"No podía soportar más" ó "veía a los niños sufrir" son algunos de los argumentos que en gran parte de los casos esgrimen las mujeres que se atrevieron a denunciar al hombre que las agredía. Para llegar a asumir esta decisión tuvieron que soportar un largo historial de abusos y solapadas actitudes que fueron minando su calidad de personas.

Más que el temor a denunciar, fue la legitimación social de este tipo de actitudes la principal causante del largo silencio, lo que a la postre llevó a esas mujeres a vivir en un estado de expectación constante que en cualquier momento podía ocurrir lo peor. En un comienzo fue el control de las amistades o la broma irónica por cómo vestía; luego, fue el insulto y la recriminación. Por suerte no llegó a estar su vida en peligro, aunque la escalada de violencia fue creciendo hasta llegar a los golpes.

Nuestros datos nos clarifican que las mujeres que exteriorizan estas situaciones primero lo hacen con su círculo más cercano, compuesto por familiares y amistades, seguido de la fuerza policial, recintos de salud y juzgados, en ese orden. En este último lo hacen en un escaso ocho por ciento.

No es fácil tomar esta decisión. En Calama, por ejemplo, ciudad que cuenta con una alta población flotante, las mujeres están cercadas por la lejanía de sus familias de origen. Paradojalmente, al querer llevar a cabo el ideal de familia nuclear con parejas que juraron amarlas, ocurre la vulneración del derecho humano fundamental de vivir en espacios seguros.

Mientras existan culturas en donde este tipo de actos sean bien vistos, las mujeres tendrán sobre sus hombros la enorme responsabilidad de ser ellas quienes corten con ese círculo malsano y ellos, de perpetuar estas conductas amparados en la ingesta excesiva de alcohol y porque se dejaron dominar por los celos.

Por ello es determinante que las mujeres recapaciten en el concepto del amor y del rol que desempeñan en las familias, y que los hombres sepan que la violencia es una actitud reeducable, en silencio, con conocimiento de causa que mayoritariamente pasa por recordar episodios de violencia vividos en la niñez.