Una Ciudad es un ente vivo. Nace, crece, enferma, aprende, se transforma y evoluciona. Tal como lo hace un ser humano en su vida, salvo que muy pocas veces las ciudades mueren.

Hablar de un país desarrollado implica primero asumir y luego construir ciudades sustentables que puedan mantener su existencia en el tiempo sin depender de una bonanza económica temporal asociada a extracción de recursos. Significa hacer propio todo su territorio con una identidad reflejada en su infraestructura y en la protección de su naturaleza.

Se vislumbran importantes esfuerzos para resolver temas relevantes que tienen que ver con la desigualdad que vive el país, como por ejemplo la educación y la distribución de la riqueza, los que muy bien se han asumido como temas trascendentales. Sin embargo, algo fundamental y sumamente importante se está quedando en el tintero: El desarrollo equitativo de ciudades.

Creo que no hace falta escribir lo que le ha pasado a Calama por décadas y otras varias comunas que hoy, en pleno siglo XXI, llamamos 'de sacrificio'. Se ningunea a las provincias cuando se presentan proyectos y planes estratégicos para su desarrollo sustentable y en definitiva para que puedan disminuir esa significativa brecha en calidad urbana que las separa de Santiago.

Constantemente vemos anuncios de nuevas inversiones para el Transantiago, nuevas líneas de metro y hasta parques sobre las autopistas en Santiago. En Antofagasta vimos cómo se transformó la avenida costanera, la puesta en valor de su casco y edificios históricos, y hasta playas artificiales; mientras tanto para Calama resulta irrisoriamente dificultoso sacar adelante proyectos bien concebidos para potenciar su futuro con una identidad desde lo urbano y desde su oasis; en equilibrio y acorde a su realidad económica.

Tal vez Calama en 10 años más tendrá mejor educación, ingresos mejormente distribuidos, y plantas de energía renovables a su alrededor, pero si no hay voluntad para sacar adelante los proyectos claves para su desarrollo sustentable, seguiremos viviendo en una ciudad pobre en su fisionomía y denotando la desigualdad que existe en este país en materia de ciudades.

En el último tiempo el Paseo Ramírez y gran parte del centro de la ciudad se han visto convulsionados con el surgimiento de un gran número de comercio ambulante, que sumado a los muchos artistas en sus más variadas formas y a los locales que sacan sus bocinas para llamar la atención de los transeúntes, termina convirtiéndose en una especie de feria donde se pierde el sentido de un paseo peatonal.

Aquí no se trata de extirpar de raíz a los ambulantes y hacer desaparecer a todos los músicos, pero sí de ordenar el centro, de poder reducir la proliferación de ambulantes y distribuir mejor a quienes muestran algún tipo de arte por dinero.

El paseo debe tener un sentido y nos imaginamos que es para que la población pueda distraerse, desplazarse tranquilamente y incluso reposar al aire libre.

Pero dada las condiciones del lugar, resulta mejor pasar rápido sin que lo deje sordo un amplificador o que una gitana quiera verle la suerte.

La autoridad tiene la obligación de dar un orden y colocar las reglas de cómo funcionará el paseo.

Otro aspecto que también está generando dificultades entre quienes trabajan o circulan por el lugar es el alto número de parlantes sonando al mismo tiempo en un corto trecho lo que finalmente genera un ruido que no resulta agradable para nadie.

Estamos a tiempo de poder revertir esta situación, considerando que es nuestro principal paseo y que su estrechez no permite saturar de artistas y comercio ambulante el lugar.

Se debe considerar que próximamente este paseo será transformado y prolongado hasta avenida Balmaceda. Es importante entonces establecer un ordenamiento adecuado para que cumpla realmente su objetivo y no se convierta en una feria.

El Paseo Ramírez con su próxima intervención debiera convertirse en un gran atractivo tanto para peatones como turistas que visiten nuestra ciudad y para que realmente sea un aporte al desarrollo urbanístico de Calama.