Les invito a imaginar los momentos que vive el medio oriente, un Israel en guerra, y un pueblo Palestino, rival del denominado: 'Pueblo elegido por Dios'. Cuesta comprender la historia, cuesta imaginar una franja de Gaza, llena de muertes y violencia, que desgarra aun los corazones más duros.
Cuesta imaginar dos pueblos hermanos, hijos de un mismo padre, naciones rompiendo su historia a jirones. Cuesta comprender el llamado de Dios a un hombre desconocido, pero con el corazón de Dios y una obediencia sin parangón, su nombre: Abraham padre de naciones.
Con Abraham ingresó la fe al mundo, esa fe que mueve montañas, que hace posible lo imposible. Ese creerle a Dios. Junto a la fe de Abraham ingresaron dos promesas, dos hijos, Ismael e Isaac: Ismael hijo de Agar la esclava, y una descendencia de doce tribus, e Isaac hijo de Sara la elegida y una descendencia de doce tribus. Abraham, Sara y Agar; mujeres madres de naciones, un padre Abraham, dos promesas, dos descendencias y veinticuatro tribus; en síntesis: el pueblo de Israel y el pueblo Árabe. Hoy estos hermanos continúan destrozando el futuro.
Con Moisés ingresa la Palabra de Dios a este mundo, que ya contenía la Fe, pero faltaba algo, el cumplimiento de una promesa que permanecía oculta desde el Génesis, una promesa llamada Jesucristo; si con Abraham entró la Fe; con Moisés, la Palabra de Dios y con Jesús la salvación eterna, para todo aquel que cree mediante esa Fe, en esa Palabra.
Con Jesús nace la Iglesia, no nacen doce tribus, no nacen pueblos para continuar la eterna guerra por un territorio con límites; nace una nación sin fronteras que ha de conquistar toda la tierra hasta llenarla, así como las aguas cubren la mar. La nación de los redimidos por Cristo, ha de ser aquella que dobla sus rodillas, que vive intercediendo por la paz y el verdadero conocimiento, que haga de los pueblos hermanos y beligerantes, parte de esta nueva nación, de esta nueva creación, cuyos ciudadanos somos los hijos de Dios, los nacidos de Cristo.