Generalmente las buenas noticias escasean en la actualidad, donde los hechos negativos son los que más sobresaltamos, de los que más discutimos y de los que más opinamos.
Hace dos mil años, se supo que un Salvador estaba naciendo para toda la humanidad, pero no el guerrero libertador que todo el pueblo pensaba para terminar con el Imperio Romano que dominaban a Israel, sino que un Mesías que venía a hacer de puente entre Dios y el hombre, con humildad y amor.
Pero más allá de los credos religiosos que han surgido en torno a la figura de Cristo, y de las celebraciones que hemos hecho en torno a su figura y su gran acto de amor de morir por toda la humanidad, sus palabras siguen vigentes y han servido para remecer más que las conciencia, los corazones y el alma.
Su frase más importante fue que debemos "amar a Dios con todo nuestro corazón y mente, pero también a nuestro prójimo como a nosotros mismos".
Si así fuera en realidad, el mundo hoy sería muy diferente.
Pero también nos hizo reflexionar con el Sermón del Monte, y con frases tan decidoras como "Más vale dar que recibir", "el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido", "no juzguéis para que no seáis juzgados", "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos", "no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca", "con la misma medida que mides a otros, serás medido", "bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
Más allá de que creamos o no en Jesucristo lo trascendente es que dejó huellas, fue un ejemplo, siempre buscó la paz, siempre entregó amor a los que estaban cerca de él.
Y cuando esta noche celebraremos su nacimiento, si tan solo siguiéramos su ejemplo, su modo justo de vivir, su entrega sincera por las almas, nuestras naciones, urbes y sociedades no enfrentarían los problemas que tenemos hoy, y tendríamos un mundo de justicia y de paz.