoco su mineral, sino que un gran complejo minero que por muchos años fue el principal sostén económico de nuestro país, y que producto de estar bajo la administración de norteamericanos antes de ser nacionalizado, dejó una huella de características únicas que marcó positivamente a todos sus habitantes.
Vivir allí, lo hacía ser parte de un campamento modelo, tranquilo, con muchas comodidades y privilegios. Era un lugar ideal para desarrollar la vida diaria por lo menos a las familias con hijos menores y adolescente. Entre cerros y tortas se construyó un mundo social único, viviendas en su mayoría bien cómodas y amplias para lo que era en ese entonces nuestro país, con servicios que nunca faltaron para sus moradores.
Pero también lo distinguía por ser un gran productor minero, con sus gigantescas plantas, camiones y con su rajo abierto más grande del mundo.
Todo esto hacía de Chuquicamata el yacimiento minero que hacía sentir orgullosos a sus habitantes y a todos los chilenos.
Hoy, cuando los recuerdos comienzan a quedar atrás es justo que Chuquicamata sea considerado un lugar patrimonial, que se reconozca su gran aporte y generosidad que tuvo con sus moradores y para el país.
Chuquicamata ha dejado una huella profunda entre lo nortinos y todos de alguna manera estamos ligados a sus faenas productivas y a su campamento.