Secciones

Tres escenas

E-mail Compartir

1

Fue un lunes de aluminio -los lunes son de aluminio- cuando la figura del hombre apareció entre la gente. Se paró en una esquina del paseo Prat, alzó la cabeza y se puso a mirar al cielo. Eso fue todo.

Era mediodía.

El paseo, como siempre a esa hora, desbordaba de gente y, entre la gente, personajes de todas layas y pelajes hacían su agosto: comerciantes, músicos, malabaristas, pordioseros -cojos, mancos, ciegos-, y más de algún predicador de Biblia en ristre anunciando el ?n de los tiempos tal como se anuncia un espectáculo circense. Además, ahora último habían aparecido grupos de personas que se paraban en las esquinas mostrando un letrero: se regalan abrazos. Pocos eran los que se acercaban, la gente parecía temer al abrazo de un desconocido o desconocida, así tuvieran cara de pan de dios.

Sin embargo, nadie podía decir qué anunciaba el hombre que apareció aquel lunes en la esquina más concurrida del paseo. O qué vendía. O qué regalaba. Ni siquiera si anunciaba o vendía o regalaba algo.

Lo único que hacía era mirar al cielo.

Nada más.

2

Parado en la esquina, ajeno por completo al tráfago de mediodía, el hombre mira hacia lo alto. Al pasar junto a él, los transeúntes alzan la vista de reojo y al no ver nada extraño apuran el tranco y siguen su camino. Algunos se detienen, hacen visera con las manos e inquieren hacia arriba en busca del consabido objeto volante no identificado, pero como el cielo se ve limpio -ni una nubecita expósita dibujando alguna alegoría-, fruncen el ceño y se van haciendo claros gestos de contrariedad. Y están los que, entre serios y divertidos, terminan por acercársele con aire condescendiente y le hacen preguntas que el hombre, ensimismado en su afán, no oye o no le interesa responder.

Pasado el tiempo que demoraría una prédica, cuando ya hay varios con la cabeza levantada al cielo, el hombre baja la suya, se pone las manos en los bolsillos y, tan sosegado como su mirada, echa a andar hasta la otra esquina.

3

La primera vez que vi al hombre parado en mi esquina -la esquina más preciada por pedigüeños y artistas de la calle-, yo me hallaba de rodillas en el pavimento pintando con mis tizas de colores. Pintaba el barco pirata.

Pintaba y silbaba.

Los óvolos esa mañana habían sido escasos y yo, sin alzar la cabeza del dibujo, me demoraba en la calavera y los huesos cruzados, detalle que siempre dejaba para el final. Penélope tejiendo y destejiendo, me tardaba todo lo que podía en espera de oír el sonido de las monedas al caer en el tarro.

Ese primer día no hice mucho caso del hombre que miraba al cielo. En verdad no le hice nada de caso. Apenas levanté un tanto la vista para verificar que no venía ningún avión en llamas cayendo sobre mi cabeza y seguí coloreando.

El segundo día, un martes de plomo -los martes son de plomo-, dejé de lado un momento mi dibujo después de guardar las pocas monedas depositadas en el tarro, y me acerqué a fisgonear qué carajo era lo que miraba el hombre.

Junto a varias personas que había en torno a él escudriñando las alturas, levanté la vista y escruté un buen rato la lonja azul sobre mi cabeza.

No se veía nada. Ni un miserable jote rayando la pizarra del cielo.

Otro cristiano tan loco como yo, me dije.

Y seguí coloreando mi papagayo.

...

Adelanto del libro "Hombre mirando el cielo" Por Hernán Rivera Letelier

Hernán Rivera Letelier y ese hombre de la esquina

En una de las esquinas más concurridas de Antofagasta todos los días casi a la misma hora un anciano se para y mira el cielo. No dice nada, no busca a nadie, solo mira la majestuosidad del azul intenso. Este es el punto de partida de una historia sencilla que hace reflexionar sobre la vida misma.
E-mail Compartir

cuando el escritor Hernán rivera letelier escribió su primer libro, "La reina isabel cantaba rancheras", creyó que sería el último. Hasta ahora, ha publicado 18 novelas.

"El hombre que miraba al cielo" de Hernán Rivera Letelier es una novela llena de momentos íntimos. Es un relato que muestra a personajes comunes en su vida común, pero que desde su cotidianeidad plasman las necesidades profundas del ser humano e incluso, el sentido de la vida.

La novela sigue a un artista que pinta con tiza en las veredas y a su compañera, la Saltimbanqui, que hace acrobacias en los semáforos. Un día llega un hombre mayor, con su terno de otros tiempos y la cabeza cana siempre hacia lo alto, que llama la atención de los muchachos que intentan descubrir eso que sólo ve él.

Día tras día se repite la escena del anciano parado en la esquina mirando el cielo privilegiado del norte de Chile y de a poco los jóvenes logran entablar una relación con "el mirador", como lo llaman. Relación que los lleva a emprender un viaje a San Pedro de Atacama para que el hombre sea "bendecido por esos cielos", deseo que les expresa a los muchachos.

- Cuando necesito religión, cuando necesito creer en algo, miro al cielo, miro las estrellas, las nubes. Miro hacia las alturas. Aunque no creo en ese Dios que me regalan o que me venden las religiones, pero algo tienen las alturas, un misterio. No en vano en la edad de piedra los hombres se criaban mirando el cielo, buscando el significado de la vida, el misterio del Universo. Todas las grandes preguntas están arriba, y no hay respuestas, pero las preguntas están todas ahí arriba.

- ¿Por eso mismo dice que esta novela es espiritual?

- Claro, esta novela es muy espiritual. Tuve que buscar un lenguaje que fuera incluso tan transparente, tan espiritual como un rezo, un Ave María, un Padre Nuestro. No sé si lo logré, pero hay lectores que me han dicho que sienten algo especial cuando leen el libro, como una especie de paz.

- Leí en una entrevista que unas amigas suyas que tenían ciertas dolencias, se sintieron bien después de leer el libro

- Sí, cuando todavía no se publicaba el libro, les pasé el original y fue muy raro. A una le dolía el cuello y terminó de leer el libro y no se acordó más. La otra estaba como con depresión, estaba triste y también, se terminó el libro y estaba muy bien. Entonces les dije, "estoy escribiendo una prosa medicinal".

- ¿Y sintió también lo mismo al escribirlo? ¿Sanó?

- Me sentía como fuera de mí mismo, como cuando miro los cielos. A veces uno dice "me volvió el alma al cuerpo" y así me sentía. El alma no estaba en mi cuerpo, estaba en otra parte mientras escribía y de pronto volvía y despertaba y habían pasado dos o tres horas. Muy raro.

- ¿No le había pasado eso antes?

- Sí, me había pasado, pero no tan marcado. Eso pasa cuando uno escribe, o en todos los artes, hay instantes en que uno se conecta de tal forma con el universo que estás creando, que se producen momentos epifánicos como los llamo yo, en que te olvidas del tiempo y cuando te das cuenta de lo que has escrito, te preguntas "cómo lo escribí". Eso me ha pasado en casi todas mis novelas en algunas páginas, no en todas porque son instante, son ráfagas.

- El narrador del libro y usted comparten el objetivo de escribir una novela donde no pase nada, pero a la vez pase de todo. ¿Qué significan estas novelas?

- El personaje quiere escribir una novela de esa forma, que es lo mismo que yo pensaba cuando empecé a escribir. Se me ocurrió eso y no sabía qué significaba, pero sentí que ahí estaba el secreto del arte. Aún no sé qué significa.

- ¿Lo sigue pensando?

- Lo sigo pensando y lo sigo intentando en lo que escribo. Creo que en este me acerqué un poquito más. Casi no hay acción, al final un poco. Pero en esta novelita corta está el amor, el odio, la sangre, la venganza, el olvido, la protesta, en fin. Todo, casi. No tiene nada y lo dice todo.

"El hombre que miraba a los cielos" llega después de una trilogía policial donde Rivera Letelier le dio vida a los investigadores Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda, donde el suspenso y la acción eran la tónica, algo totalmente distinto al tono que tiene este libro donde sus personajes emprenden viajes importantes, y no sólo físicos.

- ¿Cómo fue pasar de una trilogía policial a un libro tan sutil?

- Me lo han preguntado varios amigos y les digo que no busco tema, escribo cuando me asalta un tema y este me asaltó y ahí está. Yo más que novelista soy un poeta que escribe novelas, y la poesía es así, uno no puede sentarse a escribir un poema, te asalta o no. Tu no escribes un poema, el poema te escribe a ti. Y nunca he buscado un tema, que es como lo hacen muchos escritores. Yo siempre he escrito lo que me sale de las tripas.

Cuando estaba escribiendo "La Reina Isabel" y algunos amigos en Antofagasta me preguntaban qué estaba haciendo y les contaba que era sobre la Pampa, me decían que estaba loco, que la Pampa estaba obsoleta. Y no le hice caso a nadie y la escribí, y ya sabes lo que pasó y la puta Reina Isabel está cumpliendo 25 años. Todavía se lee en los colegios, se edita, se vende, se traduce.

Nada se pierde

Es la salsa de Rubén Blades entonando "Pedro Navaja" lo primero que se escucha después del "Aló" al teléfono.

- ¿Está bailando, Hernán?

- Aquí bailo solo, cuando me canso de escribir, bailo, cuando no se me ocurre qué más sigue en la historia. Paro, coloco música, me relajo. Me sirve como ejercicio y me inspiro y de todo esto, ya sé cómo seguir.

Hace poco se estrenó en el Santiago el musical "Historia de amor con hombre bailando" basado en la novela del mismo nombre y bajo la dirección de Bastián Bodenhöfer, y también se está estrenando la ópera "El Cristo de Elqui" con guión de Alberto Mayol, que está basada en las novelas "La Reina Isabel" y "El arte de la resurrección" de Rivera Letelier.

- ¿Qué siente cuando sus obras se transforman en distintas formas de hacer arte?

- Soy un afortunado como escritor, soy un privilegiado, mis obras se han llevado al teatro, al cómic, al cine, a obras musicales, a una ópera. Esta última es totalmente nuevo, yo jamás he ido a una ópera y voy a ir al estreno.

- ¿Trabajan en conjunto los guiones con los directores de los montajes?

- Tengo un pensamiento y es que el director de teatro, cine u ópera, se inspira en mi novela para hacer su obra, no tiene por qué ser al pie de la letra. Puede hacer lo que quiera, les doy libertad absoluta. Pueden cortar, alargar, exagerar, es su obra. Por ahí me han dicho que autores exigen que la obra sea al pie de la letra y yo creo que eso es estúpido, porque el lenguaje del teatro no es el mismo que el de la literatura y hay escenas descritas en una novela que es imposible llevar a las tablas, la imagen o la actuación. Entonces el director tiene que arreglárselas para hacer algo que se le asemeje.

- Dijo que los libros eran como dar a luz, ¿qué siente al tener 18 hijos?

- ¡Parezco conejo! Yo no me había dado cuenta hasta hace poco de la cantidad de libros, cuando una lectora le sacó una foto a la colección de libros míos y me dije "¿y todas esas weás las escribí yo?" y me asusté. Es increíble porque cuando empecé a escribir "La Reina Isabel" pensaba que era la única novela que iba a hacer en mi vida, por eso quise ponerle todo lo que sabía hasta ese momento. Por eso esa novela está llena de adjetivos y cosas que hoy se las extirparía sin asco. Pero en aquel instante, yo tenía la seguridad absoluta de que esa era la única novela que iba a hacer, y de repente me veo con 18 novelas y si me pregunta cómo las hice, no tengo ni la más remedia idea, ahí están.

- ¿Por dónde lo está llevando su escritura ahora?

- Ahí estamos escribiendo, siempre estamos escribiendo. No se puede hablar de lo que uno está escribiendo porque trae mala suerte.

- Pero es un continuo.

- El día que no escriba yo creo que me muero. Para mí escribir es como respirar, es una necesidad casi fisiológica. Ahora me he dado cuenta que no quiero ser escritor, quiero escribir sencillamente y es distinto, porque ser escritor es dar entrevistas, los viajes, las conferencias, las firmas de autógrafo y yo solo quiero sentarme a escribir.

Actualmente dos novelas de rivera letelier adaptadas al teatro están en cartelera.


El hombre que miraba el cielo

Hernán Rivera Letelier

Editorial PRH

97 págs.

$ 12 mil.

Por Magdalena García

- ¿Qué encuentra usted cuando mira al cielo?

"Yo más que novelista soy un poeta que escribe novelas, y la poesía es así, uno no puede sentarse a escribir un poema, te asalta o no. Tu no escribes un poema, el poema te escribe a ti".

Alfonso Gonzalez Ramirez

"El día que no escriba yo creo que me muero. Para mí escribir es como respirar, es una necesidad casi fisiológica. Ahora me he dado cuenta que no quiero ser escritor, quiero escribir, sencillamente".

Alfonso Gonzalez Ramirez