Escribir sobre la posibilidad de la paz en una hora en que se ven totalmente nublados los horizontes y cerrados a piedra y todos los caminos, por lo menos resulta irónico, risible. Para quienes sufren el azote de la violencia es cruel.
Nosotros, sin embargo, a pesar de los cielos nublados, nos sumamos al número de los hombres que creen en la posibilidad de la paz. Aún cuando la historia entera de la humanidad esté surcada por ríos de sangre y lágrimas, nosotros creemos en la paz, la buscamos, la promovemos, con optimismo o con angustia, con esperanza o con zozobra. Nuestra misión es ser promotores de la paz.
Tenemos el ideal de una humanidad fraterna. Juzgamos insensato que tantos hombres cumplen su breve peregrinación por el tiempo en medio de incontables angustias, pobrezas, amenazas, desequilibrios. Para creer en la posibilidad de la paz nos fundamos en el sostenido anhelo de la humanidad: volver al paraíso perdido. Este anhelo surge caudaloso del corazón del hombre, como el agua, de la fuente; la luz, del sol; la sombra, del cuerpo. Es preciso que el ser humano vuelva a la raíz más escondida y entrañable de su ser y allí dé la primera batalla por la paz, arrancando los gérmenes del odio, de la ambición, de la malquerencia. Si no empieza ahí la construcción de la paz, su edificio seguirá alzándose sobre fundamentos de arena y cediendo al ímpetu de la primera tempestad de invierno.
Esta es la única violencia legítima ; no la que un hombre ejerce sobre otro para esclavizarlo, sino la que ejerce sobre sí mismo para dignificarse. Y nadie s dignifica si no logra entender que el otro es su hermano y que, por lo tanto, necesita de su amor y servicio.
Mientras tantos hombres lloran, huyen o son cruelmente sojuzgados, nosotros creemos que es posible la generosidad desinteresada de tantos y tantos que, acaso sin saberlo, desde el hondón de sus angustias siente que el noble "Dar de sí, sin pensar en sí".
Arturo Mardones Segura,
Rotary Club Chuquicamata