En medio de la fuerte batalla que existe entre las policías y quienes se dedican a traficar e internar droga en nuestra región, proveniente principalmente de países vecinos, no deja de sorprender la estrategias que utilizan los grupos de narcotraficantes que se instalan en las ciudades.

Por esta razón sorprendió la detención de una familia de traficantes que activó en su vivienda un sistema de televigilancia para protegerse de la policía y para velar por la droga que ocultaban en su propiedad.

Esta situación demuestra que en muchas oportunidades estos grupos criminales van más adelantado que los propios sistemas de seguridad antinarcóticos.

Por ello, creemos que tanto el Plan Frontera Norte y todos los organismos dedicados a desbaratar el tráfico requieren de las últimas tecnologías y recursos para poder hacer frente a las técnicas que utilizan estos grupos, que cada vez buscan nuevas formas de lograr su objetivo para llevar la droga a sus destino.

Y para lograrlo se requieren recursos y además especializaciones que debieran realizarse en países que lideran este trabajo en el mundo, para poder contrarrestar en forma efectiva los métodos que están usando los nacotraficantes y que no escatiman en recursos para realizar sus operativos.

Consideramos que no sólo se requiere de una mayor vigilancia, sino que de información y conocimientos más efectivos para dar con la raíz del problema y no desgastarnos en pequeños decomisos, que distraen a un amplio contingente.

La comunidad muchas veces considera que es una batalla perdida cuando gran parte de la población ha optado por acceder a este tipo de drogas y cuando muchos pobladores deben convivir a diario con traficantes y familias completas dedicadas a este oscuro negocio.

Pero la comunidad debe tener un papel más protagónico frente a este problema y aportar todos los antecedentes necesarios para contribuir en la ubicación de estos grupos que tienden a mimetizarse en sectores residenciales.

Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Juan 3:17. La tradición católica acarrea una confusión profunda sobre la cruz de Cristo. Es tratada como un mal necesario, como un procedimiento humillante al cual toda la humanidad debe someterse para acceder a la salvación. En la cultura católica, predominan la oscuridad, la frialdad y la tristeza como virtudes a cultivar. Quien no se dedica a la penitencia ahora, la pagará después. Eso se cree, al menos. Es una religión malsana de masoquismo y latigazo.

Nuestra Vía Crucis es dramática. Las mandas se pagan de rodillas ensangrentadas. Los misterios dolorosos son el alma del rosario. La iconografía barroca retrata un salvador que quedó pegado en la etapa más tortuosa del suplicio. Hemos aprendido a idolatrar la muerte, como si fuera una diosa, hambrienta de vida humana. Intentamos aplacarla con sacrificios y lamentos, pero no resulta. La muerte se lleva la alegría y la esperanza. La necrolatría religiosa nos tiene eternamente condenados a este valle de lágrimas.

Muchos creen que es la voluntad de Dios. Se dedican a enseñar eso a la próxima generación. Que distorsión más macabro. Que deformación de la buena noticia. ¿Qué pasó con la belleza, la bondad y la compasión infinita? ¿Qué pasó con el Reino de Cristo Resucitado?

Santamente, la cruz de Jesús se entiende como la consumación de su pasión por la humanidad. Tanto amó al mundo que, ni amenazado de muerte, desistió. Eso no quiere decir que su muerte es la voluntad del Padre. Fue el plan de los maestros de la ley. Fue intriga de Poncio Pilato. La voluntad del Padre es vida en abundancia.

La devoción a la Santa Cruz correctamente comprendida es un homenaje a la muerte superada, a la victoria sobre el sufrimiento, al triunfo sobre el odio y la arrogancia. Adoramos a Cristo en cruz, no por rendir culto a la muerte, sino por reconocer un amor tan fuerte que venció a la muerte. Ese amor es un ejemplo a seguir.

Contemplando a Cristo por delante y puesto en cruz, nos damos cuenta que la victoria sobre la muerte está asegurada. La hora más oscura es cuando más crecemos. El hombre moderno necesita escuchar ese evangelio.