Mediodía en el altiplano chileno, los rayos de sol no dan tregua y Felisa, fardo de alfalfa al hombro y premunida de un rústico palo que improvisa como bastón, inicia su habitual recorrido por los agrestes senderos que bordean sus chacras. En medio de la soledad y la aridez más absoluta, la mujer emprende la lenta caminata flanqueada por la majestuosidad de los macizos andinos Llullaillaco e Incahuasi. Nadie la apura, para ella no hay tiempo ni espacio. Felisa avanza imperturbable, sorteando piedras y matorrales para acudir al encuentro de sus papas, maiceros y siembras de quínoa.
En Socaire, pequeño villorrio emplazado a 86 kilómetros al sudeste de San Pedro de Atacama y a 3.500 metros sobre el nivel del mar, Felisa Celinda Mora Plaza ha forjado su prístina historia que ya sabe de seis décadas. Una historia que podría ser la de cualquier campesino atacameño, una vida de esfuerzo y aparente precariedad, donde el retorno económico no es lo esencial y los mercados mundiales se ven tan lejos como la luna.
Su manos morenas, surcadas por el trabajo perenne, portan la tradición labradora que iniciaran sus ancestros de la etnia lickanantay hace más de 5.800 años, y que también continúan sus seis hijos, hoy repartidos entre Socaire y el vecino pueblo de Peine. Con la sencillez propia de los habitantes de estas tierras, nos cuenta que además de tejer chombas y bufandas, es capaz de producir "todo lo que permite la poca agua que cae": quínoa, papa, maíz, haba, ajo, alfalfa, todos "regalos sagrados", dice. Sin embargo, Felisa sabe que el centro de atención es la quínoa, el cultivo que acapara las miradas del mundo entero.
En los últimos años los cultivos ancestrales de América del Sur han ido cobrando cada vez mayor relevancia a nivel internacional. Fue así como en 2013 fue designado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) como el "Año Internacional de la Quínoa", donde nuestro país jugó un papel relevante en el comité internacional que coordinó las celebraciones. Ante el desafío de elevar la producción de alimentos de calidad en un contexto de cambio climático, la quínoa -rica en proteínas, vitaminas, minerales y fibra- surgió como una alternativa insuperable para aquellos países que sufren inseguridad alimentaria.
Al igual que la papa, la quínoa fue uno de los principales alimentos de los pueblos andinos preincaicos y lo sigue siendo en la actualidad. "Mis abuelos y tatarabuelos ya sabían de sus propiedades nutritivas", dice Felisa, "por eso era uno de sus alimentos preferidos". Pero este pseudocereal no solo puede desempeñar un papel importante en la erradicación del hambre, la desnutrición y la pobreza, sino que además ha encontrado un lugar en la gastronomía gourmet e incluso en la industria farmacéutica.
Sus granos se tuestan y con ellos se elabora harina, con la que se fabrican distintos tipos de pan. También pueden ser cocidos y añadidos a las sopas, usados como cereales, pastas e incluso se fermentan para obtener cerveza o chicha, bebida tradicional de los Andes. Cuando se cuece, la quínoa toma un sabor similar a la nuez, razón por laque es muy requerida por los chefs internacionales, quienes aprecian su gran versatilidad a la hora de cocinarla y combinarla con distintos alimentos, tanto en platos fríos como calientes.
Rescate y valorización
Ya sea por razones de seguridad alimentaria, búsqueda de una alimentación saludable, o simple placer por la "buena mesa", lo cierto es que este "boom" por los alimentos ancestrales ha abierto interesantes oportunidades para quienes los producen. Y Chile está respondido al desafío. Actualmente son muchas las instituciones que desde distintos ámbitos, tanto públicos como privados, se están articulando con las comunidades de productores, haciéndose cargo del enorme potencial que posee el país en materia de patrimonio agroalimentario.
Una de ellas es la Fundación para la Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura (FIA), que en el marco de su línea estratégica orientada al rescate y valorización de productos con carácter patrimonial, desde el año pasado se encuentra apoyando una serie de iniciativas que por primera vez buscan poner en valor variedades y preparaciones tradicionales de nuestra tierra, como el merkén, la murtilla y el maqui en el sur, o el tomate limachino en la zona central.
Ahora es el turno del norte grande, donde la quínoa y la papa atacameña hace rato vienen brillando con luces propias. Sin embargo, sin apoyo del Estado y de organismos técnicos, los productores campesinos no tienen ninguna posibilidad de acceder a mercados de alto valor.
A Felisa el asunto no le quita el sueño, pero confiesa que le gustaría poder producir más quínoa o quizás llevar sus papas rosadas, amarillas y moradas a lugares que para ella no son más que extraños nombres en un mapa. Hoy sin embargo, sus volúmenes -que en el caso de la quínoa no superan los 200 kilos por hectárea- son absolutamente insuficientes para una empresa como esa.
Aunque así parezca, en el páramo altiplánico Felisa Mora no está sola. En las milenarias aldeas desperdigadas por la Puna de Atacama habitan decenas de agricultores indígenas, que en esta época permanecen en las planicies que miran al gran salar, aislados del mundo, lejos de redes comerciales, casi invisibles, a la espera de sus compradores, turistas de todos los rincones del planeta que a diario peregrinan hasta Socaire, Talabre, Peine, Toconao y otras localidades de la zona en busca de sus productos que, tal como lo hacían los antiguos lickanantay, cultivan de manera completamente orgánica.
A juicio del director ejecutivo de FIA, Héctor Echeverría, la realidad de los agricultores atacameños es paradigmática de la producción campesina en Chile.
"Más allá de sus sencillos objetivos de vida, resulta evidente que para los agricultores de menores recursos vender sus productos en el mercado formal constituye una verdadera quimera. Por eso, asociarse, articularse con entidades técnicas y optar a financiamiento de instituciones públicas les ofrece la oportunidad de contar con canales de comercialización y distribución que impulsan su crecimiento".
Proyectos
El primero de los proyectos busca valorizar la quínoa atacameña a través de su caracterización, elaboración de productos funcionales y fortalecimiento de las cadenas de comercialización, mientras que el segundo hará lo propio con las distintas variedades de papa cultivadas por las comunidades del Área de Desarrollo Indígena "Atacama La Grande".
En opinión de Héctor Echeverría, el rescate y puesta en valor del patrimonio agroalimentario del país hoy constituye una tarea insoslayable, particularmente porque estos productos en su gran mayoría se encuentran en manos de pequeños agricultores, muchas veces de comunidades indígenas, como es el caso de la quínoa y la papa atacameña. "Por eso, nos hemos trazado como objetivo ayudarlos a mejorar sus producciones y entregarles herramientas para que puedan acceder a canales de comercialización y mercados que aprecien productos nutracéuticos y con valor agregado".
El Consejo de Pueblos Atacameños agrupa a las 18 comunidades indígenas que habitan en las inmediaciones del salar de Atacama. El alto nivel de organización que han logrado, ha facilitado los estudios y análisis preliminares realizados por FIA y las entidades técnicas a cargo de los proyectos. Más que "beneficiarios", los campesinos altiplánicos serán actores protagónicos en la ejecución de los proyectos, aclara su líder y presidente, Antonio Cruz.
"Iniciativas de este tipo se inscriben en la línea planteada por nuestra agrupación, que contempla tres pilares de desarrollo: educación, innovación e investigación, y nos parece de suma importancia que a través del trabajo articulado entre las comunidades, el Estado y organismos técnicos podamos lograr el rescate y valorización de cultivos que poseen un acervo cultural y patrimonial incuestionable", comentó Cruz.
"Más allá de sus sencillos objetivos de vida, resulta evidente que para los agricultores de menores recursos vender sus productos en el mercado formal constituye una verdadera quimera".
Héctor Echeverría
Director ejecutivo FIA.
86 kilómetros
separan a San Pedro de Atacama con Socaire, poblado que se ubica a 3.500 metros sobre el nivel del mar. En este lugar, agricultores atacameños aún mantienen ancestrales técnicas.
2013 fue el año
Internacional de la Quínoa, designado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Chile jugó un papel relevante en las actividades realizadas.
18 comunidades indígenas
conforman el Consejo de Pueblos Atacameños, organización que posee un alto nivel de organización, facilitando los estudios y análisis preliminares realizados por FIA.