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La escritura íntima de la editora Andrea Palet

El recién lanzado "Leo y olvido" contiene una selección de sus mejores columnas. Es, además, su libro debut, un conjunto dinámico que salta de un tema a otro, como su prosa.
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"yo no tengo una escritura, puedo impostar muchos estilos, por eso hago bien mi trabajo", dice la editora andrea palet.

El escritor Alejandro Zambra afirma en el prólogo que Palet pertenece a los editores que "escriben mejor que los autores que publican, pero que de forma inexplicable, acaso narcotizados por el pudor o la cortesía, prefieren escribir poco, casi nada (…). Fantaseo con un mundo paralelo donde, en vez de editar a los demás, Andrea se dedicara jornada completa a escribir cuentos, novelas, ensayos e inclasificables «libros-de-la-almohada»".

Palet, tímida, evade estos halagos: "Es como si estuvieran hablando de otra persona. Como cuando volví a la casa después de tener mi primer hijo y llamaron por teléfono de la clínica, preguntando por la mamá de Mateo Covacic. Me demoré en reaccionar, era todo demasiado extraño, empecé a decir 'equivocado'. Yo no tengo una escritura, puedo impostar muchos estilos, por eso hago bien mi trabajo. Cuando escribo con mi nombre solo quiero comunicar algo de la manera más eficiente y persuasiva posible".

-Cuentas que las amigas de tu mamá imaginan tus columnas en revistas que no salen, te felicitan por ellas. ¿Qué te han dicho ahora que escribiste un libro?

-Yo ya estoy igual de desmemoriada que las veteranas, así que mejor no me río de ellas. Lo bueno del título "Leo y olvido" es que me puede servir como excusa para todo durante los próximos veinte años.

-Haces un útil manual sobre las peleas en las redes sociales. ¿Cuál fue la última que diste?

-Ninguna. Doy muchas dentro de mi cabeza, que es un lugar ruidoso, porque los argumentos buenos se me ocurren como cuarenta y ocho horas después. Pero, como dice este libro, no se polemiza con el piojo y la pulga, porque nunca tengo tiempo libre y porque no vaya a ser que termine siendo yo el piojo o la pulga.

-Dedicas una columna a las promesas de Año Nuevo. ¿Hiciste alguna para el 2018?

-Obvio que no, tendría que acordarme de cumplirla. Aunque las promesas uno debería tomarlas como los porotitos con los que se apuesta en los juegos de naipes. Cuando era chica apostaba muy moderadamente en el veintiuno real, para no perder, para no hacer daño. Así me enseñaron, hasta que me pegué el alcachofazo de que eran simples porotos viejos y daba exactamente lo mismo: recién ahí empecé a apostar a puñados, para al menos perder con desparrame y con gloria.

-El país que inventó tu hija, ¿aún existe?

-Solcovaquia floreció y ahora es como un jardín perfumado dentro de un castillo o como un paisaje de Moebius, un territorio bien irrigado, sembrado de astrónomos, de animé, acordes de Frank Zappa y cálculos matemáticos. Me asomo y me da vértigo, pero el día está soleado.

-Consejos para los tímidos.

-Uno: Hazlo, nadie te está mirando. Dos: llega un momento en que resistirse demasiado es soberbia y descortesía, si la gente te demuestra su amor no la dejís pagando.

-¿Cómo fue ser editada?

-Estoy demasiado acostumbrada a estar en el otro bando y lo prefiero, así que traté de ser profesional y dejar que la editora, Pilar de Aguirre, se hiciera cargo, ya que el "Leo y olvido" fue idea suya. Claro que habría modificado la selección, pero Pilar tenía una idea y eso había que respetarlo.

-Este libro posee la libertad que tienen los de tu catálogo en Laurel.

-La libertad es muy importante para nosotros. Obliga a los lectores a reflexionar sobre lo que acaban de leer, a inventarse categorías, y tiene el placer añadido de no ponérsela tan fácil a reseñistas y solaperos.

-¿Habrías editado "Leo y olvido"?

-Creo que sí, si no fuera mío. De hecho me encantaría publicar ensayos breves o crónicas de mujeres en la colección implícita que conforman los libros de Davidson, Mairal, Mena y Forn. Pero no he encontrado el nombre justo todavía. Debo estar muy descolgada, pero no veo un grupo sustancioso de cronistas chilenos, al menos no en el Periodismo. Lo que sí veo con excelente salud es nuestra poesía, que leo sin cachar nada, pero disfrutándola mucho. Aquí me entra todo el chovinismo patrio: hay tantísimos poetas buenos en esta butifarra de país, es increíble.

-Hay ambivalencia respecto al lugar del columnista. Das a entender que no importa tanto, pero igual sufres al escribir.

-Sufro, me doy quinientas vueltas y cuento obsesivamente los caracteres. Me demoro tanto que me lateo de mí misma y no termino sino cinco segundos antes de que se cumpla el deadline. Así que prefiero trabajar destripando los textos de otros, esa costura es más impune.

-¿Seguirás haciendo columnas?

-Hace tiempo que no hago. Cuando escribía en revistas femeninas, siempre que había un rediseño, me echaban o me reemplazaba una columnista peor que yo. Así que ya entendí el mensaje.

-¿Te animarás a escribir más?

-Estoy formateada para escribir en tres mil quinientos caracteres, tendría que conseguirme un emir de Dubai para escribir un libro desde cero. Lo que sí quiero hacer es seguir traduciendo. Se acaba de publicar "El tigre en la casa" de Carl Van Vechten, una historia cultural del gato que se escribió en 1920. Me encantó traducirlo, esa pega sí que es entretenida.

-¿Qué piensas leer este verano?

-Yo me ensarto con libros pésimos igual que todo el mundo. Acabo de leer "Musa", una novela escrita por un editor gringo sobre editores, que es mala con ganas. Los que voy a releer son los próximos títulos de Laurel: "Tierra y tiempo", del uruguayo de los años veinte Juan José Morosoli; "Rabia" y "Un amor para toda la vida", del argentino Sergio Bizzio; y "Mal de época", de mi admirada Sonia Cristoff.

Andrea Palet Editorial Bastante 156 páginas

$14.000


"Leo y olvido"

Por Cristóbal Gaete

Tanto de olvidos como de recuerdos está hecho el debut de Andrea Palet. Tras editar a muchos otros autores y fundar su editorial Los Libros del Laurel, por fin se conoce su propia mano. Si bien las columnas de "Leo y olvido" (Editorial Bastante) quizá no se imaginaron como conjunto, eso les permite la libertad que invita a la risa o la tristeza, que pasa de la observación idiosincrática a la experiencia honda de los años formativos de la autora. Son piezas que extendidas hasta alcanzan los días de los deslumbramientos de la maternidad o el redescubrimiento de la naturaleza en la madurez.

abraham marquez