Como Iglesia Católica, hace cinco semanas que estamos meditando acerca de la Eucaristía, de la mano del evangelio de San Juan. Hoy culminamos esta reflexión, en un año en que hemos sido convocados por nuestra comunidad eclesial a vivir un año de Congreso Eucarístico.
La eucaristía sobrepasa los límites humanos, al punto, que ya en los tiempos de Jesús llegó a perturbar a los discípulos del Maestro.
La comunión, es algo que puede llegar a «escandalizar» a quienes viven sus relaciones humanas experimentando las limitaciones propias de nuestra naturaleza individual. Solo se puede comprender el misterio de la Eucaristía, desde la iluminación del Espíritu Santo, pues este misterio nos conduce a comprender para el hoy de nuestras vidas, que Dios sigue dándose para que nosotros en Él tengamos una vida más plena, aun en medio de nuestras dificultades cotidianas.
El don de la fe, nadie puede dárselo a sí mismo, es un don que regala el Padre a quien se abre a esa posibilidad. La fe, siempre es un regalo que está más allá de las consideraciones meramente humanas, y por eso su lenguaje puede resultar duro para quienes no pueden acceder a la fe, no porque Dios se la niegue, sino porque humanamente uno mismo se cierra y se niega a dicho don.
La fe en la eucaristía, resulta incomprensible y árida para muchas personas, no sólo por su contexto cultural, o por razones ajenas al misterio de la fe.
Pero a quienes se dejan «educar» por el don del Espíritu Santo, se convierte en un gozo sin límites, que nos adelante en la tierra el don del Cielo.
La fe, es una fiesta de gozo inmenso, que no tiene medida, y es alimentada por Dios cada vez que nos congregamos como Asamblea orante a celebrar Eucaristía.