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Escritora a los 75

Isabel Araya Alemparte (Santiago, 1941) esperó hasta estar completamente sola para escribir sobre una vida llena de cambios personales y políticos. La madre que inspiró a Rafael Gumucio en "Milagro en Haití", se convierte ahora en la protagonista de su propio libro: "Primeras Reliquias".
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aun cuando estuvo rodeada de escritores, isabel araya no se atrevió a escribir hasta hoy.

A los 75 años, Isabel Araya lanza su primer libro en grande. "Primeras Reliquias" (Hueders) es una colección de epifanías basadas en su propia vida. Ella, la escritora tardía, es hija del best seller Enrique Araya, autor de "La Luna era mi tierra", y madre de uno de los escritores más prestigiosos de Chile: Rafael Gumucio.

De hecho Carmen Prado, la protagonista de la novela "Milagro en Haití" de Gumucio, está inspirada en Isabel, la madre del autor. Ahora es ella quien con su propia vida hace literatura. Empezó cuando se separó de su segundo marido, Marcel Young, ex embajador chileno en Haití.

Hay un precedente: el 2004 escribió "Un ramo de colorido personal en un envoltorio común". Parte de ese libro autoeditado aparece en "Primeras Reliquias".

La infancia de Isabel fue "muy pobre, con muchos niños a pie pelado, mujeres que salían a lavar con los niñitos a la rastra, el centro de Santiago lleno de mendigos. La pobreza estaba en todas partes y me caló muy hondo cuando niña". La madre de la escritora murió en el parto de su octavo hermano y su papá, siendo muy joven, volvió a casarse con una mujer con quien tuvo otros siete hijos.

-¿Cómo vivía?

-Yo me escapaba de la introspección, porque muy luego aparecían recuerdos muy tristes, principalmente por la orfandad mía y de mis hermanos. Escuchando a una señora que dijo "qué bueno que ella puede cuidar a sus hermanos", hice realidad esa frase y me dediqué a ser bastante mamá de todos mis hermanos huérfanos y de los que fueron llegando después también. Entonces estuve muy acompañada y esa compañía me sirvió para eliminar la introspección que me remontaba a cosas tristes. A mí ese pelotón infantil me sirvió, era buena para inventar juegos, hacíamos comedias, mi papá nos hacía concursos de pintura y escritura y lo pasábamos bastante bien.

-Hay muchos que sostienen que la relación madre-hija es una de las más intensas. ¿Cómo vivió usted la suya, que fue tan corta?

-Bastante mal. Era tan secreto mi dolor y mi pena que no quería comentarlo con nadie. De hecho, con mis hermanos, que estaban en las mismas, nunca hablamos del tema. Nos daba pena además recordárselo a mi papá, que cayó en un período fúnebre, así que cuando volvió a casarse recibimos con alegría el asunto, porque volvía la vida a la casa y nos sirvió de mucho. Nuestra orfandad la tocamos cuando fuimos muchísimo más grandes, cuando el mundo había cambiado y cada uno por su cuenta hizo terapias y psicoanálisis. Ahí recién empezamos a hablar. Un día, en Mar del Plata, entró al lugar donde estábamos una mujer estupenda y yo dije: "¡Miren, es la mamá!". A partir de ese incidente impresionante empezamos a hablar de ella.

-¿Y qué peso tuvo la figura de su papá?

-Mucho, aunque no fui su regalona. Mi hermana mayor era muy apegada a él y tenía mucha confianza, también tuvo esa relación con el mayor de los hijos hombres. Yo quedé como la del medio y me alegro mucho, porque mi mamá, antes de morir, se preocupó de mí, ella entendió -en tiempos en los que no había ningún psicólogo- o yo la supe buscar. Y también tuve muchas tías, que fueron un regazo enorme. Traté de distinguirme de mis otros dos hermanos que eran "más del papá": buenos para leer revistas y comentaban con él. Yo me retraje un poco de eso.

-Escribe que prefería irse con la mamá a su taller de costura.

-Fui su gran compañera en el taller. Para mí era mi reino, lo pasé fantástico con ella, éramos cómplices, nos reíamos de algunas señoras pitucas que llegaban. Mi mamá las imitaba un poco, con mucho cariño porque no era burlona. De hecho, tuve cuando grande un taller con una cuñada, de diseño personalizado lo llamamos, y era para mujeres que tuvieran problemas con su cuerpo, mujeres reales, no de revistas. Llegaban diciendo "soy tan chica, ni me veo", y les decíamos "aquí todo tiene solución".

La mistral

Recuerda que en uno de los concursos caseros que les hacía su papá, ella ganó el de poesía con una poemita muy infantil que hablaba de princesas. "El premio fue un libro de la Gabriela Mistral donde salía ella en la tapa y yo dije 'no, yo no quiero ser así'. Y no escribí más por esa imagen tan severa, muy profesora, muy poco femenina además, y a mí me encantaba la femeneidad. Mi papá me lo reclamó hasta el último día de su vida.

-¿Pero de verdad no escribió más o escribía y botaba esas hojas?

-Escribía y botaba. En el colegio me iba muy bien en Castellano y tuve profesoras excelentes, como la Mónica Echeverría, con quien hicimos un año entero del Quijote.

-¿Y cómo veía la vida de escritor de su papá?

-Fue una locura de ventas. Y para que veas que era raro el papá, no nos dejaba leer el libro más famoso que tuvo. Nos prohibió leerlo, lo rayó entero, la cosa es que lo vine a leer siendo ya grande. Pero toda la gente nos hablaba del escritor, íbamos a fiestas de compañeras y los papás llegaban a pedirnos que les contáramos cómo era Enrique. A mí no me gustaba que el libro fuera divertido, que hubiera provocado risas, encontraba que el humor era de mala clase, habría preferido algo trágico, más serio.

Exilios

A los quince años de edad viajó con la familia a Buenos Aires, donde su papá fue agregado cultural. Allí terminó el colegio y se puso a estudiar Filosofía, pero la nostalgia la persuadió de volver a Chile y se instaló con unas tías maternas. Acá los efervescentes sesentas estaban en pleno y decidió comenzar a estudiar Servicio Social para hacerse cargo de algo que sentía como una deuda. "Esto no era La Gota de Leche, no éramos señoras aristocráticas haciendo caridad, lo que estaba en boga era el cooperativismo que me fascinó, me siento muy orgullosa de haber orientado por ese lado mi preocupación, reivindicar a los que estaban en desigualdad ancestral. Fui lo más feliz con esa elección y mi papá nunca la entendió", cuenta Isabel.

A comienzos de los setenta, ya casada con su primer marido, vivieron en Viña y trabajaron en Valparaíso. Recuerda como una de las épocas más felices las amistades de esa época, su paso por la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica de Valparaíso y el nacimiento de sus dos primeros hijos. Tal esplendor se vio cortado de cuajo cuando la expulsaron de su trabajo y tuvo que salir al exilio. "Al comienzo no se me pasó por la cabeza que no volvería a vivir allí, pensamos durante mucho tiempo que volveríamos luego", recuerda.

-Vivió doce años en París, volvió a Chile por un tiempo y luego estuvo seis en Haití. ¿Cómo fueron esos períodos?

-Yo había sido una extranjera en Buenos Aires en un momento argentino fantástico, vivimos años felices en familia y tuvimos muchas amistades; después de eso, ya casada y sin guaguas aún, nos fuimos becados a España y vivimos en Sevilla, otra extranjería de lujo. El exilio en Francia fue muy distinto, los años en París fueron horribles. Fíjate que este año volví con mi hijo mayor y mis nietas, estuve con ellas quince días mostrándoles la ciudad y la primera semana fue espantosa, llorando todas las noches a escondidas de las niñitas. Fue una tristeza enorme, me acordé de lo que fueron esos años horribles, despatriada, de nuevo huérfana, una desgracia similar a la de perder a la mamá.

-¿Y Haití?

-Fueron años maravillosos. Al comienzo fue silencio, porque no podía creer que había vuelto al principio, a la creación del mundo. Mucha gente desnuda, la naturaleza es primaria, las casitas son mínimas, la gente camina, camina, camina… con un paso gallardo y con la ropa hecha colgajos, una cosa tristísima y preciosa.

-¿Cómo son los haitianos?

-Son muy lindos, tienen una gran cultura, son muy educados y correctos, son muy buenas personas.

-Regresó a Chile a fines de 1984, en una época dura. ¿Cuál fue el primer golpe de vista que conserva de su retorno?

-Llegamos a Chile un sábado y el domingo salió en la prensa la lista de quienes estaban con prohibición de ingresar al país y estábamos mis dos hijos mayores y yo. Ahí empezó una carrera tortuosa y por las noches no dormía, me sentaba con un tejido, esperando que de nuevo me iban a hurguetear la casa y llevarme. Yo ya había preparado un discurso para ese momento: "No me van a llevar, prefiero que me mate aquí dentro de mi casa, así que se terminó este cuento". Era incapaz de aceptar irme presa.

-Lo pasó pésimo.

-Sí, pero por suerte al segundo año de la vuelta empecé a trabajar en un programa de apoyo a la gente que volvía. A mí me encanta la gente, conversábamos mucho, uno de ellos una vez me quiso matar, porque no le habíamos dado una beca, sacó un cuchillo, pero le dije que lo dejara en la mesa y habláramos, estaba alterado, pero logré que se calmara y terminamos íntimos amigos, fue una cuestión muy reparadora, diez años en eso.

-¿Cómo asume que su hijo Rafael haya tomado para una de sus novelas a un personaje basado en usted?

-En un principio me piqué bastante con él y le dije que cómo podía hacerme eso si yo en Haití había sido casi una santa. ¿Cómo me podía meter a esa vieja de mierda? Cuando me fue a ver después de la operación, le mostré todos los lugares y personas, eso es todo verdad; pero la vieja imbécil no soy yo, ahí no sé, le dije que ni me dijera con quién me identificó. Pero después fíjate que dije "qué me importa, no me importa nada", y qué rico que lo pudo escribir, porque me encantó el libro, termina de una manera fantástica, es muy haitiano. Me reconcilié y no me importa nada. La familia de un escritor debe asumir sus ficciones.

-En cuanto a su relación con la escritura, ¿cuáles miedos sorteó para lanzarse a escribir?

-Creo que pasar muchas penurias, soledades, ausencias. Hasta no estar bien sola afectivamente empecé a hacer cosas que nunca había hecho en mi vida: fui a un taller de lecturas y ahí me decían que debía escribir. También mi psicóloga me despachó y también sugirió lo de escribir. Así salió todo.

-¿Y a quién le mostró los primeros borradores?

-A mi hijo Ignacio y a Salvador. Mi hija Mariana, que es diseñadora gráfica, también lo leyó, porque era muy importante para mí su juicio.

-¿Cómo empezó a trasladar este ejercicio de memoria al papel?

-Soy muy de cuerpo. Siendo vanidosa, siempre he sido linda, gorda, más o menos, esa no es la preocupación principal. Me encanta el cuerpo, me gusta vestirlo, me gusta bailar, es bastante sagrado para mí. Yo no sé si soy horrible o preciosa. Pero eso lo trasladé al papel.

-¿Nunca ha pensado cómo habría sido su vida si no hubiese tenido hijos?

-No, porque para eso me casé y elegí con quiénes. Me fascinó tener hijos, adoro a mis hijos, me encantan.

-¿Y qué es lo mejor de ser abuela?

-Jugar con las nietas, pero sin volverlas locas. Tengo una tropa maravillosa, son exquisitas. Estoy repasando lo que era yo misma cuando era niña.

rafael gumucio, hijo de isabel araya, la tomó sin aviso como inspiración para una novela.

Isabel Araya

Editorial Hueders

101 páginas

$7.000


"Primeras reliquias"


Oler ese chaleco rojo

"Acaricia y huele los retazos aspirando profundamente el olor ácido de lana planchada al vapor, fragancia que persigue todavía en las tintorerías que conservan ese aroma. También les cuenta sobre el atavío del que fueron parte: el chaleco rojo violento con trenzas en la parte delantera de una señora gorda y muy risueña, el traje rosado suave de una dama mayor, la falda tableada amarilla y azul para una niña muy alta o la bufanda gris y verde de un caballero callado.

Los ordena a su antojo: los mayores los trenza con los medianos combinando sus colores; no rechaza a los pequeños, los separa como acompañantes en los paseos fuera de la casa. Van apretados en sus manos, les preocupa que no se pierdan y sientan su cercanía. Sólo los abandona al dar la mano a su madre para atravesar las calles cuando salen juntas, entonces los guarda en sus bolsillos o los confía a su madre-taller, conocedora del secreto, quien, ya en la otra vereda, se los devuelve sonriendo". (Páginas 45 - 46)

Por Amelia Carvallo A.

alfonso gonzalez ramirez

"Hasta no estar bien sola afectivamente empecé a hacer cosas que nunca había hecho en mi vida: fui a un taller de lecturas".

Alfonso Gonzalez Ramirez

Adelanto de "Primeras reliquias".

Por Isabel Araya

"Soy muy de cuerpo. Siendo vanidosa siempre he sido linda, gorda, más o menos, esa no es la preocupación principal".