Los laberintos sociales que esconden las entrañas de la toma de Frei Bonn
DESALOJO. Autoridades esperan generar el desalojo antes de fin de año. Para ello trabajan en una completa planificación de mediano plazo.
El colectivo avanza por las calles de la ciudad. En la radio suena algo de la Nueva Ola. Es Buddy Richard y su éxito: Tu cariño se me va. El chofer comenta que esta mañana se levantó temprano. Que por el tema del Censo debió salir de madrugada, "...en uno de los días más fríos del año en Calama", me dice, replicando con las manos.
El móvil avanza por la calle Federico Errázuriz, internándose rápidamente en el sector poniente de la ciudad. Son las 10 de la mañana y al ser un día festivo no hay nadie en el sector. "Todos duermen", me comenta el taxista.
Vamos camino a la toma de calle Frei Bonn. La idea es recorrer sus calles internas. Acompañar a los censistas, que son todos militares. La sensación es extraña. Mucho prejuicio en el ambiente sobre el campamento.
De pronto el taxista se detiene y me asegura que en este sector, por lo general hay asaltos, pero que no necesariamente tienen que ver con la toma. Eso sí, me explica que "por las noches nosotros no entramos a este sector. Nos manejamos por las calles aledañas, pero evitamos".
Se acaba el viaje. Hay que caminar. Me deja justo en el costado de la toma. Veo dos personas con credenciales. Los saludo y les pregunto si puedo sumarme al grupo para ingresar al campamento y conocer la realidad y tal vez tomar algunas imágenes. "Claro no hay problema, siempre es bueno documentar la labor que se realiza. Hace harto frío si, ah!", me comenta amablemente el cabo Molina, de la Brigada Motorizada de Calama.
Laberintos sociales
La caminata comienza. La recomendación fue llevar ropa cómoda y zapatillas. Cierto, porque las condiciones internas del campamento no son las óptimas. Tierra, agua y mucho excremento de perro, son parte del paisaje. Cuesta deambular por las calles, que son realmente estrechas y muchas de ellas terminan en pasajes sin salida, "...un verdadero laberinto", me dice el cabo Molina.
La charla se acentúa y gana confianza en la medida que avanzamos. "Nosotros pensamos encontrarnos con otro escenario, más hostil, pero la verdad es que la gente ha sido muy amable", detalla.
Estamos en busca de los voluntarios censistas. Caminamos cerca de 10 minutos por distintos pasajes internos. La cantidad de perros es llamativa, lo mismo que las personas que recién comienzan a deambular por el sector.
"Buenos días" nos dicen. Todos saludan amablemente. Luego de varias vueltas y retornos en calles sin salida. Una persona de nacionalidad colombiana nos detiene. "Buenos días, que andan buscando", -nos dice con voz certera, pero sin llegar a ser agresiva- "buscamos a los voluntarios", replica Molina.
Con un ademán en su mano derecha, nos señala en la lejanía una calle más al poniente. Damos las gracias y avanzamos. A lo lejos se escucha "...lo que necesiten digan no más". Voz susurrante que se convierte en marca territorial.
Efectivamente, metros más allá aparecen los voluntarios. Están en su labor. Encuestando personas. No ingresan, todo lo hacen en la puerta de las casas. "Aquí lo dejo amigo", me dice el cabo Molina. Es hora de seguir solo y ver que más esconden las entrañas de estas laberínticas calles.
La problemática
El 2013, un puñado de familias decidió instalarse en el sector poniente de la ciudad. Eran unas cuantas familias que reclamaban por la falta de soluciones habitacionales. Muchos de ellos no tenían oportunidades laborales o los recursos necesarios para pagar un arriendo.
El terreno es de propiedad compartida. Un 70% pertenece al municipio, mientras que otro porcentaje es de Bienes Nacionales.
Para muchos la falta de agilidad en el proceso de desalojo provocó una avalancha social que se enraizó en el sector, evitando cualquier intento de erradicación posterior.
"Nosotros como municipio hicimos los trámites en tribunales para hacer efectivo el desalojo. Eso fue el año pasado y hoy estamos esperando a la gobernación", declaró en más de alguna ocasión el alcalde Daniel Augusto.
Hoy las conversaciones entraron en "tierra derecha". Las autoridades se reunieron con organismos de seguridad y orden de Calama y ya planifican un desalojo "que tenga el menor impacto social. Estamos trabajando en ello y juntando los recursos para que esto se lleve a afecto sin fuerza o violencia", declaró el representante de la gobernación, Ricardo Campusano.
Existe temor por lo que pueda ocurrir y el costo social e incluso político que pueda acarrear un proceso de erradicación. Por eso las autoridades evalúan todas las aristas.
Pobladores
El recorrido por las calles de la toma continúa. Es el pasaje "Los pitufos". Los pobladores comienzan a circular con más frecuencia. Hombres, mujeres y una buena cantidad de niños transitan en búsqueda de alimentos para el desayuno.
Escondido en una de las casas, y desde una pequeña ventana que da con el exterior, se aprecia a una mujer que vende los productos necesarios.
La imagen sólo es interrumpida por la voz de uno de los pobladores, que se me acerca y me comenta que pese a todo, la toma es como cualquier villa o población de Calama.
No quiere dar su nombre, pero se identifica como Juan. "Acá hay sectores buenos y malos, como en todo Calama. En general este pasaje es tranquilo. Hay hartos extranjeros eso sí. En la casa del frente vive esta niña que es boliviana. Al lado también son del mismo país. Y al fondo del pasaje son colombianos. Son bien tranquilos y trabajan", explica.
Me llama la atención una animita que hay al interior de una casa. Me explica que fue un "tipo" que se quitó la vida. "La angustia lo mató", aclara.
Además me comenta que en este pasaje murió un joven que se metió en una pelea de parejas. "Me contaron que fue un extranjero que lo acuchilló en la madrugada. Yo ni lo sentí. En la mañana me golpeó la puerta la PDI y no tenía idea, porque duermo al fondo de la casa".
Si bien existe delincuencia, Juan explica que no es tan común y que muchos cometen delitos y llegan a esconderse al interior de la toma.
Sobre los servicios básicos me explica que hicieron un proyecto y se lo presentaron a la empresa que provee energía, pero al no tener papeles por los terrenos, no se pudo. Al final igual tenemos energía eléctrica y el agua es a través de estanques. Si hasta cable tenemos. Vino un niño de una compañía de cable y nos ofreció dejarnos a todos conectados pagando $15 mil cada uno. Yo creo que el niño se hizo millonario, porque ahora todos tenemos el servicio", agrega.
Ante la sombra de un posible desalojo, Juan explica que si le piden que se vaya, se va a ir, ya que con lo que pudo ahorrar durante estos tres años que vive en el campamento, le alcanza para arrendar.
Comenta que hace unos años le ofrecieron irse con un grupo de 100 familias que fueron instaladas en el sector de Quetena, pero que lo pensó bien y era muy lejos. "Que me iba a ir para allá. No hay locomoción. Uno tiene que tener auto, sino ¿Cómo viene a trabajar al centro? No, yo voy a esperar para ver que ocurre. Pero creo que no va a pasar nada", dice.
Las horas pasaron, Ya hay más personas en los pasajes. Miran de reojo, al tiempo que tomo mi mochila y comienzo a caminar. La salida se ve cercana. Atrás queda Juan, mientras un par de niños de la mano caminan felices. Los observo, queriendo entender el porqué de su entusiasmo.
Salgo de la toma, desorientado. Aún hace frío en Calama.
"Nosotros como municipio hicimos los trámites en tribunales para hacer efectivo el desalojo. Eso fue el año pasado y hoy estamos esperando a la gobernación"
Daniel Agusto Alcalde de Calama"