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La perfumada venganza de Hernán Rivera Letelier

El escritor acaba de publicar "La muerte tiene olor a pachulí", su segunda novela policial, parte de una trilogía protagonizada por el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda. Los detectives privados ahora investigarán el caso de un militar desaparecido en plena dictadura. Rivera Letelier acá habla de la Tía Nirvana, el Choro Nylon, las pistolas de pan con mantequilla y cómo la poesía salvó su vida en la Pampa, donde trabajó como minero.
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hernán rivera letelier saca fuera de antofagasta a sus personajes en "la muerte tiene olor a pachulí".

Hernán Rivera Letelier (65) acaba de lanzar su segunda novela policial y aunque confiesa que quiere soltar el género, desde el año pasado que no lo consigue.

El autor de libros que han traído el imaginario de La Pampa a todo Chile, como "La reina Isabel cantaba rancheras" o "Santa María de las flores negras", cuenta que todo comenzó con "La muerte es una vieja historia". "Yo pensaba que iba a ser la única novela policial, porque las policiales nunca me gustaron. Me puse a escribir la primera porque me llegó. Pensaba que era la única que iba a hacer y a la mitad se me ocurrió esta historia del túnel y dije: aquí hay una historia para una segunda parte, y si hago una segunda, mejor hago tres, una trilogía. Tres es un número mágico", dice en medio de una gira promocional que lo tiene sin mucho descanso.

-¿Cómo se te ocurrió este túnel del placer?

-Porque yo soy muy imaginativo. Yo siempre he dicho que para escribir hay que ser mentiroso, embustero, cahuinero y embaucador. Además, se me ocurrió porque en Antofagasta era así, la cárcel vieja estaba en el centro y al frente de la cárcel estaba esta casa de putas, una de las más antiguas de Chile, una de las últimas que quedaban donde las niñas atendían a la antigua. Había orquesta en vivo, se bailaba, se pololeaba con las niñas, se tomaba ponchera. Era como una ilusión de amor. Se bailaba, se conversaba, se pololeaba y después se subía a la habitación a hacer el comercio sexual.

-¿Por qué quisiste plasmarlo?

-Para tomar venganza de esos hijos de puta que se aprovechaban de las mujeres.

la tía nirvana

-El crimen que investigan el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda ocurrió en plena dictadura. ¿Por qué quisiste situarlo ahí?

-Lo que yo hago es una mezcla de ficción y realidad. Por ejemplo, eso de que las patrullas de soldados después del toque de queda recorrían las calles, se metían a los prostíbulos y se aprovechaban de las prostitutas y tomaban y comían gratis, eso es real, es verdad. Y no pasaba sólo en Antofagasta. Y eso me lo contó a mí la misma tía Nirvana.

-¿En quién te basaste para hacer a este personaje?

-El Choro Nylon existió, pero no como está en el libro. Yo me inspiro en un personaje o en un hecho real y los transfiguro, los convierto en novela, que es el trabajo del autor. El Choro Nylon era un integrante de la pandilla de los Robert Taylor (que aparece en el libro), que también existió. Yo vivía en la misma población donde vivían ellos y pololeé con una sobrina de uno de los integrantes. Me encanta contar esa anécdota. Yo tenía como 12 o 13 años y pololeé con una rubiecita de ojos verdes muy linda. Del Choro Nylon, no supe nunca más, pero para crear este personaje le busqué un apodo y el que me pareció muy lindo y justo fue este, Nylon. Y, ¿sabes por qué? Te estoy hablando de la década de los 60, cuando en Chile había un solo puerto libre, Arica, y estaban de moda las camisas de nylon y todos andaban con esas. Y yo me acuerdo cuando chico que me compraron una y tiraba pura pinta yo con mi camisa de nylon.

el olor a pachulí

El pachulí, como reza desde el nombre del libro, es casi un personaje más. Se siente, se huele, se palpa. Por creencias, tradiciones o supersticiones, como dice la viuda del teniente, "el pachulí es el perfume de las putas".

-¿Qué es para ti el olor a pachulí?

-Es fuerte. En La Pampa las prostitutas usaban pachulí, te estoy hablando de los años 60, 70. Y te voy a contar una anécdota muy linda. Después de que escribí "La reina Isabel cantaba rancheras", a finales del 95 hicieron una obra de teatro con la novela que fue un éxito. Estuvo más de 10 años en cartelera y más de 60 mil personas la vieron, y de pronto las asiladas del burdel de la tía Nirvana empezaron a ir a la obra. Las mandaba de dos en dos y después fue ella. Me quiso conocer y pidió que fuera al burdel a conversar con ella y rememoré el olor a pachulí que yo sentía cuando niño en La Pampa cuando pasaban las prostitutas. Y en la obra, en una escena donde las actrices pasaban por el pasillo del teatro con el ataúd de la reina Isabel al hombro, usaron pachulí y cada vez dejaban el teatro pasado, y era muy lindo. Entonces se me ocurrió que el pachulí tenía que estar en toda la novela. Yo decía: la gente tiene que abrir este libro y tiene que sentir el olor a este perfume.

-¿De qué esperas que se hable con esta novela?

-De lo que están hablando. Porque ha ocurrido un fenómeno con esta pareja, el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda. Los lectores -y sobre todo las lectoras, ojo con eso-, me paran en la calle y más que preguntarme en qué va a terminar la novela, si resuelven el caso o encuentran al criminal, lo que más les interesa a ellas es si el Tira se va a tirar a la hermana Tegualda o no. Están entusiasmadas con ese juego erótico que hay a través de la novela. Entonces, cuando comencé a contar que estaba haciendo la segunda parte, me preguntaban cuándo iba a salir y si pasa algo entre ellos. Y tiene que ver que cuando vi que estaba haciendo una policial, dije: bueno, la hago, pero sin caer en la norma de las policiales que son todas iguales, como un molde. Dije: voy a hacer una distinta, como a mí me gustaría leer una novela policial, donde lo que menos importe es el criminal o resolver el crimen. Una novela policial donde el autor se fije en otras cosas, como por ejemplo el lenguaje, que los lectores sientan un placer estético en la lectura. Porque las policiales están escritas a lo rápido, les importa la trama, pero no el lenguaje. De buscar un estilo, de eso yo me preocupo. Que el lector lo lea con agrado, que no se salte una página para llegar rápido a resolver el crimen, que lo disfrute.

-Alguna vez dijiste que no sabías nada de literatura, pero que la hacías. ¿Sigues pensando lo mismo?

-Sigo pensando lo mismo. Siempre he dicho que la literatura es lo que hacen los otros.

-¿Por qué?

-No sé. Siempre he pensado eso, hago mis libros, pero esto no es literatura, es lo que hacen los otros. No sé, quizás es la timidez. Te voy a contar una cosa que no he contado nunca. Yo ya llevaba como 4 o 5 libros escritos, tú sabes que mis libros al principio tuvieron un éxito increíble, yo estuve en la cresta de la ola un montón de tiempo y recién como al quinto libro me atreví a poner en el pasaporte: escritor. Y nunca en los 15 años en que escribí poemas, nunca me sentí digno de la palabra poeta, me decían poeta y me ruborizaba. En cambio ahora hay tipos que se visten de negro, mucha boina, mucha pipa, barba y se presentan "Juan Pérez, poeta", jajaja. Me da una risa. Santiago está lleno de esos. Está lleno de artistas y la obra es malísima, si es que tienen obras los hueones.

salvado por la poesía

-Has dicho que no crees en Dios. ¿Tienes una religión?

-Yo me vacuné contra las religiones cuando era niño, mis papás eran evangélicos. Si no creo en Dios, menos creo en las religiones. Pero si me apuras un poquito, yo creo que mi religión es la literatura y la poesía. Creo que la poesía me ha salvado a mí de un montón de cosas. De hecho me salvó de pegarme un tiro en La Pampa. Si no hubiera sido por la poesía yo en ese desierto no sé qué hubiera hecho. Viví 45 años ahí, entonces lo que me mantenía vivo era la poesía. Después del trabajo mis compañeros se iban a embriagar, a convertirse en alcohólicos; yo me iba a mi casa a escribir poesía. Y lo empecé a tomar como una religión, con la seriedad con la que se toma una religión, con la seriedad con la que se cree en algo. Yo creo en la poesía, en la literatura, en lo que hago, en la escritura. Y esa es mi religión y nos entendemos muy bien.

-En algún minuto dijiste que te querías transformar en el mejor escritor del mundo, ¿esa fue tu motivación de no parar de escribir?

-Siempre cuando vienen jóvenes, adultos a pedirme consejos y me muestran sus escritos, yo les digo que esto hay que tomarlo muy enserio. Si uno se sienta a escribir tiene que sentarse a hacer su obra maestra, si no para qué se sienta. Ahora yo soy un convencido de que la obra perfecta no existe, porque nosotros somos imperfectos, pero cuando tú te sientas a escribir tienes que pensar "ahora sí, ahora me sale la obra maestra". Realmente el artista en cada una de sus obras lo que hace es acercarse un poco más a la perfección, a rasguñar la entretela de la belleza, nunca la va a alcanzar, pero en cada obra se tiene que acercar un poco más, sacarse la cresta para eso y es lo que yo trato de hacer. Sé que nunca voy a poder lograr la belleza o la perfección, porque yo creo que alcanzar la belleza pura sería como ver a Dios. Te disuelves en el éter. Pero hay que quererlo. Entonces eso de convertirme en el mejor escritor del mundo fue más o menos un pensamiento de ese tipo. Yo dije: me voy a poner una meta inalcanzable para llegar más lejos. Si hubiera dicho: quiero ser el mejor de La Pampa o de Antofagasta, tal vez ya lo hubiera conseguido, ¿y después qué? Entonces, si me propuse ser el mejor del mundo -sé que no lo voy a hacer porque no existe el mejor, hay varios muy buenos en tu estilo-, pero lo importante no es llegar a serlo. Hay que ponerse una meta alta siempre. Una flecha mientras más alto se apunta, más lejos llega.

-¿Por qué crees que tus libros tienen tanto éxito en Chile y en el extranjero?

-Cuando comencé a escribir novelas, me leí todo lo que existía y se había hecho sobre La Pampa. Y aunque había cosas muy buenas, me preguntaba por qué no habían trascendido. Mucho de eso se quedaba solo en el norte de hecho. Y me di cuenta que era el lenguaje. En general todo era incendiario y panfletario y busqué un lenguaje universal sin dejar afuera lo político o la crítica social. Y en Europa esto fue lo que les gustó.

-¿L e temes a la muerte?

-Lo he pensado mucho en este último tiempo, quizás porque estoy más viejo y estoy en paz conmigo mismo. Escribí todo lo que tenía que escribir. Pero me da rabia por todo lo que me queda por hacer, amar y vivir. Me da rabia.

-Volviendo al libro, ya está claro que el Tira Gutiérrez no usa pistola. ¿Crees que el pan con mantequilla es la mejor arma?

-Jajajaja: tostado con mantequilla, porque tostado queda más duro. Yo soy un fanático de la tostada con mantequilla y se me ocurrió porque el Tira Gutiérrez tiene mucho de mí, porque además yo siempre he sido un tipo que ha estado por la paz. Nunca desfilé, nunca hice el servicio militar, a mis hijos nunca les permití que desfilaran, aunque los suspendieran. Soy antibélico, pero si estaba haciendo una policial, tampoco me iba a poner a matar gente como loco. Entonces, como para reírme un poco, dije bueno, una pistola de pan. Y la cosa surtió efecto, a la gente le gusta. La hermana Tegualda se vuelve loca.

-¿Se puede dar un adelanto de lo que leeremos en la tercera parte?

-Se van a ir a La Habana. La historia que tengo en mente, ya la empecé a escribir, pero tomando apuntes. El hijo adolescente de un personaje muy influyente en Antofagasta, se va a estudiar cine a La Habana. Al mes pierde todo contacto con él, no responde teléfono, correo, WhatsApp, se pierde. Y desesperado va a Cuba a buscarlo. Lleva una semana buscándolo en los hoteles y nada. Va a la policía a poner la denuncia y se entera que la policía también lo está buscando porque está acusado de un asesinato, entonces el pobre tipo se devuelve a Antogafasta sin su hijo y contrata al Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda con todos los gastos pagados para que le traigan a su hijo. Y en Cuba, la hermana Tegualda, la playa, el calor, los daiquiris, las piñas coladas… pasan cosas, uf…

Por Magdalena García

En "La muerte tiene olor a pachulí" (Alfaguara) -la segunda parte de la trilogía- el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda vuelven a ser los protagonistas. A un año de su último caso, reciben la visita de la viuda del teniente del Ejército Arturo Calderón Iriarte, que después de enterarse que la demolición de la cárcel de Antofagasta dejó al descubierto un túnel, piensa que tiene relación con la desaparición de su marido ocurrida 40 años antes. La noticia no deja de impresionar a nadie, ya que en los registros de la cárcel nunca se tuvo una fuga por túnel. Todo queda claro cuando las excavaciones muestran dónde llegaba el agujero: directo a la pieza de la tía Nirvana, la dueña del prostíbulo de la ciudad.

Para que el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda puedan resolver su caso, hay algunos personajes clave, como la "Ojitos Lindos", una ex prostituta de la casa de la tía Nirvana que trabajaba ahí en la época en que desapareció el teniente, y un reo que sigue preso: el Choro Nylon.

alfonso gonzalez ramirez

"Siempre he dicho que para escribir hay que ser mentiroso, embustero, cahuinero y embaucador".

Visita al Choro Nylon

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Desde la carretera, la cárcel nueva se mimetizaba con el desierto. Sus muros, construidos en hormigón armado sin pintar, se confundían con el color de la arena, de las piedras, de los cerros pelados; con el color brumoso de la puna. El escarabajo amarillo avanzando en medio de la nada también se camuflaba bajo el sol tenaz del desierto que, pese a ser invierno, parecía rugir a un palmo de sus cabezas.

Era domingo. Eran las tres de la tarde. El calor recalentaba las latas del auto como un horno. La hermana Tegualda manejaba en silencio. Inconscientemente, ella se había vestido también como para confundirse con el paisaje. Además de su moña evangélica, más férrea que nunca, llevaba puesto un vestido de color carmelita, una de sus eternas chalequinas de color humo y zapatones grandes de colegiala. Todo abrochado y cerrado al máximo. Sin embargo, como decía el Tira Gutiérrez, mientras más penitentes los silicios de la hermana, más deseable se hacía a la vista. Él le dijo que para visitar la cárcel era recomendable no ponerse mucho perfume ni demasiado maquillaje, sabiendo que ella no se maquillaba y que apenas se le olía el aroma del jabón; y sabiendo también que su cara limpia y su olor corporal -sus efluvios de hembra joven- eran mucho más arrebatadores (por lo menos para él) que cualquier perfume de marca, caro o barato, incluido el pachulí.

Antes de visitar al reo, el Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda habían investigado y logrado saber lo básico de su prontuario: se llamaba Juan Alberto Silva Nolasco, tenía setenta años y se hallaba condenado a cadena perpetua. Había matado a tres hombres: uno por causa pasional, otro por venganza y el tercero "de puro borracho que estaba". Iba a cumplir cincuenta años preso, durante los cuales contaba con cuatro intentos de fuga, siete motines, veintitrés peleas y dos muertos más en reyertas de reos, hechos que habían aumentado su condena y descartado cualquier posibilidad de indulto. Pero desde hacía siete años a la fecha había cambiado completamente su conducta y ya no se metía en problemas. En sus años mozos, había pertenecido a la famosa pandilla de los Robert Taylor.

A ocurrencia del Tira Gutiérrez, le llevaban un paquete de cigarrillos Belmont, que era de los que él fumaba cuando aún no había dejado el vicio. A ocurrencia de ella, dos jugos en caja, cuatro naranjas y un paquete de galletas de soda sin sal, provisiones que hicieron burlarse al Tira Gutiérrez.

-El hombre no está en el hospital, hermana.

El recinto carcelario estaba dividido en once galerías, segregadas según distintos grados de seguridad: máxima, media, baja, terapéutica y menores. El Choro Nylon estaba recluido en el pabellón de máxima seguridad.

Luego de traspasar seis rejas y de ser revisados hasta dejarlos casi desnudos, llegaron al patio de visitas. El Choro Nylon ingresó un rato después acompañado de un gendarme que le indicó quiénes eran sus visitantes. El hombre los saludó con un apretón de mano y, antes de sentarse en una de las largas bancas pegadas al piso, preguntó si eran periodistas. Le dijeron que no. Si eran policías, tampoco. Se los quedó mirando entonces sin entender. Pero no preguntó más. Se sentó, sacó un cigarrillo (fumaba Philip Morris rojo), lo encendió parsimoniosamente y esperó a que ellos le explicaran.

La hermana Tegualda lo miraba asombrada. Nunca había visto a un asesino en persona y le parecía casi irreal. Era un hombre moreno, alto, huesudo, de una barba afeitada, casi azul (seguro que se afeitaba de mañana y tarde). Sus pequeños ojos, de un color verde agua, tenían algo de cuchillo afilado. Daba miedo mirarlo mucho rato. Sin embargo, lo que más llamó la atención de ambos fue que el hombre apareciera bien peinado y lustrado y vestido impecablemente de terno y corbata.

-Somos investigadores privados -dijo el Tira Gutiérrez tras un carraspeo.

El hombre solo levantó el rabo de una ceja.

-Estamos investigando la desaparición de un teniente de Ejército del regimiento Esmeralda, Arturo Calderón Iriarte -recalcó el Tira y se quedó mirando al hombre para ver cómo reaccionaba.


"La muerte tiene olor a pachulí"

Hernán Rivera Letelier

Editorial Alfaguara 158 páginas

$12.000

Adelanto del libro "La muerte tiene olor a pachulí".

Por Hernán Rivera Letelier

"Se llamaba Juan Alberto Silva Nolasco, tenía setenta años y se hallaba condenado a cadena perpetua".