"La última apuesta de Hitler, Ardenas 1944"
El nuevo libro del historiador británico Antony Beevor, "La última apuesta de Hitler, Ardenas 1944", ofrece un relato trepidante sobre un episodio clave de la Segunda Guerra Mundial.
Tras varios días de lucha sin cuartel en medio de los bosques nevados, los soldados norteamericanos de la 82 División Aerotransportada empezaron a encontrarle una extraña utilidad a los abundantes cadáveres de sus adversarios: apilaban a los alemanes muertos como si fueran sacos de arena para proteger sus posiciones y no dejaban que fueran retirados para sepultarlos.
El lugar era alguna parte de una región boscosa y escarpada de Bélgica llamada Las Ardenas. El cuándo, diciembre de 1944 y eso sólo podía significar un lío muy grande. El relato nos llega de manos de Antony Beevor, el reconocido historiador inglés que se ha especializado en las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial y que ahora regresa con "La última apuesta de Hitler, Ardenas 1944" (Editorial Crítica).
Graduado en la academia militar de Sandhurst y ex soldado, Beevor se ha convertido en un actor central entre los investigadores del conflicto militar más grande de la historia. Sus libros han buceado en algunos de sus episodios más importantes (Stalingrado, la caída de Berlín y el desembarco de Normandía, entre otros), con un estilo que mezcla a partes iguales el relato de mirada amplia con cientos de pequeñas historias de los protagonistas que vivieron -y sufrieron- esos eventos. Sus fuentes documentales son extensas y combinan obras especializadas, diarios de vida, partes militares, entrevistas, recortes de prensa, chistes de moda en la época y documentos que permanecieron secretos por décadas.
Las Ardenas marca un capítulo crucial en la caída del Tercer Reich. A fines de 1944, todo parecía perdido para los jerarcas nazis: mientras en el Este Stalin concentraba un ejército de casi siete millones de soldados con el objetivo declarado de reducir a cenizas a Alemania, en el Oeste las fuerzas aliadas avanzaban rápidamente rumbo al Rin tras liberar París, Luxemburgo y buena parte de Bélgica. El único que discrepaba de esa visión era Adolf Hitler, que el 16 de septiembre, durante una reunión de generales, interrumpió abruptamente al generaloberst Alfred Jodl para anunciar un cambio de planes: la Wehrmarcht realizaría una masiva ofensiva relámpago en Las Ardenas con el objetivo de llegar a Amberes y cortar en dos el frente aliado. Así, aseguró el líder del Tercer Reich, se produciría un nuevo Dunkerque y, a continuación, una fractura entre los enemigos de Alemania, que terminaría ganando la guerra. Para espanto del general Heinz Guderian, responsable del frente del Este, anunció que se transferirían varias divisiones claves al frente occidental. Acto seguido, hizo a todos los presentes jurar secreto bajo pena de muerte y echó a andar sus planes.
La aventura era una locura de principio a fin, pero ninguno de los presentes se atrevió a llevarle la contra al Führer, anota Beevor. Y si bien la ofensiva estaba destinada al fracaso, Hitler eligió pegar en una zona del frente que los aliados tenían relativamente desprotegida: de hecho, el general norteamericano Omar Bradley había mandado a recuperarse a la región de Las Ardenas a varias divisiones severamente diezmadas durante los combates recientes. Para peor, los servicios de inteligencia aliados no fueron capaces de detectar lo que se estaba fraguando, pues estaban convencidos de que Alemania era incapaz de montar una ofensiva.
El libro de Beevor ofrece un relato pormenorizado y trepidante, que dedica extensos capítulos a cada uno de los 11 días críticos de la batalla. Nos lleva desde el 16 de diciembre, cuando un masivo bombardeo de artillería a las 5.20 de la mañana anunció el inicio del ataque alemán, hasta el 26 de diciembre, cuando el Tercer Ejército del general George Patton logró llegar con ayuda hasta la sitiada ciudad de Bastogne, que se convirtió en una especie de pequeño Stalingrado para los alemanes, en una "lucha sangrienta, incierta y costosísima por lo que, en último término, era un pueblo sin importancia", según dijo un general germano.
Al final, los alemanes se quedaron sin combustible para sus tanques y no pudieron doblegar a los defensores. Para inicios de enero de 1945 ya habían asumido su derrota y enfrentaban un masivo contraataque aliado.
Con justicia Las Ardenas es considerada la batalla más sangrienta del frente occidental. Se libró bajo condiciones extremas: en medio de la nieve y con temperaturas que llegaban con facilidad a los 17 grados bajo cero.
Los alemanes, partiendo por Hitler, tenían en muy baja estima a las tropas estadounidenses y tal vez en este punto, muestra el relato de Beevor, estuvo el principal error del plan ideado por el general Walther Model: pese a varias desbandadas y descoordinaciones, las tropas norteamericanas pelearon con fiereza a pesar de la desventaja numérica, y resistieron en sus posiciones lo suficiente para frenar a la fuerza alemana, que estaba integrada por unidades muy experimentadas y que habían combatido en el frente del Este.
Beevor documenta numerosos episodios de extrema crueldad. Para empezar, las tropas SS masacraron en el pueblo de Malmedy a un grupo de soldados americanos que se habían rendido. Cuando la historia del hecho comenzó a circular, algunos soldados estadounidenses comenzaron a tomarse la revancha con sus prisioneros, en algunos casos con un asentimiento cómplice de sus más altos mandos.
Como gran parte de la batalla se libró en medio de bosques, ambos bandos descubrieron que disparar los proyectiles de artillería contra las copas de los árboles podía tener un efecto terrible: las explosiones desataban una mortífera lluvia de metal y astillas de madera sobre las tropas que estaban debajo. Por si fuera poco, el frío extremo derivó en miles de casos de congelamiento de extremidades y de pie de trinchera.
Casi un millón de soldados combatieron en Las Ardenas y las bajas en ambos bandos se elevaron hasta casi 160 mil tropas, entre muertos, heridos y desaparecidos. Y todo, sin contar a los miles de civiles que vieron sus pueblos arrasados, que murieron durante los bombardeos o que fueron asesinados por las tropas de las SS.
"La sorpresa y la crueldad de la ofensiva de Las Ardenas de Hitler trasladaron la horrorosa brutalidad del Frente Oriental al Occidental", escribe Beevor, pero en vez de miedo en los defensores, el ataque "provocó un volumen decisivo de resistencia desesperada, una obstinada determinación de resistir a toda costa, incluso en pleno asedio".
A nivel estratégico, Beevor documenta el principal efecto de la locura de Hitler en boca de sus propios generales capturados: "El envío a Las Ardenas del V y del VI Ejércitos Panzer allanó el camino a la ofensiva rusa lanzada el 12 de enero desde las cabezas de puente del Vístula", dijeron Jodl y Keitel en 1945.
Desde las trincheras, el capitán Richard Winters, integrante de la legendaria 101 División Aerotransportada que defendió Bastogne contra viento y marea, tenía una opinión más simple, aunque contundente, sobre todo el asunto: "¡Dios mío! ¿No tienen a nadie más en este ejército para taponar esos agujeros?".
Soldados estadounidenses del 290 Regimiento en las cercanías de Amonines, en el flanco sur del frente de las ardenas.
Este historiador británico se educó en la Real Academia Militar Sandhurst, donde fue alumno del destacado historiador militar John Keegan. Es autor, entre otros libros, de "La batalla de Creta", "El día D", "Historia de La Segunda Guerra Mundial" y "El misterio de Olga Chejova".
Por Antony Beevor Editorial Crítica 592 págs.
$ 25.900.
La locura de Hitler dejó al ejército alemán sin tropas vitales para resistir la embestida soviética.
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