Los escritos de una joven madre violenta y tierna
La argentina Ariana Harwicz llega a librerías chilenas con "Matate, amor" (Elefante), novela que en su versión traducida al inglés postuló al prestigioso Man Booker Prize 2018.
Hace diez años que Harwicz vive en Francia, donde estudió Teatro en la Universidad Paris VIII y Literatura en La Sorbonne. En Buenos Aires estudió Guión Cinematográfico y Dramaturgia.
Ella cuenta que al salir del colegio lo primero que hizo fue estudiar filosofía en la Universidad de Buenos Aires. "Me parecía la más suprema de todas las artes y de todos los pensamientos. Me parecía la madre, o el padre, o mucho más que eso, como la diosa de todas las sabidurías, de todas las disciplinas, de todas las epistemologías. Muy superior a la literatura, al teatro, al cine, a la pintura, como si la filosofía fuera realmente la génesis de todo", dice.
-¿Por qué partiste a Francia?
-Era directora de Guión Cinematográfico en varias universidades y tenía veintitantos años… (se ríe) Siempre quise hablar francés, siempre me interesó la lengua francesa, a través del cine, mientras estudiaba filosofía y mi sueño era poder leer a los franceses en francés. Así fue que dejé todo. Quemé las naves, como se dice (que es la única forma de tomar un riesgo verdadero) y crucé el océano hacia Francia para aprender francés y para, finalmente, ahora que lo pienso en retrospectiva, ser extranjera.
-¿Cómo tomó forma "Mátate, amor"?
-Surgió de la visión de un ciervo en el bosque. Surgió de un estado de angustia, un estado de desesperación que sentía y que lo pude transmitir, lo pude volver literatura y forma literaria en el personaje. Surgió de un tono, un estado, una luz y también de una experiencia radical en el bosque.
-¿Escuchabas a Glenn Gould mientras escribías?
-Sí, escuchaba su piano, el martilleo, el ritmo, la ferocidad, pero también todos los juegos de ritmo, los silencios, la violencia, la rapidez. Escribí esta novela bajo el pulso, la métrica, el barómetro del piano de Glenn Gould y siempre la misma melodía, ese Bach que sólo es el Bach de Glenn Gould.
Bomba molotov
Cuenta Harwicz que fue la escritora Alicia Dujovne quien le dijo que en esos papeles había una novela. Y en ese momento cayó en un estado de gracia que la hizo escribir contra viento y marea: "Estaba en la novela, en un estado de compenetración, obnubilada, así que fue conmovedor el tiempo de escritura", recuerda.
-¿Cómo fue tomando forma esta mujer que acaba de ser madre?
-A través de la imagen del ciervo, por el piano, y después por imágenes y visiones que arman la obra: la lechuza, los aullidos de los animales, los relámpagos, la muerte, las tormentas, el estado de esta mujer, es como una pintura, no hay un antes y un después, una cronología en los eventos, empieza a tocar la sinfonía y empieza a existir todo.
-¿Qué fue lo que te interesó de la maternidad?
-De la maternidad me interesa todo. Tiene gran potencial, me parece uno de los tópicos, de los tropos, de los sentimientos más dramatúrgicos, por lo complejo. Reúne -como ya sabemos- todas las contradicciones, las tensiones, lo oscuro y lo límpido, el deseo y el desasosiego, el odio y el amor, la violencia y la tendresse, o sea la ternura. Está todo cruzado ahí. Es un mapa donde existe y cabe todo. Puede llevar, como la pasión amorosa, a la locura. Son las dos cosas que me interesan, por lo animalesco, lo salvaje, porque es ciencia ficción, porque es surrealista, algo totalmente estrambótico. ¿Cómo alguien va a salir de uno, va a llevar el olor de uno, cómo va a poder mirarte después, cómo va a ser para siempre? Ahí está Tánatos y Eros. Todo lo humano.
-¿Qué piensas del instinto maternal? ¿Existe, es algo natural o es social?
-Por supuesto que el instinto maternal no existe en absoluto. Es un gran constructo, una idea social, cultural que hay que fabricar, armar, darle nombre. Todo es construcción, artificio, cultura.
-¿Qué piensas de la depresión post parto, los baby blues, la psicosis puerperal?
-No trabajo con nomenclaturas de la psiquiatría. No patologizo a los personajes, no soy una enfermera ni un doctor, no estoy en un hospital. Al revés: más libertad, más anarquía, más caos, más Nietzsche. Por supuesto que después están las categorías en el realismo, en la vida, pero no es de ahí donde fui a beber. Después uno puede sí, por supuesto, leer un estado de puerperio, de desequilibrio hormonal, pero esas no son las categorías con las que pensé el personaje desde el principio.
-¿Cómo aparecieron los otros personajes?
-No sabría decir cómo aparecieron los otros: el suegro, la suegra, el marido, el amante y su esposa, el niño, los vecinos. Se armó un coro, supongo que cuando están vivos, si son orgánicos, un personaje llama a otro, lo convoca y de repente están todos ahí existiendo.
-¿Cómo trabajabas la narración?
-Trabajaba en la oración, con cada palabra, repreguntándola, recuestionándola, reinventándola todo el tiempo.
-¿Se filtraba el francés en tu escritura?
-Se cuela, se filtra, se infiltra clandestinamente y oficialmente. Hay un cruce de lenguas todo el tiempo en donde una interfiere en la otra, se ensucian y se amalgaman, se interponen unas lógicas con otras y de ahí surge el extrañamiento de mi lengua. Es una alquimia, una bomba molotov, ojalá supiera más lenguas para poder enrarecer más, hasta el infinito.
- ¿Estás esbozando alguna ficción, escribiendo con miras a publicar?
- Voy a publicar una próxima novela, pronto, no sé si este año o el próximo. Se llamará "Degenerado". Por ahora, cada vez que termino una novela pasa todo un tiempo en donde solamente estoy en la vida y no escribo, hasta que eso se vuelve insoportable y entonces tengo que escribir.
Ariana Harwicz cree que la maternidad tiene un gran potencial literario: "reúne todas las contradicciones de lo humano".
"Matate, amor"
Ariana Harwicz
Editorial Elefante
104 páginas
$8.000
Por Amelia Carvallo A.
Con ritmo de un rapto, el de una mujer que acaba de ser madre y se resiste como fiera al achatamiento de la vida conyugal. La novela "Mátate, amor" fue escrita por la argentina Ariana Harwicz al son del piano de Glenn Gloud en un bosque de París.
hugo passarello