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Cómo entender al Chile del consumo, según Carlos Peña

Carlos Peña habla sobre el ensayo que acaba de publicar bajo el sello Taurus: "Lo que el dinero sí puede comprar". Allí explora una preocupación persistente en la historia de la filosofía, la economía y sociología: ¿cuál es la relevancia del dinero en las relaciones sociales? Para responder acude a Marx, Freud y Žižek.
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Carlos peña es doctor en filosofía, magister en sociología, abogado, profesor universitario y rector de la udp.

Pasaron casi veinte años desde que Patricio Aylwin dijera "nunca pondré un pie en un mall" hasta que, en una inesperada declaración, Sebastián Piñera dijo en 2011 que "la educación es un bien de consumo". La distancia que hay en esas frases es, para Carlos Peña (rector de la Universidad Diego Portales, columnista de El Mercurio y autor de libros como "Ideas de perfil") uno de los síntomas de la expansión del capitalismo en Chile. Es esa paradoja la que intenta explicar en "Lo que el dinero sí puede comprar", un ensayo que entrecruza reflexiones económicas y filosóficas sobre los límites y la importancia del mercado en nuestros días. Conversamos con Carlos Peña sobre la publicación de su nuevo libro.

- A diferencia de "Ideas de perfil", "Lo que el dinero sí puede comprar" parece ser la respuesta a una serie de eventos que han sucedido en estos últimos años en la sociedad chilena. ¿Lo cree así?

- Sí. Ideas de perfil es un libro sobre ideas que se entrelaza con breves esbozos biográficos de autores. Y si bien las ideas -incluso las ideas más viejas- tienen una repercusión en la realidad inmediata, "Ideas de perfil" es un libro más bien intemporal. "Lo que el dinero sí puede comprar", en cambio, es un ensayo que intenta explorar una viejísima preocupación presente en la historia de la filosofía, de la economía y también de la sociología: ¿cuál es la relevancia del dinero en el ámbito de las relaciones sociales? Si bien esta pregunta y la respuesta que este libro explora entrecruzan parte de la literatura desde el siglo XVIII en adelante, se trata de una reflexión que tiene consecuencias para la compresión de nuestra realidad inmediata. Porque, efectivamente, el fenómeno más notorio que ha habido en Chile en el último tiempo es la expansión del mercado y del consumo.

- Y que se vio expresada, como usted lo dice al comienzo del libro, en la polémica por la frase de Piñera sobre la educación como un bien de consumo.

- Lo que me llamó la atención de aquello es que todos los ánimos se erizaran por esa expresión, en un momento donde la sociabilidad chilena, más que nunca en su historia, estaba organizada -y lo sigue estando- en torno al consumo. Quienes se erizaron con esa frase son los mismos que disfrutan en el mall. Ese es el misterio que a mí me interesaba dilucidar, y que, como sugiero en el libro, se enraíza en la índole ambivalente de la modernidad.

- Y que, como sugiere en el libro, podría tener un parecido al sacrificio antiguo.

- El acto del consumo como un acto sacrificial no es, por supuesto, mía. Para la antropología, el sacrificio -que los modernos creemos un acto arcaico- entrecruza todas las sociedades, incluso las modernas. Es un acto que tiene por objeto recordar la frontera entre lo sagrado y lo profano. En la modernidad, al parecer, no habría sacrificios. Sin embargo, se sugiere que el consumo es un acto sacrificial porque tiene -y uno lo puede comprobar en su propia experiencia de consumidor- un lado de disfrute que, a la vez, posee una sensación de despilfarro.

- ¿Hay alguna relación, cree usted, entre la abstención política y la expansión del consumo en Chile?

- En el grupo de personas que se abstienen -más del 50% de quienes tendrían derecho a votar- debe haber una importante porción de personas que no votan porque no ven en la política actual una total inutilidad. Pero esa no es una opinión muy radical ni muy crítica. Más bien, yo diría que en el grupo de votantes hay una buena porción de personas satisfechas con el sistema. No racionalmente satisfechas, sino -esto el libro lo intenta mostrar- a sus anchas en su mundo interior. La gran paradoja de la cultura chilena contemporánea es esta inconsistencia entre el extremado contento que tienen con su vida personal y la insatisfacción con sus instituciones. Y es probable que allí esté el motivo de la abstención. Es una cierta modorra, que no es flojera ni satisfacción racional. Ahora, una cosa que no se entiende es que cuando yo digo estas cosas intento constatar una realidad, y no postulando que la vida mejor es ésa.

- En el libro usted recurre tanto a Marx como a Freud para explicar algunas de las cuestiones que plantea. ¿Cree que siguen siendo importantes para analizar la realidad contemporánea?

- Creo que sí, aunque de formas distintas. Marx, por cierto, tiene algo de razón. Decía que el mundo de la mercancía era la realidad social pero invertida. Él pensaba que en la sociedad tradicional se nos revela el carácter social de lo que hacemos. Cuando yo fabrico algo, por ejemplo, yo sé que los demás están produciendo algo que también nos interesa. En el capitalismo, dice Marx, las relaciones sociales alcanzan tal nivel de abstracción por el dinero que este carácter social no salta a la vista, pues éste solo se observa en el intercambio. Esa es una observación realmente sagaz y que no deja de sorprenderme. Freud, en el fondo, describe la condición humana como una condición anhelante, la de un sujeto movido por un deseo vacío que no logra nunca colmar. Quizás ambas ideas expliquen esta compulsión por el consumo que tenemos. Pareciera que en el mundo moderno nos movemos dentro de estas dos realidades: el mundo social invertido y en la búsqueda permanente de un deseo no colmado. Ambas, en definitiva, subrayan el carácter fantasioso de la existencia humana.

CUERO DURO

- En "Ideas de perfil" dedica ensayos a Žižek y en este se preocupa de la tesis de Michael Sandel, dos intelectuales que se mueven constantemente en la arena pública, incluso en Youtube ¿Le interesa esa forma de mostrar las ideas?

- Sí. No estoy, por supuesto, a la altura de esos autores, pero comparto con ellos la convicción que las ideas tienen que llegar al público masivo. Creo que un intelectual en la época contemporánea tiene que tener la capacidad de hablar el lenguaje de los medios masivos, y poner las ideas al servicio de la reflexión cotidiana. Eso es lo que yo trato de hacer tanto en los libros y en las columnas. Creo que un intelectual latinoamericano tiene que ser capaz de entreverarse en el debate del día a día, con todo lo incómodo que esto resulta. Los intelectuales que tienen una visión aristocratizante de sí mismos, o que son muy tímidos o que no tienen el cuero suficientemente duro para resistir lo que dicen las redes sociales no lo hacen y se inhiben. No es mi caso, por cierto. Entiendo cómo son las redes, no las comparto ni tengo, pero entiendo que la gente reaccione.

- Sobre eso, ¿ha observado las interpretaciones que ha tenido este libro a la luz de las pasadas elecciones?

- Alguien podría decir que, en realidad, la modernización capitalista no ha permeado la cultura en Chile, y que lo que ocurrió en las elecciones sería la mejor muestra de ello. Yo, por supuesto, no lo comparto. Desde luego, el libro no era un intento de predecir las elecciones. Pero, más bien, me parece que las elecciones prueban la tesis del libro: la modernización siempre ha estado acompañada de una estela muy profunda de malestar, y la clave de la política es la interpretación de ese malestar. ¿O alguien cree que en Chile no hay una cultura del capitalismo, que estamos en presencia de masas que se han vuelto contra de la modernización capitalista? Vayan al Costanera Center, al mall de Maipú o de La Florida: ese es el mundo social real, el mundo social invertido que mencionaba Marx. Lo que pasa es que se incurre en el simplismo de creer que cuando la cultura capitalista penetra la gente nunca va a votar por la izquierda.

- Usted también escribe columnas ¿En qué se diferencian de escribir un libro?

- La columna es un tipo de género muy particular, pues obliga a desenvolver una idea, a simplificarla, de manera que sea entendida y tenga interés. En algún sentido uno está obligado a traicionar la complejidad de un razonamiento, pues toda la virtud de una columna consiste en decir algo que la gente entienda sin traicionar la regla de la racionalidad. Además, una columna se diferencia de un libro porque no es una escritura donde uno expresa su deseo. Yo estoy totalmente convencido de que mis deseos y preferencias no le importan a nadie. No tengo esa ilusión narcisista. Tengo otros tipos de narcisismo, pero no ése. En la columna trato de reprimir mis preferencias hasta donde eso es posible y dejar hablar a los hechos. Pero la gente cree que lo que uno hace domingo a domingo es expresar lo que anhela.

- En "Ideas de perfil" y en algunas partes de este libro se interesa por mostrar, aparte de las ideas de los autores, sus rostros, historias o vida común. ¿Algo de eso lo ayuda a entender?

- Las ideas tienen la rara particularidad de que son cosas que responden a las urgencias de un cuerpo y una persona, pero que así y todo -cuando son buenas ideas- son capaces de una cierta universalidad. Siempre enraízan en una cierta biografía y un cuerpo. Sartre, y en eso están casi todos de acuerdo, no hubiese escrito El ser y la nada o su análisis de la mirada si no hubiese sido tan feo.

La transición chilena (el período que siguió a la dictadura que había llevado a cabo la revolución capitalista) estuvo marcada por frases y momentos memorables. Uno de ellos, que reveló cuán profundo había sido el cambio que Chile comenzaba a experimentar, y cuán difícil sería comprenderlo, fue una declaración del presidente Patricio Aylwin, quizá el político más prestigioso del último medio siglo: «Nunca he ido ni pondré un pie en un mall», declaró en 1993 al responder una invitación para inaugurar uno. «Lo encuentro […] una ostentación de consumismo», agregó después.

El presidente Aylwin, así como millones de personas de su generación, resistía, pero al mismo tiempo impulsaba, la expansión del consumo que el mall representaba.

Veinte años más tarde Chile se había convertido en uno de los países de la región con más metros cuadrados de mall por habitante, solo antecedido por Estados Unidos y por Canadá, y para el año 2021 se aprestaba a agregar un millón de metros cuadrados más. Ya el 2012, apenas treinta años después de la inauguración del primer mall santiaguino, y a pesar de esas resistencias, la experiencia de ir al mall constituye un paseo habitual para millones de familias que ven allí el sustituto de la plaza, un lugar donde se consumen bienes, se practica la comensalidad, se asiste al cine e incluso (como proclama la publicidad de uno de ellos) se vive la cultura. Uno de esos malls está situado en la torre más alta de Sudamérica, y quienes pasean por él vitrinean, se miran en los escaparates o simplemente caminan por sus pasillos o se muestran; provienen de todos los sectores de Santiago gracias al Metro, una de cuyas estaciones llega ahí mismo. Y mientras la Plaza de Armas, el centro cívico de la ciudad, congrega a emigrantes peruanos y haitianos que van allí a buscar datos de trabajo o hacer llamadas telefónicas baratas, el mall Costanera Center reúne a miembros de todas las clases sociales, superando con creces al centro cívico o la Plaza de Armas, el sitio que circundan la Catedral, la Municipalidad y el Museo Histórico.

En consonancia con la cultura que el mall parece haber desatado, el año 2010 se declaraba como monumento histórico un gigantesco aviso publicitario de una conocida marca de champaña y otra de calcetines, reconociéndose así que la memoria colectiva e identitaria parecía estar atada al consumo.

Sin embargo, algo ocurrió por esos mismos días.

Cerca del aniversario del primer mall construido en Chile y de la celebración del consumo como monumento nacional, el presidente Piñera, el segundo presidente de derecha elegido democráticamente en más de un siglo declaraba, a propósito de las protestas estudiantiles que entonces encendían las calles, y mientras inauguraba la sede de un importante instituto profesional, que la educación era «un bien de consumo»:

requerimos en esta sociedad moderna una mucho mayor interconexión entre el mundo de la educación y el mundo de la empresa, porque la educación cumple un doble propósito: es un bien de consumo.

La declaración -que subrayaba el hecho de que la gente suele apropiarse los beneficios de la educación y mejorar su renta- parecía adecuada a una sociedad cuya cultura aparentaba estar cómoda con el mercado; pero, sorprendentemente, desató una ola de críticas, las cuales se unieron a las quejas por el lucro y la emblemática frase desató un debate que continúa hasta hoy: ¿acaso el mercado no tenía límites?

Peña analiza el consumo como acto de sacrificio, con un lado de disfrute y al mismo tiiempo una sensación de despilfarro.


Lo que el dinero sí puede comprar

Carlos Peña

Sello Taurus

284 págs.

$ 14mil.

Por Cristóbal Carrasco.

"Un intelectual en la época contemporánea tiene que tener la capacidad de hablar el lenguaje de los medios masivos".

"En la columna trato de reprimir mis preferencias hasta donde eso es posible y dejar hablar a los hechos".