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Carlos Peña y la duda existencial

El columnista y académico regresa a librerías formulado una pregunta esencial: "¿Por qué importa la filosofía?" (Taurus). Acá repasa la utilidad de pensar profundamente el mundo que habitamos.
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Cuando se le pregunta a Carlos Peña por qué estudió Derecho y luego Filosofía, él dice que además estudió sociología, "de manera que quizá todo sea nada más que el resultado de lo que, sin soberbia, podríamos llamar una cierta vocación intelectual". Una que lo ha puesto del lado de las humanidades, lejos del saber técnico y ese embrujo que el columnista y rector de la UDP piensa que irradian las ciencias duras hacia las muchedumbres embobadas, irreflexivas.

Premunido del olvidado José Ortega y Gasett, cercano a Kant y enarbolando a Heidegger, Carlos Peña abre su reflexión en "¿Por qué importa la filosofía?" con un epígrafe de la enamorada Hannah Arendt referido al autor de "Ser y Tiempo: "Existe un maestro; algunos de nosotros quizás pueda aprender a pensar".

Y no faltan los defensores, errados según Peña, que le buscan su "razón de ser" a la filosofía y la institucionalizan, por ejemplo, como aliciente de la formación democrática o un lugar desde el cual ejercer el debate. O recurren a la filosofía como un repertorio de concepciones de mundo que periódicamente faltan, flaquean o son insuficientes. Como decía Ortega y recuerda el autor: "La filosofía es la ortopedia de la creencia fracturada".

-Dentro de las formas de justificar a la filosofía de manera errónea, o de otorgarle alguna importancia social, ¿cuál es la más peligrosa, la que más daño le hace?

-Quizá la más peligrosa o dañina sea aquella que ve en la filosofía una toma de posición ante el mundo, una forma de elaborar una cosmovisión con la que orientarse, un puñado de principios en los que se cree o se abrazan. Esta forma acaba confundiéndola con la ideología o la religión o poniéndola al servicio de intereses o simples puntos de vista. Esta manera de justificar la existencia de la filosofía, como si ella nos ayudara a tomar posición ante el mundo y sus conflictos, la desprovee de lo que ella tiene de más propio que es, por decirlo así, una invitación a pensar radicalmente o, como preferiría Jorge Millas, de llevar el pensamiento al límite de sus posibilidades.

-¿Al perseguir que la filosofía sea útil se le quita su radicalidad? ¿Por qué?

-Lo útil en el mundo contemporáneo es aquello que sirve a algún designio, que está subordinado a algún propósito incluso inconsciente. Las cosas que tenemos en derredor, cuando vivimos en actitud cotidiana, son todas útiles, cosas a la mano que están al servicio de nuestro quehacer. Vivimos, pues, rodeados de útiles, ellos pueblan el mundo y nos ayudan a vivir. Ahora bien, ocurre sin embargo que la filosofía es un tipo de reflexión que nos invita a ver qué hay detrás de ese mundo cotidiano en el que vivimos día a día. La filosofía nos invita, por decirlo así, a abandonar esa actitud cotidiana en la que nos movemos irreflexivamente y en la que nos involucramos con las cosas en derredor.

-¿Por qué es importante esa radicalidad?

-Cuando abandonamos esa actitud, las cosas que hasta un momento eran útiles aparecen más bien como un misterio y nuestra propia existencia frente a ellas principia a revelarse. De pronto las cosas que parecían tan obvias presentan una distancia infinita frente a lo que somos. Ahora bien, toda esa reflexión que la filosofía hace posible -mostrándonos hasta qué punto el mundo es una red interpretativa de lo que tenemos en derredor- es gracias a que ella no es un "útil", sino que un quehacer que revela lo que hay detrás de lo útil.

-¿Y por qué los saberes técnicos necesitan el antídoto de la filosofía?

-Para ver eso puede ser útil Kant. Cuando estaba ya viejo, escribió "El conflicto de las facultades", donde se preguntó para qué sirve la filosofía frente, por ejemplo, a la medicina o el derecho. Allí dice que la filosofía sirve para despojar a los saberes técnicos de "esa fuerza mágica que el público les atribuye de un modo supersticioso". Hoy sabemos lo que la técnica médica puede hacer con, por ejemplo, un embrión; pero que la ciencia pueda hacer eso no significa que debamos hacerlo. Esta última cuestión es algo abierto y la filosofía nos lo recuerda permanentemente. Heidegger decía, en expresión algo polémica, que "la ciencia no piensa". Lo que quería él decir era que la ciencia y la técnica están obligadas a dar por supuesta una cierta concepción del mundo y de las cosas que la filosofía, en cambio, está obligada a poner en cuestión.

-¿Por qué es bueno socavar las certezas?

-Hay una razón práctica: las certezas suelen ser fuente de intolerancia. La duda tiene, desde este punto de vista, una cierta ventaja moral sobre las certezas. Pero una razón más de fondo es que el mundo que damos por garantizado es una interpretación de lo que tenemos por delante. Nosotros y las cosas en derredor somos el resultado de una interpretación, una forma de concebirnos con la que nos encontramos al llegar al mundo, con el lenguaje que usamos y las tradiciones de las que formamos parte. Esa red interpretativa, que Ortega las llamaba creencias ("las ideas se tienen y en las creencias estamos", decía), es una de varias posibles formas de estar en el mundo y en eso consiste la condición humana. Asomarse a esa realidad ayuda a comprender lo que somos: seres lanzados al mundo y obligados a interpretarlo.

-En mayor o menor medida, el quehacer diario nos vuelca a la cotidianidad, nos despoja de toda trascendencia, ¿cómo nos hurtamos a esa corriente, cómo mantenemos despierta la reflexión filosófica?

-Bueno, la trascendencia consiste, en rigor, en el hecho que estamos lanzados fuera de nosotros y hacia las cosas. La trascendencia no es, como nos gusta creer, una cuestión necesariamente religiosa o transmundana, algo que viene después de la vida. No: los seres humanos vivimos fuera de nosotros, involucrados con las cosas y el futuro y en ese sentido experimentamos la trascendencia. Darse cuenta de esa condición trascendente -que estamos involucrados con el mundo en derredor- nos ayuda a comprender lo que somos y la cultura que hemos ido forjando. Y la tarea de la filosofía es mantenernos despiertos frente a eso ¿Cómo mantenemos, a su turno, despierta la reflexión filosófica? La mejor forma de hacerlo es mantener vivas las preguntas. El negocio de los filósofos son las preguntas.

Pregunta olvidada

Esa inveterada necesidad de "saber a qué atenernos" es, según Peña, la causa de que, en el ansia por contar con un puñado de señales y signos de orientación, hemos olvidado la pregunta por el ser. "Quizá sea porque ansiosos de contar con una interpretación que nos permita orientarnos en el quehacer vital, hemos tomado una respuesta posible como la realidad final. Y ello ocurre porque los seres humanos necesitamos 'saber a qué atenernos', nadie puede vivir atosigado sólo con preguntas. La búsqueda de seguridad y certeza es una necesidad profundamente humana y, a la vez, la base de muchos errores e incluso tragedias. ¿Cuántos estropicios han tolerado los seres humanos para ganar a cambio un poco de seguridad?".

-Si la modernidad es la obra de un olvido, de que somos seres en el mundo, ¿cómo recupera la filosofía el sentido trascendente que la modernidad ha perdido?

-Quizá la forma de hacerlo sea advertir algo que Heidegger subraya una y otra vez: que en nuestro trato con las cosas y con el mundo en derredor, siempre va envuelta, querámoslo o no, una cierta comprensión de nosotros mismos. De una manera inevitable, cada ser humano en el conjunto de su quehacer, en el conjunto de su trayectoria vital, en las elecciones que hace y la conducta que ejecuta, ejercita y muestra una cierta comprensión de sí mismo. Al mismo tiempo, y como nadie vive individualmente, las cosas que nos rodean y las personas que nos son cercanas, nos ayudan a configurar eso que somos. Todo esto muestra que el ser y el comportamiento de un ser humano son, hasta cierto punto, indiscernibles. No es que quien lee estas páginas sea alguien primero y que sobre esa base elija su conducta y las personas con quienes se relaciona. Es al revés: cada uno se hace con su quehacer, mediante su comportamiento. Vivimos volcados fuera de nosotros (a eso podemos llamarlo trascendencia) pero en esa exterioridad nos vamos haciendo. Sartre, algo exagerado, decía algo parecido: cada uno es la suma de sus elecciones. Desconocer eso equivalía a la mala fe.

-¿Qué vigencia y futuro tiene la filosofía en nuestra época?

-La filosofía, tengo la impresión, es la forma más propia de la reflexión humana. Sus preguntas y dudas siempre asoman a la existencia y desde ese punto de vista es bien difícil que la filosofía, entendida como esa reflexión radical, nos abandone. Otra cosa son, claro está, las instituciones que albergan a la reflexión filosófica, los libros en que ella se expresa, las profesiones a que da lugar, etc.

-¿Cómo habita la filosofía en la universidad?

-La universidad de los últimos doscientos años es una institución inspirada, sobre todo, en el designio de la técnica y de la ciencia. Tanto la que se pone al servicio de los propósitos de la nación, caso de la Universidad de Chile según se sigue del discurso de Andrés Bello, como la universidad de investigación que se pone al servicio de la ciencia, experimentan ese destino técnico. Así, la filosofía vive en medio de la incomodidad y la escasez, porque ella, cuando se la ejercita en el sentido que hemos venido conversando, no es un quehacer técnico, sino una reflexión que quiere desproveer a la técnica, por decirlo así, de la última palabra. Por eso no es raro que en el último tiempo, y no sólo en Chile, hayamos asistido a intentos de desalojar a la filosofía de todas partes.

-¿Y qué decir de la enseñanza de la filosofía en la educación media?

-Temo que en la educación media se confunda a la filosofía con la erudición, con la historia de la filosofía, un saber meramente enciclopédico que debe aburrir a los más jóvenes, o con ejercicios de debate y de lectura que cumplen funciones muy importantes, pero que no son las propias de la filosofía. Los profesores de filosofía deben recuperar el sentido de la reflexión filosófica sin oscuridades, recuperar la claridad y limpidez que ella, al menos a ese nivel educativo, debe poseer.

-¿Qué opina de la enseñanza de la filosofía a niños?

-Suele decirse, y parece un lugar común, que los niños son naturalmente filósofos. Y hay algo de cierto en eso en la medida que en ellos todavía no ha coagulado de manera definitiva ninguna concepción de mundo y, en cambio, casi siempre hay en ellos un hábito de preguntarlo todo, incluso aquello que a los adultos nos parece obvio. ¿Por qué hay algo y no más bien nada?, que es la pregunta de Leibniz, es una pregunta que los niños, estoy seguro, suelen hacerse o suelen hacer a los adultos que han olvidado formularla.


Mirando la Bóveda celeste

La pregunta acerca del sentido del quehacer filosófico nace junto con la aparición de la propia filosofía. Es como si esta, a diferencia de otros quehaceres intelectuales que brotan en la cultura seguros de sí mismos y del papel que les cabe en ella, fuera un quehacer, por decirlo así, hipocondríaco, intelectualmente inseguro, hiperestésico, preocupado una y otra vez de palparse a sí mismo para, de esa forma, cerciorarse de su propia fortaleza y saber si vale o no la pena. Mientras la ciencia o la técnica jamás se preguntan si acaso tiene algún sentido ejercitarlas o cuál sería su objeto y se desenvuelven, en cambio, sin detenerse siquiera un momento en ese tipo de preguntas (salvo cuando un filósofo se entromete en ellas como fueron, por ejemplo, los casos de Gottlob Frege y su pregunta referida a qué es un número o el de Baruch Spinoza o de Thomas Hobbes y sus estudios ópticos), los cultores de la filosofía parecen pensar que la primera tarea que tienen por delante es la de justificar ante los demás y ante sí mismos su propio quehacer, saber si el tiempo que dedican a ella, los recursos que distraen y los esfuerzos que gastan, poseen o no alguna utilidad. Mientras el médico, el odontólogo o el abogado ejercen sus oficios llenos de seguridad en sí mismos y de la utilidad social de lo que hacen -curar enfermos, sanar dentaduras y defender intereses-, el filósofo suele preguntarse si acaso lo que hace sirve o no para la vida; la pregunta que alguna vez Friedrich Nietzsche dirigió a la historia en su De las ventajas y desventajas de la historia para la vida, los filósofos suelen dirigirla a la propia filosofía.

Una de las primeras muestras de esa conciencia incierta que acompañará, como si fuera una sombra, a la reflexión filosófica, la encontramos en la famosa anécdota de la muchacha tracia que se encuentra en una fábula de Esopo recogida y alterada por Platón en el diálogo Teeteto. Esopo había recogido la historia de un astrónomo que mirando las estrellas cayó a un pozo, causando la risa de quienes lo vieron. La moraleja que Esopo extrae de la historia es que no hay que alardear de ocuparse de cosas maravillosas si, al mismo tiempo, se tropieza con las cosas ordinarias de la vida.

Platón alteró la historia. El astrónomo es ahora Tales de Mileto, quien había vivido dos siglos antes -Heródoto le atribuye una hazaña notable- y la moraleja se aplica a la filosofía. "Se cuenta de Tales -se lee en el Teeteto- que mientras se ocupaba de la bóveda celeste, mirando hacia arriba, cayó en un pozo. Se río de él entonces una sirvienta tracia, jocosa y bonita, diciéndole que mientras deseaba con toda pasión llegar a conocer las cosas del cielo, le quedaba oculto aquello que estaba ante su nariz y bajo sus pies. La misma burla vale para todos aquellos que se introducen en la filosofía".

Al final del diálogo Protágoras, Platón vuelve sobre esa inseguridad que aqueja a la filosofía. Allí Sócrates dice temer que, al oír el resultado de la conversación que han sostenido, un espectador tuviera como única reacción posible la de burlarse y comentar que él y Protágoras son gente extraña.

Carlos Peña, doctor en filosofía, actualmente es rector de la UDP.

Carlos Peña

Editorial Taurus

224 páginas

$10.000


"Por qué importa la filosofía"

Por Amelia Carvallo A.

"La búsqueda de seguridad y certeza es una necesidad profundamente humana y, a la vez, la base de muchos errores e incluso tragedias".

Alfonso González Ramírez

Adelanto del libro "Por qué importa la filosofía"

Por Carlos Peña

"¿Por qué hay algo y no más bien nada?, que es la pregunta de Leibniz, es una pregunta que los niños, estoy seguro, suelen hacerse", afirma Peña.

Alfonso González Ramírez