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Bill Withers, el "desconocido" que llegó al Salón de la Fama

música. Admirado por Michael Jackson, sampleado por Kanye West y top en el ranking de los 70, este cantante es el único que abandonó toda la fama sin dar explicaciones. Esta es su historia.
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Cuando presenten a Bill Withers (1938) en la ceremonia de inducción del Salón de la Fama del Rock and Roll, este 18 de abril, seguramente merecerá más explicaciones que Lou Reed, Green Day o Ringo Starr. Incluso más que el guitarrista Stevie Ray Vaughan o Joan Jett. Todos ellos, flamantes miembros del premio de la industria discográfica. Allí se reconocerá también a los pioneros del rock and roll, The "5" Royales y los canadienses The Paul Butterfield Blues Band

Pero Withers es otra cosa. Un cantante de soul que en los 70 pudo haber terminado como el nuevo Marvin Gaye o perdido por décadas como Sixto Rodríguez (inmortalizado en "Waiting for sugar man"), pero que prefirió abandonar el mundo del espectáculo en su mejor momento y volver a una vida normal. Algo que muy anti-Salón de la Fama, por cierto.

Es cosa de buscarlo en Spotify o Youtube. Canciones como "Ain't no sunshine", el gospel "Lean on me", la funky "Lovely Day" o "Just the two of us" han aparecido en películas o series, desde Los Simpsons a Austin Powers, de "Girls" a "The Hangover". Michael Jackson, McCartney o Mick Jagger se han desecho en elogios. Kanye West o Jay Z y Tupac Shakur lo samplean. Hasta Tiro de Gracia usó sus canciones en "El juego verdadero".

Y él, que publicó su último álbum en 1985, acepta alegremente los derechos de autor, como legítima ganancia por su trabajo. Pero no va a andar pidiendo reconocimiento, colaborando con estrellas de bachata o planeando giras para sentirse más vivo.

Y eso es una decisión ejemplar, que estremece aun más al enterarnos que tuvo una infancia dura: un profesor lo trató de "enfermito", ya que era tartamudo y asmático. Eso lo insegurizó profundamente para toda su adolescencia. Quería empezar de nuevo, y por eso se inscribió a los 17 en la Armada. Estuvo una década allí. Luego instaló baños en aviones comerciales. Vivencias nada glamorosas que lo hicieron componer canciones de resistencia, duras de forma y entrañables de fondo.

En "Grandma's hands", dedicada a su abuela -la única que creyó en él- cuenta cómo sus manos salvaban a los chicos de ser golpeados por los grandes, señalaba "no correr tan rápido" para no caer "en suelos de vidrio" y pedía encomendarse a las manos de Jesús. En apenas dos minutos ya ofrecía un estupendo retrato de la sabiduría latente en la comunidad afroamericana de Virginia, donde nació.

Y él es fiel heredero de esa mirada: "Una de las cosas que siempre les digo a mis hijos es: 'Está bien dirigirse hacia lo fantástico, pero de camino hay que pasar por el no está mal. Y cuando llegues a no está mal, echa un vistazo y acostúmbrate, porque a lo mejor eso es lo más lejos que vas a llegar'".

Su disco debut -grabado con una guitarra comprada el año anterior- "Just as I am" (1971), lo mostraba sonriente, con una polera amarilla y de jeans. Sin haber tocado nunca en vivo ni tener trabajo estable, terminó ganando un Grammy por "Ain't no sunshine". Un inesperado blues orquestado y con su característico "i know, i know, i know", repetido hasta el infinito. Ni siquiera tenía introducción, algo que Adele retomó en "Rolling in the deep", después de todo, un homenaje a Withers. "Si nadie te impone sus reglas, puedes hacer una canción sin introducción", explicó él.

Empezó a ganar dinero, a ser invitado a late shows, a viajar al extranjero, y a conocer a famosos. "Una palabra nueva entró en mi vida: bonito. Al parecer, te vuelves bello de inmediato cuando tienes un hit". La cosa fue más intensa en 1972, cuando lideró los rankings R&B y pop con "Lean on me" y "Use me". Pero cuando pasa del sello Sussex a Columbia, las cosas se complican: lo obligan a vestirse y comportarse de determinada forma, empiezan a decidir por él y le preparan discos en los que no se siente muy involucrado. Como no era un jovencito, no se dejaba manipular muy fácilmente. Los abrazos de desconocidos (y desconocidas) tampoco lo entusiasmaban demasiado.

Pero su pelea no sólo era por la fama, sino también por algo más radical. "¿Me vas a enseñar tú la historia del blues? Yo soy el blues, estúpidos. Mírame. Soy de Virginia Occidental. Soy el primer hombre en mi familia que no trabajó en las minas de carbón. Mi mamá limpió pisos para ganarse la vida. Y ustedes van a venir a enseñarme sobre blues?", dijo en una entrevista. Puro orgullo de clase, pero algo de ofuscación de ver a otros hablando sobre una pobreza que él, efectivamente, vivió y que ahora, casado y con dos hijos, no olvidaba.

Hay un documental llamado "Still Bill" (2009), donde se emociona y reconoce no tener la personalidad de un artista y que no le salió muy bien su enfrentamiento con el glamour y el mercado a mediados de los 80. Decidió desaparecer en 1988. La gente le pregunta cómo pudo haber hecho algo así. El, relajado, ni siquiera se justifica. Sólo dice que sería muy triste fingir ser otra persona.

"La mayoría de la gente no sabe o no le importa quién eres. Creo que soy como las moneditas chicas; los tienes en el bolsillo, pero no recuerdas que están ahí. Nadie sabe quién soy. A veces digo quien soy y no me creen. También hay gente que no lo sabe, nunca lo supo y nunca le importó. No trabajo ese circuito en el que le recuerdas continuamente a la gente quién eres".

Withers, rodeado de estrellas de rock en plena actividad, parecerá una rareza. Pero quizá sea el único que sabe de verdad quién es.