Poco más de 1.100 son las hectáreas cultivables que existen en Calama. Una cifra que claramente hay que desglosar en lo que son los terrenos destinados a cultivo y los que efectivamente se estén utilizando con esos fines. No hay que olvidar que la escasez de agua para el riego ha obligado a que los predios mantengan su condición agrícola pero lamentablemente no son utilizados para las siembras.
Una realidad conocida por quienes habitamos este otrora oasis y que en la actualidad pretende mantener esa condición, en medio de dificultades y de intereses económicos, que van en absoluto sentido contrario.
La agricultura ya no reporta como antes. Las producciones han bajado y son pocas las familias que viven de lo que siembran, y esta tradición se pierde en nuevas generaciones que no ven el trabajo de la tierra como su sustento.
Son los propios agricultores que recuerdan que los suelos cultivables hace poco más de tres décadas eran de 1800 ó 1900 hectáreas y si nos remontamos más atrás los mismos estudios arrojan que existían al menos 5 mil hectáreas cultivables.
Están conscientes que en gran medida el decaimiento de la actividad se debe al auge minero y a la escasez de agua, la que también cambió su destino hacia los procesos metalúrgicos.
Para la gente del agro allí partió la debacle de una actividad ancestral que no están dispuestos a abandonar porque significaría perder una de las principales características de este ancestral valle.
De hecho, ya iniciaron mesas de trabajo con las instituciones del agro, el municipio y las mismas empresas mineras, quienes en sus políticas de responsabilidad empresarial y las exigencias del mercado, saben que deben minimizar el impacto ambiental.
Esta labor de los agricultores debe recibir el apoyo desde todos los sectores, porque aunque algunos crean que la agricultura y la condición de oasis, no merecen los esfuerzos ante la avasalladora realidad, renunciar a ello es negarse a las raíces y a las tradiciones que han marcado a esta comuna y a sus alrededores durante siglos.