Es dramático no poder ver, caminar a oscuras y a tientas; no distinguir formas ni colores, no conocer el horizonte ni el paisaje, o tropezar reiteradamente por el camino. Cuando en la calle vemos a un ciego con su blanco bastón inseguro, a todos nos conmueve muy hondamente. Y sentimos deseos de solidarizar con él y de ayudarlo.

Sin embargo, creo que más dramática es la situación de quienes se niegan a ver no quieren hacerlo. Los hay. Y muchos. Sólo tienen ojo para ver los adelantos tecnológicos y el progreso de la ciencia. No quieren ver la miseria inhumana en que viven o sobreviven tantos hermanos nuestros . Hay quienes no quieren ver las realidades familiares; cierran los ojos al dolor que causan las separaciones matrimoniales, o el drama que viven los hijos cuando sus padres eligen ese camino, o las dificultades enormes que muchas veces tienen la convivencia conyugal.

Negarse a ver la realidad es negarse a amar. Como aquel hombre, que para no encontrase de frente con el herido del camino hace un rodeo y siguen de largo. Sí. Cuesta enfrentarse con el dolor. Casi instintivamente tendemos a alejarnos de él. Aparentemente es más fácil no mirar, no observar, no contemplar.

Una de las actividades preferidas de Jesús era hacer que los ciegos recuperaran la vista, que abrieran los ojos, que pudieran ver con nitidez lo que había en el camino, que conocieran la diversidad de los colores, que gozaran los múltiples paisajes del planeta y que disfrutaran con las distintas formas del rostro humano.

Jesús nos abre los ojos. Nos hace ver en lo profundo y no sólo las apariencias. Nos puede darnos la energía para ver, aunque nos resistamos o no queramos mirar a nuestro alrededor por miedo a comprometernos y a involucrarnos con la vida humana. Nos puede poner luminosidad en nuestros ojos y hacernos gozar del color, del horizonte y del paisaje. Aunque cueste.

Los que caminamos ciegos, porque no vemos o no queremos ver, ya sabemos a quién acudir.

Que el centro de la ciudad es poco atractivo no cabe duda, por lo que es necesario innovar y buscar la manera de hacerlo más atractivo. Ese es el proyecto que hoy se proponen las diferentes autoridades locales y el sector privado junto al consorcio Calama Plus y busca recuperar espacios para poder hacer un recorrido que haga más atractivo el casco histórico y a la vez que se convierta en el punto de encuentro de la ciudadanía y del turista que visita la zona.

Para ello, la plaza, el paseo Ramírez que se extenderá hasta Balmaceda, el Mercado y los recintos culturales del paseo como el Teatro y el Estadio Techado, debieran convertirse en sitios de encuentro cultural, potenciar el comercio propio de la zona y promover las tradiciones de la zona.

Para ello se requerirán profundas transformaciones y dejar de lado la improvisación para dar paso a la planificación y la utilización de diseños arquitectónicos modernos que nos lleven a aciertos y no sólo a buenas intenciones.

Es más. Se proyecta también incluir a la actual estación del ferrocarril, realizando un by-pass por el lado oriente para dar continuidad a la avenida Balmaceda. Así también este lugar que dio origen a la ciudad también se sumaría como un patrimonio a visitar dentro del proyecto para rescatar el casco histórico.

De esta manera iremos dando una mayor fuerza a nuestra ciudad, con puntos que sean claramente identificables y que sean del agrado del visitante.

Pero para ello, no podemos seguir vendiendo completos en el paseo Ramírez o llenarlo de mini stand que venden telefonía móvil o televisión digital.

Se requiere hacer un centro más en serio, donde el comercio también haga una importante contribución.

De esta manera iremos haciendo una ciudad que no sea sólo de paso o dormitorio para los contratistas que trabajan de la minería.

Los que vivimos en ella, tenemos la responsabilidad de hacer más atractiva y que tenga su encanto como lo tiene cualquier ciudad del mundo.