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"Umami": el sabor del duelo mexicano según Laia Jufresa

La escritora, que recién dejó el DF para vivir en Escocia, llegó a librerías chilenas con su primera novela, un relato coral sobre el luto y el abandono en una vecindad cuyas casas llevan nombres de sabores.
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Suena a tragedia que desaparezcan dos personas que vivían en un mismo pasaje y que esto ocurra en menos de cinco años. A menos que pase en Campanario, el condominio que la escritora mexicana Laia Jufresa presenta en su primera novela: "Umami" (Editorial Kindberg), una especie de vecindad que tiene la forma de ese mapa de la lengua que en algún momento raro de la humanidad pretendió indicar a los niños dónde se sentía cada uno de los sabores. De esta forma, los protagonistas de este texto coral se distribuyen en las casas Ácido, Amargo, Dulce, Salado y Umami, este último un gusto que cuesta definir en occidente, pero que al parecer está presente en muchos alimentos y en varias preparaciones, tanto las gourmet como las de fonda dieciochera.

El señor Barriga de Campanario es un antropólogo que poco tiene que ver con el entrañable personaje de Edgar Vivar. Alfonso concibe este proyecto de comunidad, en el que él también vive, con bastante más relajo y como una forma de abstraerse de los ciclos naturales y económicos. Hasta que la muerte se asoma en el pasaje para recordar cuánto cuesta huir de los cataclismos.

Laia sí pudo. El último terremoto de México sorprendió a Jufresa, recientemente seleccionada como uno de los cuarenta mejores autores de ficción de América Latina por Bogotá 39, muy lejos de su país, mientras se instalaba en Escocia, donde se quedará por un buen tiempo.

Umami tiene la particularidad de poder leerse de distintas formas, lo que la emparenta con pesos mayores, como "Rayuela" de Córtazar o "Los detectives salvajes" de Bolaño, pero a Laia eso la tiene sin cuidado. Ni se molesta en reconocer algún tipo de influjo. "La estructura está concebida de manera en que las cosas se van hilando y complementando a medida que el lector avanza en orden por los capítulos. Lo que pasa es que ese orden no es cronológico, sino narrativo", aclara.

El celo por el lenguaje es otro elemento que resalta en su narrativa. Carlos Monsivais dijo alguna vez que "Amores perros" era una traducción de "Pulp Fiction" de Tarantino y que resignaba parte del habla chilanga para ajustarse al ritmo fonético del inglés de los barrios bajos gringos, sustituyendo el "fuck you" por la "chingada". A Laia, el spanglish no le pesa porque entiende que el idioma está hecho para moldearse, pero prescinde hábilmente de él para mostrar un pasaje de clase media del DF sin trucos ni voces mestizas impostadas.

-El origen de Campanario está ligado a la crisis financiera del 82 y al terremoto del 85. En Chile pasó lo mismo exactamente en los mismos años. ¿Es una elección circunstancial o vivir estos episodios nos determinan de una manera especial?

-Yo en el 82 no había nacido y el 85 no lo recuerdo, así que son episodios que no viví, pero que, de algún modo, me marcaron. Porque fueron parte-aguas tan fuertes que marcaron también a la generación siguiente. Pero de un modo distinto, menos brutal y más nostálgico, como los abuelos que no conociste o las casas donde tus papás crecieron: cosas que te llegan de segunda mano y aun así son parte de ti.

-"Umami" es un libro sobre el duelo, pero hay más dulzura que amargura. ¿Tenías la idea de cuestionar alguna forma particular de vivir la pérdida o querías defender la posibilidad de que cada uno la viva como pueda?

-Lo segundo. Sobre todo, quería darle espacio. Porque en un país con casi treinta mil desaparecidos y tantos muertos, no hay espacios generosos para el duelo, los muertos se vuelven nombres, números, excepto los propios, que no pueden ser nunca un número. Esto porque no tenemos ni las herramientas emotivas para hacerle frente a tanto horror, ni los mecanismos sociales para poder elaborar y trascender los muchos episodios traumáticos.

-¿De dónde vendrá el cliché de que los mexicanos saben convivir con la muerte?

-Supongo que viene de nuestra tradición de celebrar a lo grande el día de los muertos que es, como todo en México, una mezcla de tradiciones indígenas con costumbres católicas. Además, hay el componente visual: no nos dan horror las calaveras, al revés, son una iconografía constante en nuestro imaginario, mientras que en otros países a la gente le da horror recordar que trae dentro un esqueleto.

-Hay una preocupación especial de varios de tus personajes por el idioma, por ir transformándolo o renovándolo, sin que eso signifique una tensión. ¿Se resquebrajan las comunidades cuando se pierde la creatividad en el lenguaje?

-No. Tampoco creo que se pierda la creatividad en el lenguaje. Se pierden expresiones, incluso idiomas, pero la creatividad no: siempre habremos los que nacimos así: un poco obsesivos con el lenguaje, con jugar con él como otros juegan con pelotas o pinturas o ingredientes de cocina. La lengua está viva, en la calle, en las bromas, no en los diccionarios. Y eso hace -no deshace- identidades y, por extensión, comunidades.

-En "Umami" alguien dice que "por principio hay que desconfiar de un idioma en el que libre se dice igual que gratis". Otro personaje se niega a hablar inglés, porque es un idioma "que lo pone raro". ¿Qué te pasa a ti con el inglés?

-Lo aprendí de niña y es el idioma en el que más he leído siempre. Es un idioma en el que escribo muchos de mis primeros borradores -varias de las voces de "Umami", por ejemplo, empezaron en inglés- por costumbre y también, supongo, porque me permite una mezcla de comodidad e incomodidad, de asombro y extrañeza, que mi propia lengua -más inmediata, menos desafiante a primera vista-, no. Traducirme al español me hace llegar al español con más respeto y más retos que si me lanzo de entrada en español reproduciendo, quizás, formulaciones comunes. No sé si lo estoy explicando bien. Es como quien se amarra unas pesas en los tobillos para salir a correr: el esfuerzo es mayor pero también las recompensas. También me es un idioma sobre todo escrito, porque hasta hace literalmente una semana -que me mudé a Escocia- nunca me había instalado en un país de habla inglesa.

-Ahora que estás lejos, ¿cómo ves el DF?

-El DF es como un monstruo de esos de película: nada puede acabar con él y sigue creciendo, le cortas un brazo y le salen seis. Es un caos y sin embargo, milagrosamente, funciona; la gente, toda esa gente, hace allí su vida, todos los días. Creo que el sentido de comunidad está casi extinto, pero aún hay pequeños oasis. O quizás ya no, quizás todos fueron tomados por un café hipster.

Laia Jufresa

Editorial Kindberg

272 páginas

$12.000

Por Daniel Gómez Yianatos

"La lengua está viva, en la calle, en las bromas, no en los diccionarios. Y eso hace identidades y, por extensión, comunidades".

"En un país con casi 30 mil desaparecidos, no hay espacios generosos para el duelo".

claudia leal