Convertirse y creer
La fe se ha ganado muy mala fama en los siglos recientes. Si uno pregunta a cualquier persona en la calle, te va a decir que la fe es creer en cosas absurdas e irracionales, sin fundamento. Que es darle prioridad a la superstición por sobre la ciencia, al mito por sobre la experiencia, al cuento por sobre la observación. Es preferir al miedo por sobre la confianza del ser humano en sí mismo. El famoso salto de la fe es saltarse las razones para llegar al cielo. La religión, en ese escenario, se reduce a la magia. No es ético ni espiritual. Es un método para manipular a los ángeles y demonios. Rito y rezo son elementos del Play Station celestial.
Muchos creen que la fe es enemigo de los impulsos, que sólo sirve para reprimirlos, y en algunos casos, para eliminarlos completamente. No se conocen impulsos buenos. El cristiano formado por la televisión te va a explicar que la fe es una opción por la ceguera voluntaria. Te va a decir que creer significa ponerse cadenas y olvidarse de hacer las cosas que uno quiera. Si se trata de una persona que tiene que asumir responsabilidades, te va a decir que la fe está bien para la abuelita, pero que el hombre hecho y derecho tiene que subirse a la camioneta, tomar el manubrio y gestionar el acontecer, sin atados, rollos ni prohibiciones arbitrarias.
Pregunta por la fe, y si tu entrevistado es un hombre moderno (pero todavía no ateo), te va a decir que es cosa de cada uno, tan personal como para ser incomprensible para los demás. Su religiosidad existe en un universo solitario. Así, cada loco con su tema. El respeto por las creencias ajenas se reduce a tolerancia. No le molesto para que no me moleste. Si la fe no es más que una puertecita secreta por la cual uno se escapa a su propio mundo de fantasía, entonces, no sirve para los discípulos de Jesús. Su llamado a convertirse y creer en el evangelio tiene cualidades y características definitivas. Es una invitación a mirar al mundo real desde la perspectiva de un Padre que ama incondicionalmente. Su convocatoria es una oportunidad para involucrarse en la realidad concreta a partir de la nueva prioridad del amor al prójimo. El Reino de Dios es una propuesta auténtica de salvación, justicia y paz.