Karadima, no es sólo Karadima. Aquel que se apartó del camino, perdiendo la coherencia de su deber ser -en sus abusos y atropellos hacia esa juventud- no actuó solo. Evidentemente contó con una red de otras personas que, con acción, omisión, o complicidad, por años, lo encubrieron. En Chile hay muchas otras redes de protección, en múltiples sectores, que debemos auscultar.
Digamos lo que constituye un secreto a voces, hay varios cardenales y obispos que, a lo menos, deben pedir perdón por su conducta pusilánime. Han obstruido el flujo de la verdad, han entrabado y obstruido la justicia, han permitido el atropello a la dignidad de las personas, han humillado a jóvenes que se atrevieron a denunciar los abusos. En estos casos se falta por acción, como autor del abuso o delito y, también, por omisión, por obsecuencia y/o permisividad. Llama la atención la extensión y el largo tiempo de esta situación. Al extremo de llegar a opacar, incluso, la presencia del propio Papa Francisco, en su visita a Chile, por la acción de las redes de protección y silencio a un obispo. Ese Papa ahora en el Vaticano, reconoce el error, enmendando y pidiendo perdón a esas víctimas de abusos por miembros de su Iglesia, lo que le engrandece por su coraje y coherencia. Mientras tanto los victimarios enmudecen.
La cúpula de la Iglesia chilena, el conjunto de órganos que la dirigen y gobiernan, consagrados y laicos seculares, incluso comunidades de base, tienen una gran deuda y responsabilidad con la propia Iglesia universal, con sus comunidades religiosas, con sus principios y valores, con aquellos que le han confiado su fe sagrada. Se ha faltado a la justicia, decencia, corrección y oportunidad en el hacer.
Digámoslo con todas sus letras y sin eufemismos, aunque incomode. Se debe limpiar a la Iglesia chilena de esa cúpula pútrida que posan de santidad. Aquellos que tan caro precio endosan a los dignos miembros de la Iglesia, nobles hombres y mujeres de fe, de valores y religiosidad. Se debe erradicar esas corruptas redes de protección, para dar paso a miembros del clero y laicos seculares, meritorios, correctos, probos, de trayectoria, ejemplo de vocación, que en la Iglesia católica los hay de gran valer. Cuando en el cajón unos frutos se pudren, es mejor no ocultarlos ya que el costo será mucho mayor. Simplemente deben ser erradicadas, con oportunidad y coherencia.
Carlos Cantero Ojeda,
Doctor en Sociología y exparlamentario