V. Toloza Jiménez
"El 25 de septiembre (de 1879) llegamos a Antofagasta, al 'nuevo Chile', como decían algunos. Apenas divisé la costa antofagastina me llamó la atención la resequedad de los cerros, la total ausencia de praderas y bosquecillos y la rugosidad de toda la seca geografía. Pero eso no me importó, ya que por fin, medio año después de iniciar mi aventura, me aprontaba a pisar tierra conquistada y podría decir con mucha propiedad que estaba en el frente de guerra; aunque después descubriría que allí ya no había guerra".
Este es parte del extraordinario relato que hizo José Miguel Varela (1856- 1941), un soldado chileno que detalló en vida, buena parte de su participación en el Ejército nacional y que recientemente fueron publicados en el libro 'Un veterano de tres guerras' editado por Guillermo Parvex y la Academia de Historia Militar.
Varela, nacido en Concepción, abogado, rector de la escuela Superior de Hombres de Puerto Montt y maestro de las cátedras de Historia y Francés, se enroló como voluntario del Ejército apenas iniciada la Guerra del Pacífico, siendo destinado al Regimiento de Granaderos a Caballo, recibiendo su nombramiento de alférez de caballería el 8 de abril de 1879, dos meses después del desembarco nacional en el entonces puerto boliviano de Antofagasta.
Desde entonces, Varela no abandonó las armas y así se vio involucrado en la señalada Guerra del Pacífico, donde participó en las acciones en Tacna, Chorrillos, Miraflores y Lima; para luego ser parte del proceso de Pacificación de La Araucanía y la Revolución de 1891 que terminó con la caída del gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda, de quien fue muy cercano.
Se trata de un relato ameno, cercano, a veces terrible, pero que sirve para retratar un Chile que ya no existe, en sus personas, comportamientos y lugares.
En antofagasta
El relato de Varela -que estuvo guardado por cuatro décadas- es vibrante y rico en detalles, no sólo de las batallas, también de los escenarios del norte.
A modo de ejemplo, detalla cómo era la actual capital regional en esos tiempos bélicos. Se describe como una ciudad "confusa", ya que con excepción del muelle salitrero y las líneas férreas que salían de éste hacia la pampa, el resto de la ciudad era polvorienta y con malas imágenes.
"Salvo unas cinco o seis cuadras con edificios y casas de muy bonita arquitectura, eran construcciones de adobes o tablas, en las cuales vivían los miles de trabajadores chilenos que eran la inmensa mayoría en esa ciudad antes de la ocupación chilena", describe el uniformado que apenas superaba los 24 años.
Las dotaciones militares tampoco eran muy distintas. El campamento, ubicado en un sector llamado la "pampilla" -muy cerca y hacia el norte del muelle- era "precario y desordenado", repleto de carpas, toldos, ramadas, cocinerías. Buena parte de los equipajes y caballos se guardaban en un gran galpón ubicado tras la aduana, al cual arribaban todos los nuevos reclutas.
De inmediato llamó la atención del autor lo "sobrepoblada" que estaba la ciudad. "Regimientos por todos lados, cientos, por no decir miles de soldados caminando por las estrechas calles, oficiales conversando en las esquinas, cientos de pampinos chilenos que merodeaban las tropas en busca de una plaza como soldado", detalló.
Al tiempo, también destacaban los cientos de mujeres chilenas, que habitaban la zona desde antes de la guerra en la ciudad en esquinas o pequeños solares. Ahora, muchas, vendían comida a los soldados. Pan amasado, charqui, café, cebollas y ají, eran las raciones comunes de aquellos días.
Maestranzas que arreglaban las carretas, mulas, asnos y yuntas de bueyes que llevaban alimento a los caballos, eran el panorama normal.
Un convoy a Mejillones duraba entre dos y media a tres jornadas, debido a la ausencia de buenos caminos. A Calama, el tránsito podía extenderse a cuatro días.
En ambas localidades, se destacaba una mejor calidad de vida que en Antofagasta que se "había afeado", estaba "convertida en un campamento" con calles hediondas, hacinadas, "repletas de soldados de uniforme y civil, borrachos" y "demasiadas casas de remolienda".
Uno de los buenos espacios para la conversación era un hotel que quedaba en la primera cuadra después del muelle salitrero, definido por el militar como un sitio "decente y elegante". El lugar era incluso visitado en las noches por el coronel Emilio Sotomayor, artífice del desembarco ocurrido el 14 de febrero de ese año.
Pero, sin duda, era la costa, el sector más activo. Miles de soldados, caballos y vituallas eran embarcados hacia el norte (Tarapacá, donde se desarrollaba el conflicto) y desembarcados desde el sur. El tránsito se hacía siempre en grandes lanchones donde subían soldados y animales hasta los buques que esperaban a 500 metros de la costa, en un viaje lleno de nerviosismo y peligro.
San pedro de atacama
Pero es el arribo de Varela a San Pedro de Atacama uno de los capítulos más fascinantes, por el detalle recogido del entorno. Al lugar llegó designado como juez de Atacama y con pesar, por no estar en el frente de guerra, que siempre fue su objetivo al enrolarse.
"El poblado era pequeño. Se podía ver completo desde la pequeña cuesta que salía en dirección a Bolivia por su acceso nororiente. Se veía su templo, las casas principales, la ranchería de adobe y cañas que rodeaban las manzanas centrales y los vastos y hermosos potreros, donde pastaban algunos caballos, burros y muchos camélidos, y las grandes chacras plenas de verdor que impactaban en medio de la sequedad".
San Pedro dependía antiguamente de la Prefectura de Potosí y desde allí los bolivianos administraban la zona, incluso hasta Antofagasta. Los hombres se dedicaban al comercio de frutas y verduras con Calama y Potosí, precisa el libro.
Punto aparte merece el relato de los nativos que veían en el volcán Licancabur uno de sus lugares más sagrados. En un viaje por el sitio, destaca la existencia de unas 150 estructuras de piedra, "como casitas, de unos tres por tres metros", que servían de refugio a los peregrinos; lo mismo con otras construcciones religiosas ubicadas casi en el borde del cráter.
El frío se pasaba con café o aguardiente boliviana, la 'pusitanga'.
Varela conoció el Salar de Atacama y Toconao, pueblo levantado en su totalidad con piedras volcánicas y donde vivían unas 200 personas dedicadas por completo a la agricultura, principalmente en terrazas.
Un detalle que no pasa inadvertido es que a ese entonces, en un cerro ubicado cerca del Valle de Jeré, Toconao, había un cerro con escrituras y otros dibujos prehistóricos atribuidos a los incas, de lo cual ya no hay registro.
Varela, quien nunca pidió tratos especiales por ser abogado, tenía a su cargo a unos 30 hombres, a quienes conoció bien, a pesar de que no están a su altura intelectual. La mayoría de los soldados eran simples campesinos, sureños, convertidos en hombres de guerra en un breve tiempo.
Así pasaron los meses, hasta que él y sus hombres fueron destinados al frente de batalla. Desde Calama se dirigió hasta Iquique, cruzando Calama, el Pukará de Lasana, Quillagua, Pica, La Tirana y Pozo Almonte, en un viaje terrible por la dureza del camino, más la falta de agua y alimento para soldados y animales. Pero eso ya es otra historia.
"Un gran mérito del relato de Varela es que es la visión de un soldado que está con sus pares, no es la visión desde arriba, de los historiadores, sino de alguien que incluso aborda sus emociones".
Guillermo Parvex
Autor del libro
Algunos hitos
1878:
Bolivia establece un impuesto a la empresa chilena e inglesa Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta (CSFA).
1879:
La tropas chilenas desembarcan en Antofagasta, cuando era inminente el embargo de la empresa esa misma jornada.
17 de enero de 1881: Las tropas chilenas ingresan a Lima.
1881:
Chile y Argentina firman tratado por el cual nuestro país cede la Patagonia oriental.
1883.
Se firmó el Tratado de Ancón, mediante el cual la región de Tarapacá fue cedida a Chile y las provincias de Arica y Tacna quedaron bajo administración chilena por un lapso de 10 años, al cabo del cual un plebiscito decidiría si quedaban bajo soberanía de Chile, o si volvían al Perú.
1904:
Se firma tratado entre Chile y Bolivia.
1856 fue el año del nacimiento de José Miguel Varela en Concepción. Fue abogado y rector de un colegio en Puerto Montt, hasta que se enroló en el Ejército, al inicio del conflicto.
2.440 hombres tenía el Ejército en 1879, según el general Roberto Arancibia Clavel, jefe del Estado Mayor del Ejército. Al final de la guerra se llegó a registrar a casi 45 mil soldados.
14 de febrero de 1879 fue el desembarco chileno en Antofagasta. Unos 200 hombres a cargo de Emilio Sotomayor tomaron posesión de una ciudad de 6 mil habitantes, de los cuales, 5 mil eran chilenos.