No muy lejos de Calama existen sitios de gran belleza y atractivo aún no explotados para el turismo. El poblado de Chiu Chiu, con su antigua iglesia, el valle y pukará de Lasana, Ayquina, las vegas de Turi son sólo una muestra de los sitios que pueden visitarse sin que demande mucho tiempo en los trayectos.
Las distancias no superan los 80 kilómetros lo que asegura que en un día se pueda viajar, realizar entretenidos recorridos y luego regresar a descansar a Calama.
Entonces estamos frente a un potencial que si se explota bien puede transformarse en un polo para generar ingresos y fuente laboral para los habitantes del Alto El Loa. Algo que no se ha hecho hasta hoy principalmente por falta de buenos accesos y acuerdos con las comunidades indígenas de estos sectores.
Punto importante y que debe resolverse con mucho diálogo con los oriundos de la zona. Son ellos los que por años han protegido esos lugares que forman parte de su cultura y del recuerdo de sus antepasados.
Entonces se entiende que no estén del todo dispuestos a abrirse a una política turística agresiva sin que se tomen las precauciones que ellos estimen.
Por este medio los representantes de las comunas indígenas del Alto El Loa, manifestaron que su desarrollo no pasa por el turismo al estilo de San Pedro de Atacama sino por un sistema mucho más incluyente y que les permita decidir los más ventajoso y lo menos dañino para sus comunidades. Junto a ello determinar restricciones a lugares importantes para sus tradiciones y costumbres.
El Convenio 169 de la OIT, el cual suscribió nuestro país, exige la consulta a las comunidades indígenas respecto a las actividades que se realicen en los sitios que ocupan o que los afecten su desarrollo. Es decir, no están pidiendo más que cumplir con los convenios y ser considerados.
Lo trascendente es que se logren los puntos de acuerdo, porque sería muy positivo para levantar algunas zonas que luchan contra la soledad y el despoblamiento y que necesita una fuente para su desarrollo.