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David Rieff dispara contra las paradojas de la memoria

El escritor estadounidense estuvo esta semana en Chile para presentar "Elogio del olvido", que contiene su planteamiento más polémico: la memoria es un arma de guerra. "Estamos condenados a olvidar", dice.
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David Rieff tenía 40 años cuando llegó a Bosnia para cubrir la Guerra de los Balcanes como corresponsal de guerra del New York Times. Cambiaba la sala de redacción por el infierno. También postergaba su vocación de ensayista para ahorrarse cualquier comparación con su madre, la famosa novelista Susan Sontag. Ya tendría tiempo para ajustar esa cuenta.

Casi 25 años después, tiempo suficiente para borrar muchas cosas de la memoria personal, Rieff conservó en su disco duro algunas ideas de los Balcanes que le sirvieron para armar una tesis que puede causar enfado y sospecha por su incorrección política: la memoria es un arma de guerra.

Con "Elogio del olvido" (Sello Debate) bajo el brazo, el escritor estuvo esta semana en Santiago para presentar su obra más polémica, primero en el ex Congreso Nacional y luego en la Cátedra Abierta Roberto Bolaño, de la Universidad Diego Portales.

-¿Cómo surgió la idea de este libro?

-A veces los libros eligen a los escritores y no al revés. Como corresponsal de guerra en muchos lugares, como los Balcanes, África, Irak y Afganistán, pensé mucho sobre la memoria, sus ficciones y su utilidad. Concluí que hay casos en que la frase tan conocida de George Santayana que dice que "aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo" no es verdad. La memoria, en Bosnia o ahora en Medio Oriente, sirvió y ahora sirve de arma de guerra. Mi propuesta es que tenemos que repensar cómo asumimos la memoria. Así empecé a trabajar.

-En el texto dice que todo logro humano será olvidado. ¿Qué pasa con la desgracia, con los hechos infelices que puede vivir una sociedad y que por sentido común uno debería conservar para sacar lecciones?

-Nosotros, como seres humanos, pero también a nivel de civilizaciones, seremos olvidados. Tenemos que vivir de manera binaria. Sabemos que vamos a morir, pero eso no significa que no tenemos que hacer nada, no tener amores ni opiniones. No digo eso, pero sí entender que la memoria no es una cosa permanente y que podemos discutir de la memoria y del olvido de manera más pragmática. Hay contextos en que es mejor recordar y otros en que es mejor olvidar. En los Balcanes vi cómo la memoria de la batalla de Kosovo del siglo XIV sirvió como arma y como sistema movilizador de los serbios en la época de la guerra de la ex Yugoslavia.

-¿Tiene conciencia del shock que genera su tesis en Sudamérica, donde se vivieron situaciones muy duras y donde aún hay familias que funcionan con la consigna "sin perdón ni olvido"?

-Entiendo que para una víctima o para el familiar de una víctima, el olvido en este momento no es posible ni es algo que se busque como punto final. No tengo objeción en cuanto a establecer lo que pasó a los familiares que fueron torturados o asesinados por la dictadura. Me parece algo irreprochable, pero por cuánto tiempo. La memoria debe servir de principio personal, pero tarde o temprano vamos a tener que repensar la centralidad de la memoria. Es imposible en Chile, porque hasta ahora no hemos llegado a ese punto. Pero hay una diferencia capital entre la justicia, que es una cosa para una persona que ha sido acusada por crímenes, y la impunidad colectiva. No creo, como dijo el filósofo alemán Karl Jaspers, en la culpabilidad general. Hay personas con quienes podemos aplicar justicia, pero poner una sociedad en justicia es algo demasiado metafórico.

-Si el olvido es inevitable, ¿cuál es el tiempo razonable para que eso ocurra en conflictos así?

-Todo es caso a caso. El caso chileno no es el caso argentino. Cada país y cada sociedad tienen que discutir su respuesta al pasado, pero imagino que nadie en Chile piensa que en 500 años la dictadura de Pinochet va a ser el problema central del país.

-Alfredo Jocelyn Holt, historiador chileno, alguna vez propuso un ejercicio parecido, señalando que en la guerra civil de 1891 hubo varios miles de muertos más que con Pinochet y hoy nadie se acuerda.

-Esa es la tragedia y la realidad de la historia. Estamos condenados a olvidar. La pregunta es cuándo y cómo, y qué hacer entremedio. Las víctimas chilenas hoy pueden pensar que es un problema central y que el país tiene que inculcar en la memoria el horror de la dictadura. Pero no en 2250. Mi posición no se opone a las víctimas, pero tenemos que desacralizar la memoria, ponerlo en términos humanos y también reconocer la naturaleza transitoria de todo.

-Dice que la memoria personal, que termina con la muerte, y la memoria social, que termina con el olvido, son caras de una misma moneda. Algunos no pueden funcionar teniendo tan presente la idea de la muerte o de su propia intrascendencia. También puede ser riesgoso para la sociedad. ¿No cree que esto puede ser paralizante?

-Partamos por lo básico: no hay memoria colectiva. Hay una decisión de una sociedad de presentar el pasado de una manera u otra. Y esa decisión siempre conlleva conflictos políticos e intelectuales. La historia de los vencedores no es la misma de las víctimas. Y reconciliar a los dos es una cosa casi imposible. La historia cambia con el tiempo. Lo que pensábamos del tema mapuche hoy es distinto de lo que pensábamos en 1917. Y la memoria colectiva es verdaderamente una versión de la opinión colectiva de una sociedad, porque no es memoria en el sentido científico.

-¿No es justo que los mapuches quieran permear su memoria colectiva en la sociedad chilena?

-Pero eso no es memoria.

-¿Qué es, entonces?

-Es una versión de la historia. La historia no es una ciencia como la astronomía. La historia siempre y para siempre es un debate. Los mitos no son historia. Sirven para otra cosa: para dar fuerza a una posición, para preservar la conciencia de una catástrofe, etcétera. Mi libro no es contra la política. Al contrario. Es contra una idea de que tenemos que sacralizar la memoria y hacer algo inmoral del olvido.

-¿Qué le parece que en Chile exista un Museo de la Memoria? Aquí algunos se quejaron que fijaba el punto de partida el 11 de septiembre de 1973 y no se hacía cargo del ambiente previo.

-Todo museo tiene un fin propagandístico. Muéstrame un ejemplo de un museo sin ese fin. El debate es sobre lo que dice la propaganda. Lo que me cuentas es la discusión sobre las verdades o distorsiones de una versión de la época de la dictadura y de lo que hubo antes. No hay un consenso en Chile ni en Argentina. A menos que Jesucristo llegue y le dé la razón a alguien, no veo cómo podemos separar el debate político de un museo, que es una estructura ideológica por definición. Para alguien puede ser una verdad y para otro, una propaganda.

David rieff propone desacralizar la memoria y reconocer que es transitoria. Además, asegura que "no hay memoria colectiva".

David Rieff

Sello Debate 180 páginas

$12.000


"Elogio del olvido"

Por Daniel Gómez Yianatos

alfonso gonzalez