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"St. Vincent", o el regreso triunfal de Bill Murray

Cine. Este 22 de enero se estrena en todo Chile la película por la que el actor podría obtener su segundo Globo de Oro. Se trata de una comedia dramática en la que interpreta a un borracho malhumorado que estrecha lazos con un niño abandonado.
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A Bill Murray le quedan bien los papeles protagónicos hechos a medida, esos que parecieran haber sido escritos únicamente para su lucimiento. Como el de "St. Vincent", una comedia dramática que llegará a salas chilenas el 22 de enero tras definir su suerte en los Globos de Oro, donde compite por Mejor Película, Comedia o Musical y Mejor Actor (ya obtuvo este en 2004 galardón por "Perdidos en Tokio").

La nominación es más que merecida. Murray, de 64 años de edad, está tan bien como en "Perdidos en Tokio" (Sofia Coppola, 2003) y "Flores rotas" (Jim Jarmusch, 2005), por nombrar algunas de sus mejores cintas, y el director Theodore Melfi parece fascinado con los alcances de su singular y característica inexpresividad. Así se explica, por ejemplo, que se de el gusto de ponerlo a cantar frente a la cámara "Shelter from the Storm", de Bob Dylan, mientras corren los créditos finales. Porque sí. Solo porque es Bill Murray.

El santo bebedor

Jugando en los límites de la comedia familiar y la incorrección, la cinta narra cómo un tipo misántropo recupera la humanidad gracias a un niño. Se trata de Vincent, ex combatiente de Vietnam borracho, endeudado y malhumorado que se convertirá en el babysitter accidental de su pequeño vecino, abandonado por una madre que debe trabajar todo el día como enfermera para poder sobrevivir. Esta es interpretada por una Melissa McCarthy ("Damas en guerra") alejada del histrionismo exuberante al que no tiene acostumbrados.

El foco estará puesto entonces en estos dos personajes solitarios y dejados de lado que, a fuerza de choques y gags eficaces, aprenderán a aceptarse. Y más que eso: fiel al manual de las "buddy movies", la cinta mostrará cómo uno irá influenciado al otro.

"St. Vincent" se impone así como una pequeña fábula sobre la tolerancia, sazonada con un puñado de buenos personajes secundarios, entre ellos, Naomi Watts como una stripper rusa y el irlandés Chris O'Dowd haciendo de cura.

Pero obviamente la estrella es aquí un Bill Murray tan parco como gracioso, que se reserva las mejores líneas. Lo veremos hablando incoherencias en la barra de un bar, bailando Jefferson Airplane frente a una rockola o desplazándose por las calles de Nueva York como un zombi alcoholizado. Y aunque lo reconocemos perfectamente -al fin y al cabo es un ícono-, le creemos todo. Porque Murray nunca se vio tan genuinamente marginal.

Es que el caso del comediante que se crió en las pantallas de "Saturday Night Live" es especial, por decirlo de alguna manera. Aunque chapotee entre el cine independiente y lo más comercial de la industria, parece impermeable a las artificialidades propias de las celebridades. Por algo la revista "Variety" lo bautizó recientemente como "la anti-estrella de Hollywood que es, al mismo tiempo, una estrella de Hollywood".

Nadie mejor que él entonces para ser cómplice de Melfi en su exploración por los territorios de los desplazados, esos que no vemos en las postales turísticas de NYC. Vincent sobrevive a duras penas -y con los puños en alto- en la trastienda del sueño americano, lidiando con la gran paradoja de haber servido a su país en la guerra. Es otro "white trash" con saldo negativo en su cuenta corriente, un marginado más en la ciudad de los emperadores financieros.

Pero el director no está particularmente interesado en denuncias sino que en relaciones improbables y emociones reservadas para el acto final. Porque "St. Vincent" es una película con el corazón bien puesto, una historia agridulce sobre soledades cruzadas y mártires anónimos que esconden su santidad detrás de un evidente desencanto.