Estas últimas semanas y tras el arribo de nuevas autoridades, tanto a nivel municipal como de gobierno, se comenzó nuevamente a trabajar en la puesta en marcha del Plan Calama Nuevos Tiempos. Un plan que fue firmado por la propia Presidenta de la República, Michelle Bachelet, en 2015 y que contempla la ejecución de nueve proyectos que buscan cambiarle la cara a la ciudad, cuyo financiamiento total superará los $100 mil millones

A casi dos años de esta firma lo cierto es que todavía no vemos resultados del todo concretos y por el contrario, hay incertidumbre de si los proyectos terminarán ejecutándose al transcurrir el tiempo, o si habrá cambio de proyectos, nuevas reformulaciones o de plano se suspendan.

Todos sabemos que Calama necesita de proyectos que mejoren la infraestructura y más aún la calidad de vida de quienes residen en ella. Por lo tanto se hace imperioso el trabajo conjunto entre todos los organismos que tengan que ver con este Plan Calama, desde el alcalde de la comuna, pasando por los consejeros regionales y las autoridades de gobierno.

Es momento de trabajar unidos. Ya pasó el tiempo de las recriminaciones, de las críticas y de las discusiones sobre si hubo una mala elaboración de los proyectos o de si la priorización era o no la adecuada.

Ya es hora de dar vuelta la página y trabajar mirando hacia el futuro, trabajar por sacar adelante todos estos proyectos que los loínos merecen desde hace muchos años. Es hora de trabajar para los ciudadanos y dejar de lado las diferencias políticas o de cualquier otra índole.

Es de esperar que estos proyectos no queden sólo en eso, en proyectos que nunca se concretarán como ha pasado ya aquí en la comuna, y para ello se necesita la unidad, el compromiso, la buena voluntad y por sobre todo, el deseo de todas las autoridades competentes de ver a Calama convertida en una ciudad próspera y moderna.

Es dramático no poder ver, caminar a oscuras y a tientas; no distinguir formas ni colores, no conocer el horizonte ni el paisaje, o tropezar reiteradamente por el camino. Cuando en la calle vemos a un ciego con su blanco bastón inseguro, a todos nos conmueve muy hondamente. Y sentimos deseos de solidarizar con él y ayudarlo.

Sin embargo, creo que más dramática es la situación de quienes se niegan a ver o no quieren hacerlo. Los hay. Y muchos. Hay quienes se niegan a ver la realidad de la pobreza que nos rodea. Sólo tienen ojos para ver los éxitos económicos , los adelantos tecnológicos y el progreso de la ciencia. No quieren ver la miseria inhumana en que viven o sobreviven tantos hermanos nuestros en nuestra mismas ciudades o poblaciones. Hay quienes no quieren ver las realidades familiares: cierran los ojos al dolor que causan las separaciones matrimoniales, o el drama que viven los hijos cuando sus padres eligen ese camino, o las dificultades enormes que muchas veces tiene la convivencia conyugal. Negarse a ver la realidad es negarse a amar. Como ese sacerdote y ese levita, que para no encontrarse de frente con el herido del camino dan un rodeo y siguen de largo. Sí. Cuesta enfrentarse con el dolor. Casi instintivamente tendremos a alejarnos de él. Aparentemente es más fácil no mirar, no observar, no contemplar.

Una de las actividades preferidas de Jesús era hacer que los ciegos recuperaran la vista, que abrieran los ojos, que pudieran ver con nitidez lo que, había en el camino, que conocieran la diversidad de los colores, que gozaran los múltiples paisajes del planeta y que disfrutaran con las diversas formas del rostro humano.En una oportunidad, un ciego en la ciudad de Jericó llegó a producir molestia entre los discípulos de Jesús por los gritos con que buscaba llamar la atención. "Jesús, ten compasión de mí". Y aunque buscaban hacerlo callar él gritaba más fuerte aún.

Somos muchos los que no vemos y que podemos repetir el gesto. Jesús escucha nuestros gritos. Nos abre los ojos. Nos hace ver en lo profundo y no sólo las apariencias. Puede darnos la energía para ver, aunque nos resistamos o no queramos mirar a nuestro alrededor por miedo.