Cuando niña acostumbramos viajar tres días en el tren Longino al sur, con un paisaje que iba cambiando de color. En la oscuridad llegábamos a Pueblo Hundido, donde vendían tortillas al rescoldo y té caliente en botellas.
Al llegar a Copiapó las hojas verdes de los arboles tocaban los coches en que viajábamos. Era el primer signo de parronales después de dejar el árido desierto en que vivíamos. El tren seguía con su chiquichá todo el día y el humo de su chimenea no dejaba ver la larga fila de coches. Siguiendo la trocha angosta y varias curvas entrábamos a Ova-lle, lugares desde donde venían muchas familias del mineral. Los vendedores de higos, nueces, pasas y papayas subían al tren.
Esta experiencia feliz de mi niñez donde todo el paisaje era florido, acompañada de historias que se contaban de la cuarta región: La Serena con 50 Iglesias, los piratas de Coquimbo, Ovalle, Huamalata, los brujos de Salamanca, el Palqui, los observatorios astronómicos, probar el mejor pisco de Elqui, Cochiguás, pueblos considerados polos energéticos, y asociados a OVNI por las comunidades esotéricas despertaban siempre mi curiosidad.
Pasaron los años, el tren se reemplazó por micros, buses. Hoy se viaja en avión, y doy las gracias a los organizadores SECH filial Coquimbo porque fui invitada al encuentro más grande de escritores de Chile, y poetas argentinos, peruanos, uruguayos; tratando de conocer más a Gabriela Mistral. En Monte Grande subimos y recitamos en su tumba, recorrimos, la casa escuela donde vivió de los 4 a 10 años, rodeada del ruido del río que llevó en sus oídos toda su vida y el paisaje de "los grises 100 cerros y más" hoy verdes parronales regados por gotas de agua.
Este hermoso evento que cada día nos despertó con el trinar de pájaros. En el camino vimos hermosos jardines, plantaciones, de verduras a precios muy bajos, caballos, cabras y también como cosechaban papas.
En la colina había un gran embalse y un pueblecito con restos de edificios, letreros y plaza de lo que quedó del antiguo pueblo. Cuentan que los habitantes rescataron desde el fondo de las aguas arboles y recuerdos. Algo parecido al cierre de mi Chuquicamata no enterrado en las aguas sino en el olvido.
Nancy Monterrey Caro,
Escritora chuquicamatina