Mi padre trabajó en el mineral de Chuquicamata por casi 3 décadas, nunca faltó a su trabajo, aunque su jornada era de 7 a 3 , muchas veces apenas lo veíamos ,o llegaba muy tarde, ya que para aumentar sus ingresos, le asignaban trabajos extras o dobles, que mi madre los apuntaba rigurosamente en un calendario, como para confrontarlo con el pago, los primeros días del mes próximo. Así pasaron los días, los meses y los años de mi niñez y primera juventud, viendo el esfuerzo de mi padre, luchando contra enormes motores, que movían quizás algunas máquinas gigantes, enrollando cables y bobinas que nunca entendí, feroces, articuladas y necesarias en ese mundo, donde la tronadura era como el reloj, que marcaba los días .
Mi madre nos convocaba rigurosamente a la hora de su llegada, generalmente, a las 3 de la tarde y 20 minutos, veíamos caminando a almorzar, ese héroe enorme, noble y riguroso, recuerdo que nos revisaba por si habíamos tenido algún incidente o "chichones", en las intensas tardes de juegos de pampa, donde la cancha improvisada con piedras y alguna ropa, marcaba los límites imaginarios de pichangas eternas, donde siempre el último gol ganaba, cuando empezaban a llamarnos o la oscuridad daba por finalizado el encuentro. Donde un montón de hijos de mineros esquivaban el viento, que silbaba alentando nuestra alegría, un tanto ajenos a la épica jornada de nuestros viejos, revolviendo la tierra salina y calcinada, montando enormes camiones, con un cerro el su tolva; algunos moliendo la roca escogida o como tantos otros, rodeados de un fuego infernal, fundiéndola con la esperanza del metal rugoso y rojizo que aún nos mantiene.
Soy un hijo de esos mineros y aunque no he seguido sus pasos, y miro las chimeneas eternas desde lejos, llevo con orgullo ese ejemplo de vida, de familia gregaria, con la magia aglutinante de mi madre, fiel exponente de mujer de minero, y de mi padre solo con mirarlo, a hacer el mejor esfuerzo, de ser responsable, de sentirse parte importante de un esfuerzo colectivo .
Hoy mi padre vive aún, sumido de recuerdos intermitentes de su taller eléctrico revisando el trabajo de sus viejos, ignorando que muchos ya han partido, o dándonos órdenes aún con su forma firme y cariñosa, confundiéndonos con sus compañeros, o realizando esfuerzo de horas hasta recordar sus nombres, de otros tantos como él , que quizás tengan hijos tan orgullosos y agradecidos como yo.
Patricio Toro Erbetta,
Director del Hospital "Carlos Cisternas"