En la Iglesia actual, existe una cultura de exclusión. Las parroquias, movimientos y comunidades suelen formar grupos cerrados, y muchos creen que así tiene que ser. Sólo algunos tienen derecho a usar la camiseta. Sólo los elegidos pueden acercarse a la mesa. Sólo los amigos y parientes pueden saber el día, la hora y el lugar de la celebración.
Cuando hay proyectos nuevos, no se habla de convocar, sino de seleccionar a los participantes. No se invita a la multitud, sino a los conocidos de siempre. La puerta está abierta, técnicamente, pero a los de lejos, se les mira con desconfianza. Se les trata como extraños. Se les cuestiona su estilo y, tarde o temprano, se sienten incómodos y se van.
Es difícil saber por qué es así. Probablemente, hay muchas explicaciones. Por una parte, está la fuerza de la costumbre. Para muchos, la exclusividad es una rutina recibida como por herencia. Los actuales integrantes de comunidades y movimientos llegaron seleccionados por su prestigio, o por sus cualidades aparentemente óptimas. Llegaron por sus vínculos familiares, o por sus amistades y sus contactos. Entonces, "fieles" al método, reproducen lo mismo. Creen que siempre ha sido así. Creen que Jesús lo hizo así.
Sin embargo, el evangelio da testimonio de otra cosa. Jesús invita para su casa a personas que no conoce. Escoge a sus discípulos de entre los pecadores y sencillos. Escandaliza a sus contemporáneos porque se sienta en la mesa a comer con los extraños. Luego, acompañado por los mismos, se dedica a la convocatoria permanente de una multitud hambrienta, olvidada y excluida; a la masa anónima sin talentos, ni cualidades, ni status alguno en el mundo.
No se utilizan los medios de comunicación. Las actividades fracasan miserablemente, y se culpa a la multitud, por no haberse informado. ¿Cómo se va a informar la multitud, si ni sabe que hay de qué informarse?
Adoptemos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El Maestro convidaba a los extraños sin cuestionar motivaciones. Los formaba para convocar y servir, con especial devoción, a la multitud excluida y olvidada. Esa es nuestra fe. Esa es nuestra esperanza.